viernes. 29.03.2024

El modelo americano

nuevatribuna.es | 31.01.2011Es una canción alegre, vital y poco adecuada a la relajación muscular, una canción de amor y añoranza que todavía hoy, cuando sus autores merodean los setenta, siguen tocando en sus giras en medio de un público que nada sabe de aquella dulce muchacha.Pero Virginia no es sólo el nombre de una canción, una chica, un recuerdo o un deseo.

nuevatribuna.es | 31.01.2011

Es una canción alegre, vital y poco adecuada a la relajación muscular, una canción de amor y añoranza que todavía hoy, cuando sus autores merodean los setenta, siguen tocando en sus giras en medio de un público que nada sabe de aquella dulce muchacha.

Pero Virginia no es sólo el nombre de una canción, una chica, un recuerdo o un deseo. Virginia es una de las “Trece Colonias”, un territorio hermosísimo, de vegetación exuberante, árboles gigantescos, campos de tabaco y algodón donde trabajaban los esclavos negros de sol a sol mientras entonaban a coro “canciones azules” para mitigar fatigas y humillaciones constantes. Virginia fue uno de los Estados norteamericanos que se rebelaron contra el dominio británico, cuna de la Constitución de 1776, el lugar donde más presidentes yanquis han nacido: Washington, Jefferson, Madison, Monroe, Harrison, Tyler, Taylor y Wilson, y uno de los Estados que se separó de la Unión cuando la guerra civil: Un Estado surista parecido en muchos aspectos al que se deja entrever en “Lo que el viento se llevó”.

Reintegrada a la Unión en 1870, Virginia estuvo gobernada ininterrumpidamente por demócratas desde 1883 a 1970, y lo está hoy, lo que sin duda no ha servido para que se diferencie mucho de otros Estados gobernados tradicionalmente por conservadores republicanos: Desde 1976 al día de hoy 476 personas han sido ejecutadas en las prisiones de Virginia y Tejas y 109 esperan en el corredor de la muerte de Virginia la visita del Ángel Exterminador. Por otra parte, que es la misma, sin más condición que tener 18 años un chaval puede comprar una pistola al mes y montar un verdadero arsenal mortífero en su habitación, y lo que es más incomprensible, son muchas las familias que regalan a sus hijos esos artefactos cuando cumplen la mayoría de edad, todo un símbolo de hombría, de patriotismo y madurez.

Hace cuatro años, un estudiante surcoreano mató a treinta y tres personas en el Instituto Politécnico de la Universidad Estatal de Virginia. Esa matanza que escapa a cualquier rincón de la razón, podría haber ocurrido en cualquier Estado de la Unión, pues en los últimos ocho años casi doscientas cincuenta mil norteamericanos han perdido la vida a causa de las armas de fuego, porque en aquella nación hay más de trescientos millones de artilugios mortíferos en manos de particulares y fuera de cualquier tipo de control, porque la principal asociación cívica de Estados Unidos es la del rifle con más de cuatro millones de miembros. Lo extraño del caso es que Virginia fue la patria de Whasington y Jefferson, que abanderó la lucha por los derechos ciudadanos cuando esa nación comenzó a formarse, que ha sido gobernada por demócratas durante más de un siglo casi sin interrupción, que es una región próspera con una renta per capita superior a los 30.000 dólares... Entonces, ¿qué ocurrió en ese Estado mítico donde dicen nació la primera Constitución democrática de la historia, en ese lugar que nos presentan pacífico, equilibrado y rico?

Sinceramente creemos que lo ocurrido hace cuatro años en la Universidad de Virginia no fue una casualidad ni un accidente. Los defensores del rifle alegan que no son las armas las que matan sino las personas, razonamiento por el cual un ciudadano cualquiera podría tener en su casa una bomba atómica en la seguridad de que nunca la utilizaría salvo en defensa propia. Ahí, salvo una minoría contraria de todos conocida, demócratas y republicanos están de acuerdo: El derecho de los ciudadanos norteamericanos a tener armas en sus casas, a llevarlas encima cuando van a pasear al perro o a tomar una hamburguesa, es inalienable, indiscutible, aunque histórica y racionalmente el origen de ese derecho sólo se justificaba en las postrimerías del siglo XVIII cuando se decidió armar al pueblo para emanciparse del Reino Unido. Ese anacronismo persiste tan solo porque según las encuestas –que son las que rigen la política yanqui, y cada vez más la europea- el partido que abanderase la abolición de ese derecho perdería una enorme cantidad de votos. Lo que nos lleva, evidentemente, al meollo del problema: Estados Unidos, la nación más poderosa de la tierra, tiembla de miedo, es una sociedad medrosa que ve fantasmas por cualquier rincón. ¿Por qué? Porque desde el poder así se ha querido que sea –indios, mejicanos, españoles, alemanes, japoneses, rusos, árabes, chinos, siempre han tenido un enemigo al que batir, una amenaza fantasma-, porque no existen lazos de solidaridad entre sus ciudadanos, porque el estado del bienestar sólo existió de modo incipiente durante el mandato de Roosevelt, porque el despido es libre, no existe la seguridad social, ni las pensiones, ni los subsidios de paro, ni la atención a los mayores por parte del Estado. En su lugar hay cárceles, muchas cárceles, violencia, armas por doquier y un veinte por ciento de la población que desea abandonar el país a toda prisa.

¿Será ese el modelo que el FMI, Merkel y Sarkozy quieren imponer para acabar con la “Vieja Europa, esa que hasta ahora era, se quiera o no, una alternativa al modelo norteamericano? Sepan los directores de la política europea que en España cuentan con grandes apoyos para su proyecto americano, que muchos madrileños, murcianos y valencianos, por ejemplo, se disponen a votar a quienes piensan –es un decir- de un modo parecido al suyo, a quienes propiciaron un brutal encarecimiento de la vivienda con su fatídica ley del suelo, les han hipotecado de por vida y se han enriquecido a su costa; a quienes les han lanzado al paro y la miseria, a quienes creen en el autoritarismo, en que la letra con sangre entra, en que hay una justicia para los ricos y otra para los demás, en que los empresarios tienen todo el derecho del mundo a declarar menos ingresos que sus empleados, en que se puede chantajear a un pueblo con una carrera de fórmula uno, en que sólo los “excelentes” tienen derecho a la felicidad, en que la mayoría de los ciudadanos son una pillos, unos aprovechados y unos gandules a los que hay que tratar con “mano de hierro”, en que los especuladores son gentes de bien que hay que acariciar con guante de seda.

Cuando una sociedad está convencida de que todos están en su contra, desde el vecino hasta el rumano al que no conoce, de que sólo la política del palo es eficaz, de que hay que desmontar los instrumentos de solidaridad social, de que los ricos son ricos porque se lo merecen y los pobres lo son por lo mismo, estamos ante una sociedad enferma de miedo, resignación e incultura, y una sociedad que vive inmersa en el miedo y presume de cuanto desconoce está en decadencia y, por tanto, es capaz de cometer las mayores atrocidades contra sí misma. Europa está atravesando una de las mayores crisis de su historia, pero esta crisis no será nada al lado de la que se avecina si los europeos no son capaces de hacer lo que sus vecinos del norte de África –dónde por cierto nadie ha oído su voz pese a que Europa junto a Estados Unidos fueron los mantenedores de las tiranías allí existentes: Ahora de Cuba sí, contra Cuba sí-, si renuncia a sus mejores valores históricos e intenta resucitar contra-natura a Margaret Tacher y suscesores, es decir a los canallas que nos metieron en este inmenso lodazal y que hoy pretenden, envalentonados ante la indolencia ciudadana, hacer el mayor negocio de su historia: Convertir a los trabajadores en esclavos, a los inmigrantes y los jóvenes en delincuentes, a los corruptos en gentiles hombres y a los servicios públicos esenciales en la cueva de Alí Babá.





Pedro L. Angosto

El modelo americano
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