domingo. 12.05.2024

Año Mariano

La predicciones apocalípicas mayas que señalaban a este 2012 como el año definitivo de la gran hecatombe, fueron tema de conversación y debate hace algunos meses atrás; pero perdieron peso paralelamente al discurrir de los días y a la habitual continuidad de la existencia.

La predicciones apocalípicas mayas que señalaban a este 2012 como el año definitivo de la gran hecatombe, fueron tema de conversación y debate hace algunos meses atrás; pero perdieron peso paralelamente al discurrir de los días y a la habitual continuidad de la existencia. Sin embargo las nuevas medidas anunciadas ayer por el presidente de gobierno aportan un matiz que quizás los menos escépticos no habían tomado en cuenta, ya que por lo que parece, será la clase menos favorecida la que tal vez sí encuentre definitivamente su particular fin del mundo en España, antes de que acabe este Año Mariano.

Mientras me parapetaba ayer frente al televisor para no perder detalle de las malas nuevas que con manifiestas muestras de orgullo iba anunciando el presidente, me preguntaba desde qué ángulos enfocar este nuevo artículo que ahora escribo. La variedad de posibilidades era tan rica que decidí improvisar, dar rienda a las palabras y que fueran ellas las que me condujeran al meollo del asunto a tratar. Tiempo atrás, y apropiándose del buen nombre de José Luis Sampedro para escudarse en su firma, alguien redactó una carta abierta que comenzaba diciendo: “Señor Rajoy, es usted un hijo de puta”. Pero claro, no seré yo quien me tome tamaña licencia poética para expresar mi opinión respecto del presidente español y de sus contínuos ataques a la clase trabajadora y a la mismísima democracia; de modo que para la tarea que me ocupa descarto de plano cualquier terminología que sobrepase lo ético, y más aún la expropiación de identidad de algún escritor de renombre.

Mientras veía las manos de los populares chocando entre sí en una surrealista sucesión de aplausos que celebraban cada nuevo anuncio (cada nuevo retroceso), recordaba las lágrimas de la Ministra de Economía italiana, Elsa Fornero, al anunciar el congelamiento de las pensiones de jubilación en diciembre de 2011. Y también esas otras lacrimosidades que humedecieron los ojos de aquel ministro argentino que se inventó una convertibilidad dólar-peso que llevó al país a la ruina absoluta. “Al menos llora”, titulaba por aquel entonces algún medio porteño, aunque bien supiera el pueblo que sólo se trataba de lágrimas cocodrilescas. Sin embargo los populares no lloraban, sino que -por el contrario- aplaudían una a una las medidas, mientras que a su lider espiritual le iba quedando pequeño el traje, como si la confirmación de la mentira “No subiré el IVA” lo llenase de una extraña satisfacción.

A estas alturas de la comparecencia presidencial -repleta de soberbia y de argumentos que ni en la imaginación de un idiota podrían hacerse un hueco- me preguntaba en dónde está el límite de la paciencia de los españoles, indagaba en las causas que hacen a esta suerte de abulia general. Cómo es que todavía no han salido a la calle a exigir lo que corresponde, a impedir semejantes ataques a los derechos, a denunciar la protección que el gobierno otorga a los que más tienen, a oponerse al favoritismo hacia la Iglesia Católica y la Casa Real, instituciones intocables en una España levantada por una clase obrera que finalmente es la única que paga las cuentas del despilfarro y de los desaciertos del poder. Preguntas para las que no hay respuesta a la vista, excepto por la movilización minera y la intención de huelga general que ya se adivina en el aire.

Excusas valederas ninguna. Porque ya no vale el argumento de la “herencia recibida”; conjunción de palabras que el pueblo no debería permitir como justificante supremo e irrefutable de los sacrificios a los que se lo expone. Porque con ese criterio un mismo irresponsable podría mantenerse en el poder treinta años cometiendo todo tipo de atropellos, siempre argumentando que por culpa de la herencia recibida y etc, etc. Y luego vendría otro que también recibiría herencia, y luego otro y así infinitamente. Rajoy insiste en que con estas medidas se protege “el interés general” y de esta manera deja claro cuál es su concepto, tanto de “interés” como de “general”. Al contrario que en Francia, en donde Francois Hollande opta por un impuesto a las grandes fortunas, el presidente de gobierno arremete nuevamente contra los pobres, haciéndolos pagar la factura de una fiesta en la que ni siquiera fueron invitados. Mientras tanto la Amnistía Fiscal (otra medida surrealista que quedará registrada en los anales de la historia) libera de responsabilidades a quienes quieran pegarle una enjuagada al dinero sucio, los ricos se hacen más ricos y los pobres, paupérrimos.

¿Qué es un programa electoral?, ¿para qué sirve?. Esos panfletos llenos de promesas son la máxima expresión del descaro. Sólo basta con ver el que repartió en campaña en Partido Popular para comprobar que entre esos papeluchos y los volantes de promoción de cualquier circo de verano, no hay grandes diferencias; excepuando -claro- la comicidad entre uno y otro payaso.

Aún queda mucho año por delante. Quizás los Mayas hayan errado su predicción, aunque eso está por verse. Sea como fuere no cabe ninguna duda de que este es el año de las desigualdades. Un año de grandes satisfacciones para los ricos y de tremendos sufrimientos para los pobres. Un Año Mariano.

Año Mariano
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