jueves. 18.04.2024

¡Animo François! y ¡Suerte Hollande!

Gran parte de Europa está pendiente de lo que pueda hacer el nuevo presidente de Francia, François Hollande, para introducir políticas de crecimiento económico en el rígido recetario que ha dejado sobre la mesa el eje germano-francés dirigido por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy.

Gran parte de Europa está pendiente de lo que pueda hacer el nuevo presidente de Francia, François Hollande, para introducir políticas de crecimiento económico en el rígido recetario que ha dejado sobre la mesa el eje germano-francés dirigido por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. De alguna manera, gran parte de Europa desea que el eje sea ahora, de verdad, franco-alemán y que dicho eje no se imponga sobre el resto de los gobernantes comunitarios sino que dialogue con ellos. Las diatribas contra la canciller alemana Merkel, por su intransigencia y autoritarismo tanto en la Eurozona como en la Unión Europea, olvidan muy a menudo que dichas actitudes contaron con la aquiescencia y complacencia de su inseparable socio galo Sarkozy. Ambos han sido responsables de las políticas de austeridad a ultranza y, de lo que es peor, de crear un poder que se ha superpuesto a todos los órganos e instituciones comunitarias, retrayendo años atrás el espíritu de debate que hizo de la Unión Europea un patrimonio de la Humanidad, como dijo el expresidente brasileño, Lula da Silva. Muchos observaban con preocupación la demostración de poder del eje germano-francés y recordaban el pasado reciente de Europa, marcado por los afanes imperialistas de Francia en el siglo XIX y de Alemania en el siglo XX.

Aunque, a decir verdad, también muy a menudo esas diatribas contra Merkel olvidan que ningún gobernante comunitario ha tenido valor para discutir y confrontar esas políticas, quizá por convencimiento propio o por rendición inducida. Esto último es lo verdaderamente preocupante. Para los esotéricos, nada bueno puede augurar el mal tiempo, la lluvia y el incidente aéreo que han protagonizado tanto la toma de posesión de Hollande como la entrevista de éste con Merkel en Berlín. Si muchos coincidimos en pensar que el recetario Merkozy busca, ante todo, la salvación de los bancos alemanes y franceses frente al posible impago de sus acreedores europeos, tanto privados como públicos; y si muchos no pasamos por alto la negociación directa del representante del lobby bancario europeo con Merkel y Sarkozy en las últimas cumbres comunitarias… muchos contenemos el aliento esperando la reacción que dicho lobby tendrá con Hollande y, por supuesto, muchos deseamos que el nuevo presidente de Francia tenga el coraje y los apoyos suficientes del resto de gobernantes comunitarios para imponerse a dicho lobby. Porque, a estas alturas de la crisis, a nadie se le escapa que los mercados financieros se han impuesto a los gobiernos democráticos y que la canciller alemana, Angela Merkel, ha sido la principal valedora de este viraje político, intentando convencer a sus correligionarios europeos de que “vivimos en democracias de mercado”. Parece que hemos pasado de la famosa frase de Bill Clinton (“es la economía, estúpido”) a una que bien podría ponerse en boca de Angela Merkel (“son los mercados, estúpidos”).

Las ideas que François Hollande vaya desgranando a sus socios comunitarios irán revelando la postura que el poder financiero vaya a adoptar de aquí en adelante. Incentivar el papel del Banco Europeo de Inversiones, utilizar los fondos estructurales, implantar un impuesto a las transacciones financieras y emitir deuda europea para financiar infraestructuras son buenas propuestas para intentar salir antes de la crisis. Pero donde se verá el pulso entre el poder político y el financiero será, sin duda, en el papel que siga teniendo el Banco Central Europeo. Si éste sigue prestando dinero barato a los bancos privados para que estos, a su vez, lo presten más caro a los Estados, se seguirá retrasando la salida de la crisis, pues el crédito no llegará a los particulares, interesados los bancos como están en salvar antes sus balances y no quebrar, asegurándose para unos cuantos años las ganancias que percibirán del cobro de esos créditos a los Estados. Es decir, se seguirá asegurando el negocio redondo de la deuda soberana, un negocio al que la banca privada ha apostado decididamente, una vez que ha calculado las posibles pérdidas generadas por los posibles impagos de los créditos privados. Y, al mismo tiempo, se impedirá que los Estados puedan generar crecimiento, pues para incentivar éste tendrán que seguir pidiendo dinero prestado a los bancos privados y el pago de los nuevos intereses se comerá los ingresos generados por el previsible crecimiento que pueda darse en el corto y medio plazo. El meollo de la cuestión está, pues, en el papel que el Banco Central Europeo (BCE) siga teniendo en la economía de la Eurozona. Y, sin duda, para muchos economistas críticos, partidos de izquierda, sindicatos y movimientos sociales, el BCE tiene que convertirse, de una vez por todas, en el verdadero banco público o reserva federal de la Unión Europea, comprando deuda soberana directamente a los Estados al mismo tipo de interés al que actualmente presta a los bancos privados o directamente a interés cero. Aunque, claro está, aquí se cerraría el grifo para el gran negocio que estos bancos tienen todavía bien asegurado.

Otra de las ideas que el presidente francés, François Hollande, quiere proponer a sus colegas comunitarios, aparte del pacto por el crecimiento, es la reciprocidad en los acuerdos comerciales. Esto suena un poco a proteccionismo pero, en realidad, los dirigentes comunitarios deberían reflexionar todos juntos si la globalización neoliberal, con su desregulación y eliminación de aranceles a diestra y siniestra, sin mirar a quién, no ha provocado el desmantelamiento de sectores económicos enteros, al permitir que economías con costes de producción muy dispares vendan al mismo precio en los mercados europeos mientras que, por el contrario, muchos de nuestros productos no pueden venderse en esos países a precios locales. Este tipo de globalización solo ha beneficiado a las grandes corporaciones, que han podido fabricar barato muy lejos de donde luego vendían sus mercancías, pero a costa de laminar a pequeños y medianos productores que no han podido ser lo suficientemente grandes como para exportar la producción e importar la venta. La Unión Europea debería revisar sus acuerdos comerciales con algunos países y, desde luego, no estaría de más volver a un cierto proteccionismo que gravara con mayores aranceles los productos de países donde se pagan salarios de subsistencia. No es una idea descabellada. Ya la propuso en su momento Jacques Delors cuando fue presidente de la Comisión Europea, aunque cayó en saco roto, muy probablemente por el enorme poder que ya tenían entonces los lobbies de las grandes corporaciones en el diseño de la política económica comunitaria.

Y, finalmente, François Hollande tendrá que hacer frente a la intransigencia ya manifestada por la canciller alemana Merkel de renegociar el reciente Pacto Fiscal firmado por 25 países de la Unión Europea, aunque habrá que ver si el presidente francés sigue adelante con su negativa a incluir en la Constitución francesa la regla de oro del déficit que asegure la estabilidad presupuestaria. Aunque a Hollande no le debería temblar el pulso si considera necesario renegociar lo que crea conveniente porque si algo demuestra la historia de la Unión Europea es que cuando los socios comunitarios lo creen conveniente negocian y negocian hasta la extenuación, y repiten y repiten referendos hasta que logran sus objetivos. Nada es innegociable, por más que Merkel lo diga. Y Hollande tendrá que hacer valer su posición como presidente de la segunda potencia de la Unión Europea, buscando apoyos en gobiernos afines como el de Dinamarca o el próximo que salga de las urnas griegas. Incluso, aunque no lo digan, hay jefes de gobierno nada sospechosos de ser progresistas que están deseando que Hollande le ajuste las cuentas un poquito a Merkel. Y si no, que se lo pregunten a Passos Coelho, Rajoy, Cameron o Monti, por citar solo unos pocos.

Lo que, sin duda, creo yo que Hollande encontrará será el apoyo unánime, aunque no incondicional, de la izquierda europea, precisamente por no identificarse toda plenamente con él; y también del movimiento sindical aglutinado en torno a la Confederación Europea de Sindicatos que, hasta ahora, todo hay que decirlo, no ha cosechado ningún éxito visible y, por tanto, debería plantearse su estrategia de futuro. Así que, ¡ánimo, François!, ¡y suerte, Hollande!

¡Animo François! y ¡Suerte Hollande!
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