sábado. 20.04.2024

La victoria de las minorías sobre Trump y el trumpismo

Trump hiede.  Ya es un cadáver político. Pero quizás, aunque derrotado, no podamos decir lo mismo del “trumpismo”. Y eso seguramente responde a que el trumpismo es algo más que una proyección de la personalidad de aquel.  Este buen señor con su candidatura y posterior Presidencia de los Estados Unidos ha sabido hacer suyas, personalizar, catalizar sinergias históricas anteriores, muy anteriores incluso a su nacimiento, y aprovecharlas en beneficio propio. Todo ello en un contexto de decadencia del imperio americano.

El personaje en realidad es un auténtico nihilista amoral dispuesto a aprovechar en beneficio propio todos los flujos sociales, históricos y actuales, que favorezcan su protagonismo. En España históricamente hemos tenido personajes de esta calaña. Lerroux, posiblemente haya sido el que más lejos llegó. El Emperador de El Paralelo. Una biografía a releer, muy actual. De apelar al proletariado de Barcelona a ser tres veces Presidente del Consejo de Gobierno de la 2ª República y gobernar en alianza con la CEDA, todo ello en el llamado“bienio negro”. En nuestros tiempos, el paralelismo de Trump con “nuestro” Gil y Gil es claro. Siempre he pensado que el final de este fue programado cuando pretendió dar el salto a la política nacional. Los mismos fines de enriquecimiento personal y ponerse personalmente a salvo de la acción de la justicia, la misma corrupción, la misma chabacanería, el mismo lenguaje… Gil podría ser un precedente. Un adelantado a los populismos filofascistas posteriores.

El contexto actual de los Estados Unidos es incuestionablemente favorecedor de los populismos. Lo de “hacer grande de nuevo a América”, más que un eslogan, que también,  es un reconocimiento de una realidad, una declaración de intenciones y un programa de gobierno. Es ciertamente un llamado a todos los estadounidenses a los que la evolución del capitalismo no sólo no ha favorecido, sino que ha marginado y sumido en la pobreza para que se sumen a una causa en la que no tienen pito que tocar. Esa clase obrera que en su día trabajaba en la industria de lo que se llamó el “cinturón azul” y que en buena medida se ha desmontado y deslocalizado a Méjico o a Corea del Sur o China. Esa clase obrera deprimida que ha sido parte esencial del electorado trumpista, que castigó a la “Sra. Hilaria” abandonando en las anteriores elecciones al Partido Demócrata y retornando en parte en éstas últimas elecciones. Eso  asimila el trumpismo a los movimientos fascistas del siglo XX: un proletariado decepcionado con las fuerzas sindicales y políticas progresistas y atento a los cantos de sirena que los convocan a construir un Reich.

De ese contexto forma parte, la decadencia del imperio americano en lo económico, en lo político, en lo militar…, en la que ni Trump ni sus seguidores asumen autocrítica alguna y se limitan a culpar a China, a los aliados europeos y también a los ya tradicionales “ejes del mal” (Rusia, Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela…). Sólo las tecnológicas apuntalan hoy el imperio que si no ha dejado de ser la primera potencia, va a dejar de serlo posiblemente  muy en breve. Los ritmos de crecimiento auguran que China sobrepasará a los Estados Unidos como primera potencia. La guerra de Trump contra las tecnológicas chinas (Huawei, Tik-Tok, etc.) –tan tramposa como su gobierno, sus tuits, o su campaña electoral o postelectoral- son un intento imposible de retrasar lo que parece inevitable. La superioridad que el 5G podría aportar a las tecnológicas orientales. Su guerra económica contra sus aliados europeos no puede entenderse sino desde la desesperación del suicida. Un capítulo especial que ningún europeo de bien podría olvidar es el apoyo explícito al Brexit y a la ruptura de la unidad y el sueño europeos. Algo sin precedentes en la diplomacia mundial y sencillamente intolerable en un aliado. Habrá que ver cuánta soledad acompañará a partir de ahora a Mr. Boris Johnson, que compartía con Donald J. Trump mucho más que el peluquero.

Y entre las causas históricas del Trumpismo está la esclavitud y el racismo consecuente que no es algo que simplemente forme parte del pasado sino que sigue ahí, inmanente, en la actualidad. Ni siquiera tácita sino expresamente.

Durante mucho tiempo se ha pretendido vincular la esclavitud con el viejo régimen, las explotaciones agrarias, las influencias del Imperio español en el Sur de los Estados Unidos y desvincularlo del capitalismo. Hoy los estudios nos permiten mantener que la acumulación inicial de capitales que permitió la puesta en marcha de la industria manufacturera en Inglaterra, en los Países Bajos, en Cataluña o en Andalucía, dónde hubo un inicio capitalista importante aunque fracasado, se vinculan estrechamente con el tráfico de esclavos. Y más que en ningún sitio, en los Estados Unidos donde la esclavitud tuvo unas dimensiones imposibles en otros países. Hablamos del tráfico de esclavos como negocio autónomo que generó importantes riquezas, de la explotación de los mismos como mano de obra que sólo requería manutención y con el aprovechamiento de los esclavos como mano de obra barata en la industria manufacturera, tras la abolición.

El capitalismo americano estuvo y está vinculado estrechamente al esclavismo. No en vano hasta fines de los 60, ¡del siglo XX!, la segregación de los afroamericanos estaba en los ordenamientos jurídicos y sobrevive todavía hoy en formas tan brutales como las que saltan a los medios de comunicación un día sí y otro también. Junto a eso, que el racismo,que hunde sus raíces en el pasado esclavista, ha sido utilizado estratégicamente para romper la eventual unidad de la clase trabajadora. La existencia de un proletariado “negro” de peor “calidad” ha permitido al proletariado “blanco” desclasarse y sentirse más unido al “blanco” que le explota que al “negro” que se sienta en el mismo banco o trabaja en la misma cadena de producción. El racismo, en definitiva, es un arma emocional que se trabaja con fines sociales y políticos.Ahí hay que buscar la explicación de la justificación o la pasividad de la sociedad americana con la violencia policial contra los afroamericanos. Y lo mismo dentro del proletariado “blanco” con la distinción y segregación de los italoamericanos, irlandeses-americanos, polaco-americanos, frente a la pureza de la raza sajona.

Indudablemente, la ausencia de consciencia en los Estados Unidos de la estratificación en clases sociales, tiene que ver mucho con el racismo. Y con la falta de implantación del socialismo o del Estado social de Derecho, a lo que buenamente se aproxima como puede el Partido Demócrata, en medio de sus propias contradicciones.

La derrota de Trump por otra parte es una elegía a las minorías. Los afroamericanos, los hispanos, las mujeres, los trabajadores con consciencia social, los inmigrantes, las minorías lingüisticas, las minorías religiosas, las minorías ideológicas de izquierdas, los profesionales progresistas, las minorías políticas y económicas agrupadas en el Partido Demócrata… Con sus políticas, con sus insultos Trump ha unido en su contra a todas las minorías construyendo una mayoría que ha derrotado al viejo Partido Republicano, que en su siglo fue progresista, y que hoy es el partido de los ricos, de los blancos, de los anglosajones, de los protestantes y de los machos… Que vayan tomando nota en otras latitudes. La esperanza es posible.

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