miércoles. 24.04.2024

Protocolaristas y campechanos

sanchez ayuso

Se atribuye a Aristóteles aquello de que “en el centro está la virtud”. Naturalmente que Aristóteles no era del CDS y ni siquiera de Ciudadanos. Con Casado, recién llegado al centro en el que no se sabe cuánto va a permanecer, (¡ya no está!), Aristóteles no se pararía ni a echar un cigarrillo. Tampoco parece muy claro qué sea el centro o el término medio entre dos extremos o qué sea un extremo y cuál el otro. Todo es un problema óptico, de cómo se vean las cosas y de qué referencias elija cada cual. Y ya puestos, salvo que compartamos con Aristóteles la trampa de decir que, entre el exceso y el defecto está la virtud, me inclino a pensar, por ética y por estética, que la virtud está en el extremo más radical. Y no me pregunten en qué consiste eso. Lo cierto es que la virtud no está en el exceso ni en el defecto y ni siquiera en el término medio. La virtud está allí donde caen las piedras. Sólo las víctimas son virtuosas. Por eso acabaron tan mal el maestro de Aristóteles y el maestro de su maestro, Platón y Sócrates.

Por todo lo anterior, no seré yo quien les aconseje ser protocolaristas o campechanos. Y menos aún virtuosos visto el riesgo de lapidación. (Inevitable acordarse de La Vida de Bryan).

Antes al contrario, pónganse a salvo de los unos, pónganles Uds. nombre. Y de los otros, lo mismo. De los virtuosos guarden eso que hoy, con corrección política, llamamos “distancia social” y no es otra cosa que mera “distancia física”. Por la falta de tino, más que nada.

De los protocolaristas porque usan la seriedad, la rigidez y la distancia del protocolo para mantener la separación y así esconder su auténtica personalidad. Son peligrosos, están amagados, agazapados, a la defensiva…No se fíen, si la esconden es porque no es exhibible. Invadir su distancia de seguridad es arriesgado. Son cobardes. Y más si se les arrincona.

De los campechanos menos aún. Bajo la apariencia de frivolidad, flexibilidad y cercanía está la misma seriedad, rigidez y distancia de los protocolaristas. Esconden su personalidad, intentando hacernos creer que no son quienes son sino lo contrario de lo que realmente son. Buscan la cercanía. Y cuando la tienen, pasan a la ofensiva. Si simulan lo que saben que no son, es porque lo que son no es exhibible. Dejarles invadir tu distancia de seguridad es arriesgado. Son osados y peligrosos. No les concedan espacios abiertos. Peligra la cartera. E incluso, la vida.

La clave no estaría tanto en que unos y otros se manifestaran como realmente son. Las exhibiciones autocríticas o de sinceridad son francamente repugnantes. Eso de “lo siento mucho, no volverá a suceder” es para bobos. Mejor sería que los protocolaristas hicieran terapia de campechanismo y los campechanos de protocolarismo. Para los que los padecemos, hace mucho que hay un entrenamiento en el difícil aprendizaje de decir que no y huir todo lo rápido que se pueda.

Pero junto a personajes que son ontológicamente protocolaristas o campechanos, absolutamente irrecuperables, hay gentes que coyunturalmente se manifiestan de una u otra forma. Bajo el nefasto influjo de aquéllos o por timidez o buenismo, se conducen protocolarista o campechanamente. No es lo mismo ser protocolarista que protocolario.

De campechanismo han pecado reiteradamente nuestros gobernantes recientemente. Y no sólo el emérito. Cuando lo que hay en juego son intereses públicos y estructuras públicas jerarquizadas, la observancia del protocolo no es una forma personal de ser, es una exigencia de la función encomendada. No puede mandarse el mensaje de que unas relaciones, que son formales y jerarquizadas, son adjetivas, relativas, propias de amiguetes… en que uno cede en lo que le es ajeno y por tanto no puede ceder. Vivimos una sociedad que tiende a la horizontalidad, en la que todo se confunde. Los padres no pueden perder su rol ante sus hijos. Ni el Juez puede tutear al reo, que se está jugando la libertad. Ni el abogado puede creer que el juicio es un programa de tertulianos tipo “Salsa Rosa” en que todo el mundo interrumpe a discreción a todo el mundo, interviene cuando quiere y grita y niega las funciones de quien lo preside y tiene encomendada la dirección del proceso. No se pueden imaginar el daño que estos programas “del hígado” y de príncipes y princesas del pueblo, han podido hacer.

La observancia del protocolo, del procedimiento en esos casos es fundamental. Porque define los papeles de los intervinientes y condiciona las soluciones. Las negociaciones sobre el fin de la guerra de Corea fueron precedidas de unas previas que duraron cuatro años sobre la forma de la mesa en que habrían de tener lugar aquellas. Sí, sí. Si la mesa debía ser cuadrada, rectangular, triangular, circular… ¡Cuatro años! Y detrás de cada propuesta había una concepción de quienes debían ser las partes intervinientes, qué papel debía tener cada una y en qué forma se garantizaba la defensa de los intereses de cada cual. Esos cuatro años se explican por la paciencia oriental de los coreanos y su conocimiento de que ceder en el campo de las negociaciones era perder lo ganado duramente en el campo de batalla, pero también por el intento de los americanos de ganar algo de lo que habían perdido en tan larga guerra o no perder más todavía con unas negociaciones humillantes.

Pedro Sánchez no es buen negociador. Ni siquiera un pasable jugador de póker, mus o cualquier juego de envite. Ni siquiera debió ser, en su momento, un aceptable jugador de baloncesto, imagino. No todo es cantar las cuarenta o encestar de tres. En todo juego hay que atenerse a las reglas del juego. Sánchez se equivocó claramente aceptando visitar y negociar con la Sra. Díaz  Ayuso en la Puerta del Sol. Dudo que sus asesores le aconsejaran hacerlo y si lo hicieron está tardando en despedirlos por ineptos. Ya lo recordarán: aquél acto con dos mil banderas rojas con siete estrellas de cinco puntas cada una y otras dos mil banderas rojigualdas.

No hay inconveniente en que el Presidente del Gobierno de España visite por cortesía a cualquier Presidente de Gobierno Autonómico en su sede, pero si se trata de negociar una situación conflictiva la sede de la negociación ha de ser el Palacio de La Moncloa. Los conflictos no se negocian a domicilio y ni siquiera en una sede neutral, porque ello eleva al contrincante por encima del papel que constitucionalmente le corresponde. Iguala al desigual. Es un mensaje erróneo de quien lo emite que propicia un entendimiento equivocado en quien lo recibe. Dificulta o encarece la negociación.

Todo lo que estamos teniendo que vivir, la inflación de desatinos de este peculiar y extravagante personaje que gobierna la autonomía más rica de España, sus políticas ajenas a la realidad de la crisis y a las que razonablemente se ejecutan en cualquier otra autonomía gobernada por quien la gobierne, su desafío permanente al Gobierno de la Nación, su engreimiento y falta de humildad y modestia… tiene mucho que ver con el hecho de que Sánchez le asignara un papel en el reparto que no le correspondía. Que le hiciera creer que es más de lo que es de acuerdo con las leyes. Que le otorgara el papel de lideresa nacional a quien no es más que una líder regional, ni más ni menos.

Todo se desbordó aquel fatídico día en que Díaz Ayuso usó la visita de Pedro Sánchez para publicitarse y reírse de él, y de quienes la oímos, anunciando públicamente que iba a colaborar con el Gobierno de España en la lucha contra la pandemia. Colaboración que duró lo mismo que la presencia de las cámaras de televisión.

Tarde o temprano el Gobierno de España tendrá que rebajar el suflé y ponerla en el sitio que le corresponde.

Protocolaristas y campechanos