jueves. 25.04.2024

Perseverance y el arca de Noé

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Que Marte se haya convertido en el oscuro objeto de deseo para una pluralidad de expediciones que van desde la organizada por la NASA hasta la patrocinada por los Emiratos Árabes Unidos,  da lugar a inevitables especulaciones. ¿Se trata de averiguar si Marte albergó vida en el pasado o incluso en el presente? ¿O se trata de saber si puede albergarla en el futuro? Tampoco parece que esas tesis sean contradictorias. De hecho, hay voces autorizadas que expresan su convicción de que es muy probable que la hubo y casi segura la subsistencia de algún tipo de vida microbiana ferrófaga.

Que algunas de esas expediciones afirmen su intención colonizadora, sirve para poner de relieve que ya hay quien está convencido de que el futuro de la Humanidad en la Tierra no parece asegurado. Quizás la Biblia no sea tanto una pretendida historia del pueblo de Israel sino el presagio del futuro de la Humanidad ante un cataclismo inevitable. Un relato de ficción ucrónica. Quizás el Arca no sea otra cosa que una nave espacial y  Elon Musk, el de Tesla,  el mismísimo Noé. Elegido por el Dios del bitcoin. Quizás el Diluvio Universal sea solo una metáfora.  

Por otra parte, las expediciones a lo mejor nos obligan a afrontar que Marte, donde parece muy probable que hace millones de años había grandes mares de agua y todas las posibilidades de vida, fue en su día un planeta azul como la Tierra. Arruinado, quizás, por la temeridad de quienes lo habitaban. Sería ejemplificador que Marte fuera un espejo en que mirarnos. Quizás podríamos descubrir que los “marcianos” son el “homo antecessor” de nuestro “homo antecessor”. Somos nosotros mismos, emigrados tal vez de un Planeta que destruimos a otro que destruiremos con práctica seguridad. De momento, las fotos de Perseverance ya nos enseñan que Marte es la localización perfecta para rodar una secuela más de Mad Max.

Mala cosa que las ratas pretendan abandonar el barco. Presagio quizás del desastre ecológico y social que tanto nos cuesta asumir y muchos niegan de manera cínica.

Bill Gates parece empeñado en el combate ecológico por la defensa de nuestro Planeta. Recientemente ha dejado dicho que lo de la pandemia es cosa de niños para los daños ecológicos que vendrán después y no a mucho tardar. Bienvenido, aunque me resisto a aceptarlo por el simple argumento “a domino”. Pero este señor, además de muchísimo dinero, tiene toda la información. No suele fallar. También parece paradójico que quien preside una Corporación que integra el Gran Capital mundial, responsable de la destrucción que se avecina, pretenda concienciarnos hipócritamente del desastre. El capitalismo es un sistema amoral en que la bondad se reserva a los ricos y se ejercita por razones fiscales. Porque desgrava. A través de Fundaciones supuestamente filantrópicas. La bondad de los pobres se llama solidaridad y es peligrosísima para el sistema. Porque la caridad obliga al receptor a mirar la mano del donante con los ojos bajos y a besar, en señal de sumisión, el anillo. Por el contrario,  la solidaridad obliga a mirarse a los ojos y eso ayuda a comprender que todos los ojos (y todos los corazones) son iguales. Que donante y receptor son lo mismo y con los mismos derechos.

Por otra parte, la Dra. Neira, de la que, por simples razones de empatía personal, el mismo argumento “a domino”, me creo todo, se expresa en los mismos términos. En estos días nos ha dicho que el 70% de los brotes pandémicos tiene su origen en saltos de especie provocados por la deforestación y la extinción de especies. Que el peligro no es para el Planeta, sino para quienes lo habitamos. Que salvar el Planeta es un eslogan falsario. Que el peligro no es para la tercera persona del singular sino para la primera persona del plural y, enterémonos, para la primera persona del singular. La Tierra podría seguir girando en rotación y traslación, vacía de vida animal y vegetal, sobrecalentada o helada y sin una gota de agua ni una brizna de oxígeno que respirar. No faltan científicos que alimentan mi hipocondría con el deshielo de los polos, en los que no se sabe qué monstruos pueden ocultarse desde las glaciaciones que los originaron hace millones de años, qué virus procedentes de especies que el hombre ni siquiera conoció históricamente y frente a los que ni siquiera sabríamos cómo defendernos. Incluso qué otras formas de no-vida diferentes a los virus.

Por mi parte he intentado investigar en los clásicos. Y he de decir que El Manifiesto Comunista, escrito por Marx-Engels en 1849, siempre me pareció un documento optimista, propagandístico… Un documento en el que se pretende anticipar un futuro a la medida de los deseos  de sus autores y sus compañeros en la Asociación Internacional de Trabajadores. Casi un cuento para niños que, parte de sus miedos, para que aprendan a superarlos trasmitiéndoles la seguridad de que, por muy mal que vayan las cosas, al final, al final comerán perdices.  Como en las películas de Hollywood en el Manifiesto Comunista tras un guion lleno de dificultades para los protagonistas, la productora impuso un final feliz en el que todo se arregla para que nos podamos ir tranquilos a la cama. El Manifiesto acaba en beso o boda, como quieran. Todo acaba, como no puede ser de otra manera, en el socialismo salvador.

Sin embargo y a pesar de lo dicho hoy me parece asombrosamente profético. Porque era difícil  en 1849 intuir esa extraordinaria capacidad revolucionaria de la burguesía en el aspecto productivo que secretamente Marx y Engels admiraban, como hijos de esa clase. Mucho más difícil prever, imposible, que esa capacidad revolucionaria iba a experimentar una progresión geométrica hasta los extremos que hoy vivimos. Difícilmente los jóvenes Marx y Engels, prácticamente treintañeros, podían prever las Grandes Corporaciones Multinacionales, la capacidad para competir deslealmente, los avances tecnológicos, la masificación del consumo… Incuso la intervención del Estado hasta configurar un sistema de capitalismo de Estado… Gracias al enfoque tomado del materialismo dialéctico,  también alcanzaron a ver la contradicción: la capacidad autodestructiva del capitalismo. Por ello concluyeron que la simple evolución del capitalismo, el simple andar de la burguesía conduciría al socialismo.

¡Que ingenuos mis amigos Karl y Friedrich! Por pensar que la potencialidad destructora de la burguesía se limitaría al sistema capitalista. No, no alcanzaron a intuir, aunque estaba ahí,  por ese exceso de optimismo, que esa capacidad destructiva no se limitaba a la explotación de los trabajadores o al canibalismo  de la burguesía consigo misma sino que acabaría afectando a las condiciones básicas que soportan la vida en el planeta. Porque todo lo que amenaza nuestra supervivencia y la de la vida en general tiene que ver con el capitalismo: la sobreexplotación de los bosques y los carburantes minerales, la carbonización atmosférica, el sobrecalentamiento, la ganadería intensiva, la motorización masiva, los gases invernadero…

Por eso el socialismo moderno ha de asumir de forma plena y sincera el ecologismo. Y todo ecologismo es, en sí mismo y por pura congruencia, socialista. Porque la Historia no ha previsto un final feliz. Ya no se lleva. Ni siquiera en el cine.

Perseverance y el arca de Noé