jueves. 28.03.2024

La paradoja política española

En los estudios sociológicos sobre intención de voto que se hacen en terreno europeo aparece España como uno de los países que más a la izquierda según los propios encuestados y, sin embargo, aún gobierna la derecha, el PP, a pesar de los innumerables casos de corrupción. No podemos inculpar sólo a los partidos de izquierda de tal desaguisado político sino, en primer lugar, a los propios votantes españoles que en la últimas elecciones 8.700.000 votaron al partido de Rajoy y otros millones se abstuvieron. No obstante tal hecho debiera llevar a que los dos partidos de izquierdas de ámbito nacional, PSOE y Podemos, reflexionaran sobre tal hecho. Si ambos partidos llegaran a la conclusión de que por sí solos, por sus bases electorales, no pueden llegar a desplazar al PP como partido más votado y con mayor número de escaños, parecería natural que llegaran a la conclusión de que la izquierda en este país sólo puede gobernar con un acuerdo entre ambos. Pero lo que resulta alarmante para el futuro del país es que ambos partidos sueñan con, primero, ser el primer partido de la izquierda –uno de los dos lo será- y, segundo, desplazar al PP como partido más votado, sueño imposible de convertirse en realidad en próximas elecciones. Para ambos partidos su nicho electoral se ha estabilizado con un margen de mejora insuficiente para el sueño mencionado. Y, sin embargo, ambos partidos rompen una y otra vez el astado de sus deseos contra el muro de la realidad electoral sin hacer examen de conciencia de por qué no pueden hacerlo. A los ciudadanos españoles –incluso a la inmensa mayoría de los que votan al PP- les interesaría algo más modesto como es que la suma de los escaños de PSOE y Podemos sumaran más que los del PP y Ciudadanos. Pues no, siguen enfangados en el sueño de un mundo que no volverá –el PSOE- y una realidad socioelectoral que no es la que dibujan los votantes y abstencionistas –Podemos-. Para tal acuerdo ambos partidos deben dar un giro ideológico o un salto considerable. Veamos.

El PSOE nunca ha sido un partido socialdemócrata; al menos no lo ha sido en el terreno económico, terreno fundamental en una crisis económico, donde lo que ha de imponerse es la redistribución de la renta y la riqueza. El PSOE tuvo su alma dividida durante la dictadura de Primo de Rivera y la II República entre la revolución –Largo Caballero- y la gestión gubernamental cuando le llegó su turno. Luego, los cuarenta años de vacaciones durante la dictadura franquista, para pasar al neoliberalismo económico intervencionista con Felipe González y sus ministros de Economía Boyer y Solchaga. En derechos civiles Zapatero le dio un impulso con el matrimonio homosexual, el cambio en los criterios de aborto y la ley de la dependencia, de tal forma que en esos derechos el PSOE sí es homologable al más avanzado de los socialdemócratas. En cambio en economía el PSOE nunca se ha entrenado y estrenado en las durezas socialdemócratas y ha preferido entregarse a las mieles neoliberales. El fracaso es palmario y lo concretó Zapatero con sus medidas sobre el sueldo de los funcionarios y la congelación de las pensiones en mayo del 2015. El problema ahora es que ya no son suficientes los criterios económicos socialdemócratas que llevaran a los países nórdicos y a otros como Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, etc. a construir el paraíso del Estado de Bienestar. La base intelectual de la socialdemocracia es el keynesianismo, pero en este conjunto de ideas y recetas que engloban tal nombre no se encuentran dos cosas que hay que hacer en España y en otros países de Europa –por no decir del planeta-. En primer lugar la redistribución de la renta y, también y esto es muy duro, de la riqueza. La segunda es la de que los ingresos fiscales en España son insuficientes para recuperar el precario Estado de Bienestar que había antes de la crisis. En ambas el PSOE no está mentalizado, no está en ello, no está preparado ni política ni intelectualmente. Ha de prepararse a marchas forzadas y este nuevo PSOE, con estas nuevas tareas, sólo lo podría abordar Pedro Sánchez y nunca la teleñeco Susana Díaz ni el ajado Paxi López. Si ganara Susana Díaz el cargo de la Secretaría General del PSOE diríamos: adiós PSOE. Con Sánchez aún hay esperanzas, no aseguradas, pero las hay.

En cuanto a Podemos, con la defenestración de Iñigo Errejón, se perdió la opción de izquierdas y ha quedado la ruta pequeño-burguesa de Pablo Iglesias, ruta que se ha podido comprobar con el “tramabus” y la pretenciosa e inoperante moción de censura en ciernes. La opción de Pablo Iglesias es simétrica a la de Susana Díaz: antes que gobierne Rajoy a que gobierne alguien que no sea del propio partido. Un desastre para la izquierda. Entre PSOE que no llega a socialdemócrata y Podemos que no sale del cascarón pequeño-burgués parece que Rajoy tiene asegurado también las próximas elecciones aun cuando Podemos y PSOE sumaran más escaños que PP y Ciudadanos. La esperanza de que ambos partidos cambien es que les cambien sus militantes. En el PSOE es posible si Pedro Sánchez triunfa entre los suyos; en cambio en Podemos no parece que sus militantes sean conscientes que no son consecuentemente de izquierdas, sólo lo son por la verborrea, pero ya dice el Evangelio que “por sus obras les conoceréis”.

Y sin embargo el gran problema político y ético en España son los votantes del PP, que al votar a ese partido se hacen cómplices de su corrupción y le dan justificación a Rajoy y sus secuaces para seguir esquilmando. El Estado de Derecho surge con la Revolución francesa de 1789 y la Declaración de Filadelfia de 1776 allende los mares americanos del norte. Un principio de legalidad –todos somos iguales ante la ley-, una población y un territorio son los elementos mínimos del Estado de Derecho; en el siglo XIX surge el Estado de Bienestar, pero ahora eso ya no es suficiente. Ahora es imprescindible introducir otro elemento básico, constitutivo del Estado de Derecho: la ética del voto. Los 13.270.000 de Alemanes que dieron su voto a Hitler en 1933 son en parte –sólo en parte- corresponsables de lo que hizo el nazi 6 años después y siguientes; los más de 60 millones que le han dado la Presidencia USA a Trump también lo son en parte de lo que haga el nuevo Hitler de Occidente; de lo que hace Rajoy y la corrupción de su partido los son lo 8.700.000 que le votaron en las últimas elecciones del 2016. Ética y responsabilidad deben formar parte de la construcción de los estados democráticos sopena se confunda democracia con mero sistema electoral. Todos estos votantes –alemanes, americanos, españoles- ya tenían información de lo que eran sus votados y de lo que podrían llegar a hacer. Esta es la grandeza y la miseria de las democracias: que los votantes son en parte responsables de los que hagan sus votados. Si mañana se hace una encuesta y resultara que el PP perdiera simplemente 2 millones de votantes se acababa la corrupción del PP. Y de paso se acabaría toda por aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas cortar. Esta es la tragedia de la izquierda española: que a pesar del sesgo ligero a la izquierda de la sociedad española no hay partidos de izquierda en España. Sólo hay una diferencia entre los dos: el PSOE sabe que no lo es y Podemos cree serlo, pero ninguno de los dos lo son.

La paradoja política española