viernes. 19.04.2024

Nuevas elecciones, nueva salida

La política, en su versión de juego de comediantes, no da para más. Los electores tienen la palabra de nuevo. Ya veremos qué hacen los políticos de nuevo con ella.

No ha podido ser. Todo conspiraba para que la teoría de los juegos se impusiera a la teoría de conjuntos. Los cuatro grandes partidos no han encontrado un conjunto común, no disjunto, que permitiera una investidura. Rajoy y la corrupción le hicieron perder al PP  3.654.000 votos, pero no parece que los nuevos casos de corrupción desde el 20-D hagan mella en la dignidad de más de siete millones de votantes que, según las encuestas, van a seguir otorgando el primer puesto de salida para un nuevo intento de investidura con nuevas elecciones. Su problema es que, o el PP tiene una nueva mayoría absoluta, es decir, o prosigue la dictadura de la mayoría absoluta de la pasada legislatura, o no tiene nada garantizado que pueda gobernar. El PSOE, a su vez, perdió 1.474.000 votos respecto a las últimas elecciones, tras perder a su vez Zapatero 4.300.000 de votos respecto a su propia primera legislatura. Y pareciera que los barones del PSOE hubieran sacado la conclusión de que tal caída se debiera a que el partido estaba sesgado a la izquierda. De lo contrario no se explica la resolución del Comité Federal del 28 de diciembre. Esta resolución es una de las claves de la situación actual. En ella se impedía –con buen tino– apoyar por activa o por pasiva al PP para la investidura. El problema es que también se abogaba por ni tan siquiera sentarse a negociar con quienes mantenían el derecho a decidir [1]. En definitiva, la resolución del PSOE impedía a Pedro Sánchez formar gobierno, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Y Pedro Sánchez se alió con un partido de derechas como Ciudadanos porque eso le permitía en apariencia dos cosas: argumentar que la coalición pro-investidura tenía más votos para formar gobierno que la del PP del solitario Rajoy; la segunda cosa, que conseguía Sánchez impedir que Ciudadanos se coaligara con el PP para contradecir a Rajoy sobre qué coalición tenía más escaños para el mismo fin. Pero ambas coaliciones, ambas posibles situaciones, garantizaban que no llegarían a la Moncloa ni Sánchez ni Rajoy. Un desastre. Podemos y las confluencias periféricas obtenían 5.187.000 votos quedándose a 342.000 votos del PSOE. El partido de Pablo Iglesias ha cometido errores tácticos sin fin si su objetivo era influir lo máximo posible en la formación de un gobierno de izquierdas, con Pedro Sánchez en la Moncloa y con algún podemita de ministro; si su fin era estar en la Oposición, han acertado plenamente. Enumeremos: lo de la exigencia de la vicepresidencia con nuevas atribuciones antes de sentarse a negociar con el PSOE ese hipotético gobierno y la propia investidura, el episodio de la cal viva en sesión parlamentaria, la actitud perdonavidas del líder de Podemos, lo del veto a Ciudadanos para tan siquiera intentar la negociación. Si Pedro Sánchez podía contrarrestar a los barones que, impúdicamente, le impedían tan siquiera negociar con Podemos con el argumento de que en la mayoría de las Autonomías gobiernan esos mismos barones gracias al apoyo por activa o por pasiva de Podemos, Iglesias les daba nuevos argumentos a las baronías para echar arena movediza al camino de Sánchez a la Moncloa. Un desastre táctico, porque ni siquiera estaba en juego aún la negociación de los contenidos. En resumen, entre el error estratégico de Pedro Sánchez firmando un acuerdo con Rivera y los errores tácticos sin fin de Podemos han impedido que una posible alianza PSOE-Podemos sumara más escaños camino de la Moncloa que los escaños resultantes de lo pactado por los líderes del PSOE y Ciudadanos. Porque el argumento de ambos arguyendo que la bondad del pacto estriba en que suman 130 escaños, es decir, más que los 122 del PP, se viene abajo porque, con el mismo argumento, la alianza hipotética de PSOE y Podemos sumaban 159 de entrada. De nuevo y según el PSOE, de entrada, no. En cuanto a Ciudadanos es todo un quiero y no puedo: firman un acuerdo para que Sánchez llegue a la Moncloa como mal menor, pero eso mismo lo impide porque PP y Podemos no van a firmar en buena lógica un contrato de adhesión; quiere el partido de Rivera parecer que encabeza la lucha contra la corrupción y eso que llaman la regeneración democrática –abría que decir, simplemente, generación democrática– pero simultáneamente quiere la connivencia para la investidura del partido más corrupto por los casos de corrupción del país; dicen querer evitar nuevas elecciones pero vetan a Podemos para tan siquiera sentarse a negociar; firman un acuerdo con posibles medidas sociales en contra de su ideología profundamente conservadora y reaccionaria, y, simultáneamente, no quieren ni que aumente el déficit, ni que aumente la deuda pública, no hablan de luchar contra el fraude fiscal y menos aún de aumentar los impuestos, es decir, de aumentar el peso del gasto público en la economía. Es decir, niegan con su mano derecha, la mano de los dineros, lo que firman con la izquierda. Engaño y demagogia en perfecto maridaje. Un desastre, un desastre para todos nosotros, se entiende.

Y aquí estamos, ante unas nuevas elecciones que no van a cambiar aritméticamente y sustancialmente el objetivo y el sujeto de la investidura. Quizá Podemos piense ingenuamente que sí, que la unión electoral con IU le pueda otorgar ese medio millón de votos más la ley electoral que provoque el sorpasso y adelantar al PSOE: ¿y qué? ¿Acaso piensa Iglesias y demás dirigentes de Podemos que por ello Pedro Sánchez -o quien manda realmente  en el PSOE- le va a apoyar para acabar en la Moncloa? Incluso con mayoría relativa de Podemos, es decir, con más votos y escaños que el mismísimo PP, Pedro Sánchez y compañía antes llevarían a la alternativa de Rajoy dentro del PP a la Moncloa que a Iglesias al mismo sitio. Es injusto, desde luego, es ilógico, lo es, pero esto es la miseria de la política, lo cual no quita también que tenga alguna vez su grandeza. Podemos hace un mal cálculo de los objetivos: desplazar al PSOE como primer partido de la izquierda lo tiene chupao; llegar al recinto gubernamental en calidad de Presidente lo tiene, hoy por hoy, imposible. Es verdad que eso implicaría el suicidio del PSOE, su pasokización definitiva, pero lo contrario también. En el primer caso lo enterrarían los votantes del PSOE, que son sociológicamente de izquierdas; en el segundo, las baronías, que lo devorarían desde dentro, con Felipe González cual Zeus lanzando dardos a troche y moche desde su Olimpo de jarrones chinos, destruyendo la que fue su casa desde Suresnes. Y en cuanto a Ciudadanos le puede pasar otro tanto si permite por activa o por pasiva llevar a Rajoy a la Moncloa –porque no está en su mano elegir al aspirante del PP– como si, también por activa o por pasiva, permite que algún miembro de Podemos ocupara una cartera ministerial con Sánchez investido en la Presidencia. Lo tiene difícil Ciudadanos porque el tiempo derrite su doble careta, su intento de ocultar con la careta de la anticorrupción la careta reaccionaria de lo social y lo económico.

Aún así nada pasa en balde y nada es baldío. Las nuevas elecciones permiten o pueden permitir romper ataduras, andar nuevos caminos, no recorrer los mismos errores de acuerdo con el principio churchilliano. Con nuevas elecciones el acuerdo del no-gobierno entre Ciudadanos y PSOE queda roto; los vetos a priori también quedan en entredicho porque ese lodo ha traído este barro, y porque los ciudadanos pueden cambiar de partido. A los votantes del PP les permite aflorar la dignidad, anegada por el miedo, el egoísmo y el privilegio que creen tener; a los del PSOE, convencerse de que lo de Sánchez firmando no fue porque le gustara Ciudadanos para el pacto, sino porque no tuvo otra opción; a los de Podemos aliándose con IU, porque piensen que así estará más cerca Iglesias de la Moncloa o lo contrario –como yo pienso–, y a los votantes de Ciudadanos, que deshojen la margarita de si lo de Rivera con la corrupción es postureo o convencimiento. La política, en su versión de juego de comediantes, no da para más. Los electores tienen la palabra de nuevo. Ya veremos que hacen los políticos de nuevo con ella. Pero si hay que votar de nuevo, no pasa nada, se vota, porque lo contrario es lo que quiere el Presiente actual en funciones, que los que no le votan se queden en casa, en su única esperanza de que vuelva a recorrer los jardines de la Moncloa desde su inanidad.


[1] Esa responsabilidad y ese interés general hacen que rechacemos, de manera tajante, cualquier planteamiento que conduzca a romper con nuestro ordenamiento constitucional y que amenace así la convivencia lograda por los españoles durante estos últimos 37 años. La autodeterminación, el separatismo y las consultas que buscan el enfrentamiento sólo traerán mayor fractura a una sociedad ya de por sí divida. Son innegociables para el Partido Socialista y la renuncia a esos planteamientos es una condición indispensable para que el PSOE inicie un diálogo con el resto de formaciones políticas (resolución del Comité Federal del PSOE del 28 de diciembre del 2015).

Nuevas elecciones, nueva salida