sábado. 20.04.2024

¿Es necesario un partido liberal en España?

Desde las últimas elecciones en las diversas autonomías españolas estamos asistiendo a un espectáculo que en Europa resulta extraño y preocupante –sobre todo para la UE como institución– y es el de que algunos de estos gobiernos autonómicos se han asentado con el apoyo de un partido fascista como es VOX. Y más preocupante aún es que eso haya ocurrido con el apoyo explícito o implícito, por acción o por omisión, del partido Ciudadanos, que se reputa en sus principios como un partido liberal. Incluso, si nos vamos a las fechas de su parto, se decía de sí mismo que era socialdemócrata, aunque de ello han renegado en tiempos recientes. Este hecho, por sí mismo, constituye un problema para la democracia española, porque deja huérfana a la derecha de un partido que, aunque de derechas, sea inequívocamente democrático, que no ponga en duda la democracia y las formas democráticas cuando no gobierna.

Es verdad que las autonomías catalana y vasca se han defendido bien de este auge de los dos partidos franquistas, del tardofranquista PP y del neofranquista VOX, pero no así Andalucía, Madrid o Castilla-León, por ejemplo, con gobiernos del PP pero absolutamente condicionados por el partido fascista. En estas tres autonomías el partido Ciudadanos podría haberlo evitado gobernando con el PSOE, aunque con apoyo en algunos casos de otros partidos. Y el problema es que España es una democracia aún débil porque los votantes de derechas no se han educado en su mayoría políticamente bajo los límites que exige la democracia, bajo unos mínimos que siempre se ha de anteponer cuando la ética y la ideología entran en conflicto. Votar a VOX es votar contra las libertades democráticas porque este partido amenaza de continuo con acabar con algunos de los derechos civiles conquistados, con prohibir a los partidos políticos que no les gusta, con acabar mediante privatizaciones con el Estado de Bienestar; además es un partido machista, xenófobo y antiecologista. Y en el siglo XXI ya no se concibe el Estado de Derecho sin, a su vez, un Estado de Bienestar que sea una lapa en el sentido noble, como una simbiosis natural conquistada por razones históricas recientes.

De estas cosas hablaremos en los siguientes párrafos y de si es necesario y posible –son dos cosas diferentes– un partido liberal que lo sea de verdad, con sus planteamientos definitorios y con sus límites, que actúe desde sus principios cuando estos se hayan definido.

En muchos aspectos la España actual parece retrotraerse a la España del siglo XIX, a esa España que el maestro de historiadores que era –y lo es actualmente porque su legado perdura– Manuel Tuñón de Lara, con su, precisamente, La España del siglo XIX, entre otras muchas obras. Decía Ortega y Gasset que “Política es tener una idea clara de lo que debe hacerse, desde el Estado, en una Nación”, y ello parece faltar en mayor o menor medida en todos los partidos –sin los cuales no hay democracia–, pero acontece que falta especialmente en el partido que se reputa de forma vergonzante como liberal. Tal es así que Ciudadanos corre el serio peligro de desaparecer porque, al actuar sin principios o, lo que es peor, contra sus principios, van dando tumbos como pollos sin cabeza. Así, desde negociar hace dos años un posible gobierno con el PSOE a la situación actual, donde es responsable, al menos por omisión, de que un partido de extrema derecha esté condicionando algunos gobiernos autonómicos. En Europa se hacen cordones sanitarios contra estos partidos; en España la derecha, que ha gobernado España hace un suspiro, necesita de su apoyo y beneplácito para gobernar. Parece que Ciudadanos necesitaría una fuente inspiradora del liberalismo dado la indigencia intelectual de sus dirigentes –solo hay que oír hablar a Toni Cantó o, en su momento, a Albert Rivera–. Yo propongo que lean a Ortega. Por ejemplo, decía el filósofo más reputado allende nuestras fronteras que “… el liberalismo, antes que una cuestión de más o menos política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino” (Socialización del hombre, 1930).

Está claro que son palabras que no valen para concepciones socialistas o, simplemente republicanas, donde ese individualismo, ese atomismo social que proclama el intelectual de mayor rango que ha tenido España, es contrario a los principios de fraternidad e igualdad surgidos desde la Revolución francesa, pero las palabras de Ortega pueden ser una buena casilla de salida de un renovado partido de Ciudadanos. Siguiendo con Ortega y Gasset, nos dice también que “Un partido conservador aún puede vivir sin ideas porque representa intereses reales, porque es realismo. La democracia no, porque es idealismo, es destrucción de lo mal construido y construcción de lo bien ideado” (Imperialismo y democracia, 1910, El Imparcial). Aplíquese el cuento Ciudadanos y salga de su conservadurismo y alianza implícita con VOX para servir a la democracia desde las ideas, desde los principios, y no desde las creencias (lean, señores de Ciudadanos, el libro también de Ortega, Ideas y creencias, para entender estos términos). Lean, leamos todos más para actuar con cordura y desde los límites que ello impone.

Decía antes que los momentos actuales se asemejan épocas pasadas pero con los tiempos cambiados. La alternancia de PSOE y PP recordaba la alternancia pacífica de los gobiernos de Cánovas y Sagasta que se sucedieron en un período más breve que fue entre 1885 y 1897. Tuñón de Lara (La España del siglo XIX) recoge unas palabras del príncipe alemán Clodoveo Hohenlohe que representaba al káiser Guillermo I en los funerales de Alfonso XII (1885): “Dijérase que todo se reduce aquí a satisfacer a los 100.000 españoles de las clases distinguidas, proporcionándoles destinos y haciéndoles ganar dinero. El pueblo parece indiferente. Esto prueba que el pueblo actual tiene las elecciones en sus manos y aún se cuida de que sean elegidos algunos miembros de la oposición. Todo ello constituye un sistema de explotación de lo más abyecto, una caricatura de constitucionalismo, frases y latrocinio”.

Estábamos en la muy alabada fase histórica por el franquismo –y en momentos posteriores por algunos historiadores– de la “alternancia pacífica de los partidos”, un período de tiempo bastante inútil en muchos aspectos, donde ese “tingladillo de la farsa” de la que hablaba Valle-Inclán, ese reparto temporal del poder se convierte en un erial histórico. Algo de eso ha ocurrido en España con los sucesivos gobiernos del PSOE y el PP –aunque en un período de tiempo tres veces mayor–, donde los acuerdos implícitos entre ambos partidos han dejado muchas cosas sin hacer pero, sobre todo, mal hechas. Así tenemos un sistema fiscal injusto e insuficiente, una enseñanza concertada, no fruto de la necesidad en los momentos actuales sino como potenciadora de las pulsiones egoístas y de privilegio de los ciudadanos, una panoplia de contratos de trabajo cuyo resultado es un terrible mercado dual entre contratación fija y temporal, un fracaso del Estado autonómico, una financiación insuficiente de la ciencia y, en general, de la cultura, etc.

Afortunadamente esa etapa ha pasado y parece que la izquierda –el PSOE ¡por fin!– ha entendido que, cuando se conquista una mayoría, se gobierna desde esa mayoría, sin concesiones a la otra parte, aunque siempre con respeto a la Constitución y con el decoro debido. Respecto y decoro que, por cierto, carece la derecha española de ámbito nacional y alguna autonómica.

Pero esta nueva fase exige un partido de derechas liberal, lo digo claramente, sin ambages, porque, de lo contrario, la derecha tardo y neofranquista irá poniendo en un brete a la propia democracia. Ya lo ha hecho si recordamos los calificativos que dedicaba el nuevo hernández mancha del PP, el Sr. Casado. Y lo peor no son los improperios chillados en el hemiciclo parlamentario, sino el constante calificativo de ilegítimo que disparaba este novicio de la política contra el presidente legítimo de la Nación, presidente fruto de una constitucional moción de censura en su momento, aprobada por las Cortes y refrendada por el Jefe del Estado. Incluso, cuando se han celebrado las elecciones y se ha formado el Gobierno de coalición, han seguido las tres derechas erre que erre. Un partido de derechas liberal no debe renunciar a sus principios, pero de entre ellos está la obligación de consolidar la democracia y no atentar contra ella favoreciendo gobiernos –en este caso autonómicos– que dependen su mera existencia de un partido fascista y de otro heredero del franquismo. Por ello la actuación resulta insólita y con ello y por ello ha puesto en juego su mera existencia. Sabemos que un partido liberal actual –en la España del siglo XIX era la izquierda– va a estar en contra del Estado de Bienestar, de todo lo que represente lucha contra la desigualdad económica, de todo aquello que asegure fuera del mercado un mínimo a todos los ciudadanos desde la cuna hasta la sepultura. Estos son sus límites definidos desde los principios, pero a cambio debiera ser también la defensa a ultranza de la democracia, gobierne quien gobierne, sin concesiones a los fascistas y sus colaboradores. Un partido liberal así sería nefasto que llegara al gobierno de un país europeo en este siglo, donde Estado de Derecho y Estado de Bienestar son un maridaje, pero un partido liberal así ayudaría a impedir el asalto a la democracia de los partidos conservadores cuando su desquiciamiento por no llegar al poder se encuentra en sus límites.

Decía antes que el momento actual recuerda la España del siglo XIX, pero ahora matizo que con el orden temporal cambiado. Hemos hablado del afamado pero inútil turno pacífico de los partidos de ese siglo que, por cierto, no fue tan pacífico, porque entre 1885 y 1897, ocurrieron hechos como el pronunciamiento del general Villacampa (1886), una huelga de 21.000 obreros en Vizcaya (1890), una insurrección campesina en Jerez de la Frontera (1892), la tercera insurrección cubana (1895), otra insurrección filipina y el fusilamiento de José Rizal (1896) y, para acabar a lo grande, el asesinato de Antonio Cánovas del Castillo (1897). Como se ve a veces –o casi siempre– la fama y la propaganda no se corresponden con la realidad. Pero decía que la etapa actual recuerda más a la época del esperanzador Sexenio Democrático, esa etapa acaecida entre 1868 y 1874, que comienza con el pronunciamiento de la escuadra en Cádiz contra la reina Isabel II y acaba en 1874 con el pronunciamiento –hoy diríamos golpe de Estado– del general Pavía y también con otro pronunciamiento de otro general, Martínez Campos. Es verdad que hoy parece imposible que las derechas puedan acabar con la democracia porque el tiempo histórico que nos ha tocado vivir nada tiene que ver con el terrible pero esperanzador siglo XIX español: hoy vivimos en el asentado políticamente siglo XXI, pero con escasas esperanzas para la parte de los jóvenes que no pueden vivir eternamente del dinerito de sus papás o de ciudadanos que, el solo mercado, no les da para vivir ni siquiera con trabajo asalariado.

El partido de Ciudadanos debe completar el giro. De momento ha girado 90 grados y le falta otros 90, no vaya a ser que le pase lo que decía Marx –y la cita la cojo de ¡Ortega y Gasset! de nuevo en su artículo La reforma liberal, 1908– de los liberales: “los liberales van una sola vez en compañía de la libertad: el día de su entierro”. Las malas compañías, las compañías liberticidas del PP y VOX, han dejado al partido de Arrimadas al pie de los caballos y no sabemos si es demasiado tarde, pero no puede seguir ocurriendo por más tiempo que la izquierda tenga, a pesar suyo, el monopolio de la defensa de la democracia. Al menos algún partido de derechas de ámbito nacional debiera unirse a esa defensa, y ese partido, hoy por hoy, solo es Ciudadanos si completa el giro. Y si es tan necesario siempre será posible.

¿Es necesario un partido liberal en España?