jueves. 28.03.2024

El momento político

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El Gobierno que se inaugura en enero de este año fue el primero de coalición de la izquierda y, en general, de toda la democracia. Es verdad que anteriores gobiernos estuvieron apoyados por las minorías parlamentarias vasca y catalana, pero desde la República era novedad. Como era de esperar la derecha (PP, Vox y Ciudadanos) se prestaron a un ataque furibundo –incluso cuando era aún non-nato– para evitar por lo civil o por lo criminal que el parto de izquierdas se produjera. Incluso el líder del PP deslegitimó al Gobierno –además de institucionalizar el insulto en el Congreso– como había hecho con el breve gobierno del PSOE de la legislatura anterior fruto de una constitucional moción de censura. La derecha quería llegar al ánimo de sus votantes de que el Gobierno era ilegítimo a pesar de surgir de unas elecciones limpias como la patena, a pesar de la propuesta del Jefe del Estado a la investidura de Pedro Sánchez, a pesar del voto en el Congreso y a pesar del consiguiente refrendo por Felipe VI como último acto entre constitucional y protocolario. La derecha, con distintos acentos, apostó por un golpe de Estado que nunca se produjo. Y esto no hay que olvidarlo, porque el peor pecado de la política es la ingenuidad. La derecha seguía la tónica de los pronunciamientos del siglo XIX o los golpes de Estado en el siglo XX: cuando no puede gobernar recurre –o lo intenta– a los militares para solventar la cuestión.

Pero solventada la cuestión de los intentos de la derecha por lo criminal, todo este año y toda la legislatura tendrá un protagonista inesperado: el covid-19. Como a todos los países, al Gobierno de la nación le pilló por sorpresa y con enormes dificultades para afrontarlo. Es verdad que reaccionó antes que Italia, Francia o Reino Unido al declarar el estado de alarma cuando había menos muertos que en estos países (OMS dixit), pero ha calado, creo yo, en los votantes de la derecha de que llegamos tarde. Hay que tener cuidado con las mentiras para que no se enquisten porque luego se tarda mucho tiempo en desmontarlas: la derecha española sigue las consignas de Goebbels. Un ejemplo eran las competencias de las Comunidades. Según el artículo 6 del decreto de Estado de alarma del 14 de marzo (463/2020) son estos entes territoriales los que tenían –y ahora con más razón– las competencias de Sanidad y, sin embargo, ha calado la mentira entre los votantes de la derecha –y quizá en parte de los de la izquierda– de que las competencias en sanidad las tenía el Gobierno de coalición. Mentiras que hay que desmontar también para que no se enquisten. Y hay que decir que el Gobierno, el PSOE y Unidas Podemos, no han hecho lo suficiente para desmontarlas con la idea equivocada de que, en plena pandemia, hay que centrarse solo en el tema sanitario y dejar el debate político –y por tanto las mentiras– para más adelante. Un error porque hay tiempo para todo y combatir la mentira en el momento oportuno es oportunidad y no oportunismo. Y sin embargo, finalizar el estado de alarma y dejar a las Comunidades toda la responsabilidad –tal como pedían la mayoría de las Comunidades– en la lucha contra la pandemia parece que ha tenido un efecto colateral propicio: las mentiras que se van desmontando solas. Entre otras, que las Comunidades solas combatían mejor la pandemia sin necesidad de estado de alarma. El PP, por ejemplo, se abstuvo en la penúltima prórroga que pidió el Gobierno y votó en contra en la última. Pues bien, los rebrotes que se están produciendo ha demostrado el desastre de algunas Comunidades Autónomas en la lucha contra el virus, especialmente la de Madrid. Y de paso se está poniendo en cuestión el propio Estado de las Autonomías porque la eficacia es un valor –no el único– para que las instituciones sobrevivan.

Aspectos muy interesantes son las modificaciones de posiciones políticas de los partidos, partidos, hay que decirlo, que son imprescindibles en una democracia. Debiera ser innecesario recordar esto pero, desde la irrupción de VOX y con el PP compitiendo con el partido de Abascal para recoger la herencia del franquismo, no está demás recordarlo. El caso más significativo es la emancipación del partido Ciudadanos del PP. Con el batacazo del partido en en las elecciones de noviembre del 2019 –quedó con 10 diputados– le ha obligado a cambiar de línea política sin dejar de ser de derechas. Todos los partidos suelen padecer un hernández mancha de vez en cuando. Además del PP con aquel fallido heredero de Manuel Fraga, lo tuvo ERC con Carol Rovira, el PSOE con Joaquín Almunia, IU con Julio Anguita, el PNV con Ibarreche y lo ha tenido Ciudadanos con Albert Rivera. Es verdad que no son comparables enteramente todos estos políticos, pero todos se caracterizan porque sirvieron en su momento, sin quererlo, a las opciones políticas de signo contrario. El nuevo Ciudadanos con Inés Arrimadas al frente parece que ha dado medio paso del paso entero que ha de dar. Votó lo contrario que el PP en las prórrogas del estado de alarma, tiene criterio propio en las leyes que se aprueban en el Parlamento y parece que está dispuesto a negociar los presupuestos sin exigir que Unidas Podemos salga del Gobierno como exige estúpidamente el nuevo Hernández Mancha del PP que es Pablo Casado. El otro medio paso sería cambiar el signo o los aliados de coalición en los Gobiernos autonómicos de Andalucía, Madrid y Castilla-León para gobernar en coalición con el PSOE o con apoyo del PSOE. ¿Lo dará y se librará del chantaje permanente de VOX? La cosa es incierta.

Con los Presupuestos por medio, el otro partido que debe definirse es Esquerra Republicana de Catalunya. Digo definirse y digo bien porque no es cierto que ERC sea un partido de izquierdas. Por sus obras les conoceréis. El pecado histórico de este partido –al menos en la democracia– es que, en la doble pulsión política que tiene en su adn, parece que siempre y en última instancia supedita lo social a lo territorial en su lucha y competencia con la derecha catalana, sea esta CiU, JpC, PdC o cualquier disfraz que adopte los representantes de la burguesía de este territorio. Cuando ERC chantajea al Gobierno de izquierdas de la nación exigiendo discutir en paralelo la cuestión territorial y la cuestión social, se comporta como un partido de derechas porque las necesidades sociales, de políticas sociales en definitiva, en Cataluña afectan por igual -para bien si las hay o para mal si no existen o son insuficiente– a catalanes con sentimientos independentistas o no independentistas. Primero comida, vestido y techo, y luego lo demás. ERC no acaba de entender esto o, lo que es peor, lo entiendo pero no lo lleva al extremo con todas las consecuencias, y esto hace que ERC se comporte a veces –demasiadas veces– como un partido de derechas a pesar de la oratoria de un Gabriel Rufián, que es un buen tribuno. ERC debería de una vez por todas decantarse por ser un partido de izquierdas, y eso exige plantear lo social en un planeta ideológico y lo territorial en otro, y ambos planetas orbitando en torno a estrellas distintas. Cualquier entrelazamiento, cualquier acción a distancia entre ambas pulsiones la caga.

En cuanto a Unidas Podemos vemos ahora las dificultades de que un partido minoritario esté en un gobierno de coalición. Creo que fue un error y el partido debería haber apoyado la investidura de Pedro Sánchez sin más exigencias en ese momento; y ello confiando en que sus 35 diputados serían suficientes para implementar en el país una política de izquierdas  junto con los 130 del PSOE. El batacazo de las elecciones en Galicia demuestran este error. Porque, en efecto, cuando un partido minoritario está en coalición, el propio partido se rompe en la lucha entre puristas y pragmáticos. Ha pasado con el SPD en Alemania, ha pasado en Italia en sus diversos gobiernos de coalición. Pero el error está hecho y Unidas Podemos tendrá que tragar con muchos sapos que el PSOE los vestirá de príncipes azules. Lo veremos en los próximos Presupuestos para el 2021, lo estamos viendo en el tema de la presunta corrupción del ex-Jefe del Estado, en la posible fusión sin retorno de lo subvencionado entre Bankia y Caixa Bank, en la derogación solo parcial de la reforma laboral del 2012 del PP, en la posible reforma fiscal, etc. Fuera ambición política de Pablo Iglesias o simplemente posición política del partido en su momento, la coalición está deteriorando el apoyo electoral del partido según las encuestas. El tema está abierto y todo es posible.

Por último están los Presupuestos. Dos elementos lo caracterizan: los 140.000 millones a fondo perdido que va a recibir España de la UE según la decisión del último Consejo Europeo y los ingresos presupuestarios. No significa que todo este monto vaya a formar parte de los ingresos de estos próximos presupuestos, pero hay que contar con esta cantidad porque no parece que el Parlamento europeo vaya a echar atrás esta decisión sino todo lo contrario. De hecho al Parlamento le parecía insuficiente. Con un Presupuesto en el 2018 de 352.000 millones, aunque solo fuera la mitad de estos 140.000 los que se incorporaran a los ingresos la inyección es notable. Pero esto se agotará en dos o tres legislaturas y el hecho de que España esté a 70.000 millones de ingresos fiscales de la media europea en términos relativos es algo insostenible. El déficit de la Seguridad Social actual, malherida por la liquidación del fondo de reserva (hucha de las pensiones) por parte del PP (en torno justamente de 70.000 millones también) en la anterior legislatura y el aumento de unos 200.000 millones de deuda pública obligan a una reforma fiscal que nos ponga en línea con, al menos, la media europea. Presión fiscal en España: 35,4%; europea: 41%. No son necesarios más comentarios.

La última cuestión económica con sus matices políticos es la posible fusión de Bankia con Caixa Bank. Podemos darla por hecho. Pero tiene dos problemas al menos: la pérdida de competencia y los casi 24.000 millones que los españoles pusimos de nuestros impuestos para que surgiera Bankia, fruto de la fusión de Bancaja y otras siete entidades de menor rango. Con la banca hemos dado [1], remedando al Quijote cuando en la inmortal obra se topaban hidalgo y labriego con la Iglesia. Es un asunto feo y creo que ahí están los límites de la izquierda en España. Veremos que pasa al final.


[1] Dicen “hemos dado”, y no “topado”, como citan los que no han leído la obra de Cervantes.

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