viernes. 29.03.2024

Identidades y sujetos feministas

feminismo

Se ha configurado una dinámica basada en la indignación feminista ante una situación injusta, con una experiencia compartida y unos objetivos comunes igualitario-emancipadores. Hay distintos elementos diferenciadores y aspectos que se entrecruzan en los actuales debates feministas, con diferentes sensibilidades. Existen valores de fondo interconectados: igualdad, libertad, solidaridad. Y en las trayectorias de activación y participación cívica se han generado procesos identificadores entre las mujeres, de pertenencia colectiva y reconocimiento de sí mismas y respecto de los demás actores. Todo ello, en una difícil, compleja y reticular capacidad articuladora de la pluralidad existente, junto con el refuerzo unitario por exigencias comunes.

Es preciso evaluar aspectos más de fondo, como las tendencias sociopolíticas y culturales en conflicto y los fundamentos ideológico-políticos o discursivos, igualitario-emancipatorios o conservadores-discriminatorios, que laten en este proceso. E, igualmente, analizar las identificaciones colectivas y su configuración en identidades múltiples, así como explicar la conformación de un sujeto social y cultural, llamado movimiento feminista y su impacto transformador.

Todo ello añade complejidad e importancia al sentido de las distintas posiciones discursivas y de liderazgo, más ante una realidad organizativa fragmentaria. Esta diversidad confrontativa expresa un debate vivo y plural y, al mismo tiempo, actitudes hegemonistas, sectarias y no exentas de fanatismo. Aparte de los condicionamientos externos, la crispada pugna por la prevalencia de ideas y posiciones de influencia y liderazgo refleja los propios límites del feminismo, que lastran su consolidación como movimiento social y cultural.

Me centro en dos aspectos complementarios de fuerte densidad ideológica, no siempre bien interpretados: la identidad y el sujeto feminista.

La pertenencia feminista

Las identidades, frente a los esencialismos deterministas, se construyen social e históricamente; son diversas, variables y contingentes.

La identidad, como pertenencia colectiva y reconocimiento público, tiene un anclaje en una realidad material, institucional y sociocultural, en su contexto histórico; encarna una dinámica sustantiva de las relaciones sociales. Las identidades se configuran a través de la acumulación de prácticas sociales continuadas, en un marco estructural y sociocultural determinado, que permiten la formación de un sentido de pertenencia colectiva a un grupo social diferenciado con unos objetivos compartidos.

Quiénes somos lo conforma, sobre todo, lo que hacemos, nuestro estatus y relaciones sociales, en los que se integra lo que fuimos, pensamos y sentimos, la subjetividad, y lo que deseamos: nuestros proyectos y aspiraciones. Resume un presente, no estático sino en marcha, condicionado por lo que fuimos, en el pasado, y lo que queremos ser, en el futuro.

La identidad feminista (que no femenina), como reconocimiento propio e identificación colectiva, está anclada en una realidad doble de subordinación considerada injusta y de experiencia relacional igualitaria-emancipadora. Por tanto, se combina y supera, por un lado, las dinámicas individualizadoras y, por otro lado, las pretensiones cosmopolitas, esencialistas e indiferenciadas. Son unilaterales los enfoques individualistas extremos, liberales, ácratas o postmodernos, así como las miradas totalizadoras o abstractas de un ser humano sin vínculos sociales ni identidad grupal. Las identidades colectivas (concepto de raíz hegeliana) no son ni buenas ni malas. Son imprescindibles, con su mayor o menor dimensión e interacción entre ellas, como expresión del estatus y el carácter individual y grupal. Su valoración depende de su contenido sustantivo y su función según el contexto sociohistórico y de acuerdo con los grandes valores republicanos de la igualdad, la libertad y la solidaridad.  

El feminismo no persigue formar un nuevo grupo opresor (frente a los varones), como a veces afirman desde la derecha extrema.

Busca la eliminación de los privilegios masculinos y de la estructura de poder patriarcal-capitalista para conformar personas libres e iguales. En ese sentido, el feminismo (las ideas, la identificación y la participación) y su carácter universal, se deben reafirmar y ampliar, no reducir o infravalorar.

Otra cosa es la conformación unitaria, común o interseccional de procesos, identificaciones y movilizaciones combinadas, junto con otras dinámicas igualitarias y liberadoras. Se pueden englobar o interconectar en iniciativas compartidas y, por tanto, generar identificaciones adicionales y complementarias. Así como interactuar con la pertenencia más general, como persona o ciudadana, a un ámbito global, como la propia humanidad y la cultura universal de los derechos humanos.

A veces las identidades (o los procesos identitarios) y su diversidad se oponen a dinámicas más generales, cívicas, nacionales o de clase. La tensión se recrudece cuando se adoptan en ambos casos posiciones esencialistas, determinista, totalizadoras o excluyentes. Pero, desde la lógica de la interseccionalidad, pueden ser complementarias en una interacción compleja y múltiple de las distintas esferas y trayectorias, muchas de las cuales afectan a las mismas personas. Las distintas categorías y su componente analítico sirven para diferenciar identificaciones parciales (de género, clase, étnico-nacional, opción sexual, edad…) pero siempre que haya una comprehensión de su conexión de conjunto, incluso de sus efectos combinatorios en una identidad múltiple que no es exclusivamente su suma.

Por tanto, en la medida que se mantenga la desigualdad y la discriminación de las mujeres, sus causas estructurales, la conciencia de su carácter injusto y la persistencia de los obstáculos para su transformación, seguirá vigente la necesidad del feminismo, como pensamiento y acción específicos. Y su refuerzo asociativo e identitario, inclusivo y abierto, será imprescindible para fortalecer el sujeto sociopolítico y cultural llamado movimiento feminista y su capacidad expresiva, articuladora y transformadora. No es tiempo de postfeminismo, sino de un amplio feminismo crítico, popular y transformador frente a la pasividad o la neutralidad en este conflicto igualitario-emancipador. Eso sí, con una perspectiva integradora y multidimensional que le haga converger con los demás procesos emancipatorios.

El sujeto (social o político) del feminismo no son el conjunto de las mujeres (y menos la Mujer con mayúsculas). Dicho de otro modo, las mujeres no son el sujeto del feminismo, y no todas se identifican con él. Igualmente, la gente trabajadora no es el sujeto político del socialismo, no adquiere automáticamente su identidad (o conciencia) de clase, con un soporte asociativo y relacional consistente; es un debate amplio en la teoría social desde el objetivismo mecanicista hasta el voluntarismo elitista. Yo opto por un enfoque social, relacional e histórico.

Así, he analizado el movimiento popular en España o las bases sociales y electorales de las fuerzas del cambio por su carácter progresista, un fuerte componente feminista y ecologista y una pertenencia a las izquierdas, con una identificación diversa y combinada de su cultura sociopolítica. Es todavía una corriente sociopolítica crítica y transformadora, con una cultura sociopolítica en formación, especialmente entre la gente joven, que se resiste a ser encajada en una definición compacta y un rasgo central que la homogeneice. La realidad no corresponde, a mi modo de ver, con la acepción tradicional de sujeto (político e histórico), en sentido fuerte, particularmente en su acepción más esencialista. Por mi parte, le doy un sentido débil (al igual que a la identidad), ya que interesa un análisis empírico, relacional y sociohistórico de sectores sociales concretos. Y en ese marco, configurado particularmente esta última década, se inserta el actual movimiento feminista o la presente ola de activación feminista.

Formación de actores y sujetos colectivos

Sujeto colectivo es otro concepto hegeliano, ligado inicialmente a la nación (y el pueblo soberano y la etnia) y extendido a la clase social (al movimiento obrero y popular) y luego a sectores sociales amplios y específicos (movimientos sociales como el feminista, el ecologista…). Presupone una identidad colectiva, unos vínculos entre sí y con una realidad similar, unos rasgos socioculturales comunes, incluido un relato interpretativo, y un proyecto transformador compartido. Todo ello con la pretensión y la capacidad para transformar la realidad.

Puede haber participación popular en movilizaciones y trayectorias compartidas, actores o agentes sociales y políticos, corrientes sociopolíticas y movimientos socioculturales o étnico-nacionales sin llegar a la categoría más estricta de sujeto. Lo que añade este concepto, sin llegar a su carácter fuerte o esencialista, es la experiencia compartida prolongada, con rasgos identificadores comunes y una cierta cohesión interna, en torno a un proceso liberador-igualitario (u opresivo-reaccionario) diferenciado del poder. Es una formación sociohistórica, alejada del esencialismo o determinismo étnico, biológico, económico, cultural, institucional o estructural. El sujeto (siguiendo a Beauvoir) se hace, no nace. La ausencia de sujetos colectivos (intermedios) refleja una sociedad atomizada e individualizada con un leve sentido de pertenencia global a la humanidad (o a un imperio-nación y su cosmopolitismo cultural).

Gran parte de las teorías deterministas, basadas en rasgos biológicos, sociodemográficos u ‘objetivos’ y justificadoras de un sujeto en sentido fuerte, compacto e inmutable, infravaloran el conjunto de mediaciones sociohistóricas e institucionales.

No le dan suficiente importancia a las experiencias compartidas y las trayectorias comunes de los grupos humanos. Así, tiene relevancia la posición social interrelacionada con las dinámicas conductuales, culturales, interpretativas y motivacionales. Esas características relacionales y subjetivas conforman y modulan su estatus sociopolítico, su identificación colectiva.

Esos discursos esencialistas suelen ser medios de legitimación de una élite, más o menos autonombrada, para representar y liderar (o manipular y apropiarse) una base social específica, considerada receptora o pasiva. Delimitan su contorno y su estatus y expulsan de él a las personas competidoras o disidentes. No necesitan el tedioso proceso articulador e interactivo de la propia gente partícipe de esa configuración relacional, cultural y sociohistórica. Tiene que ver con una actitud elitista y prepotente y la falta de arraigo social.

Como decía, lo relevante es la práctica relacional acumulada ante una situación discriminatoria y con una finalidad igualitaria-emancipadora. No es una simple unidad propositiva o de demandas de derechos. Exige compartir problemáticas similares y experiencias reivindicativas y de apoyo mutuo comunes y prolongadas, vividas e interpretadas. El componente social de la interacción humana es el principal para forjar el reconocimiento y las pertenencias grupales e individuales y dar soporte a la acción colectiva. En ese sentido, hay varones feministas, es decir, solidarios con la causa feminista, que al igual que otras personas, participan en ese sujeto feminista.

Desde ese punto de vista, al igual que necesitamos más y mejor identificación feminista, precisamos más y mejores sujetos feministas; por supuesto, abiertos, plurales y en formación.  En este caso, la identidad o el sujeto feminista, como partícipes de un proceso igualitario-emancipador, se diferencian de la identidad de género, que expresa la realidad diversa de las mujeres y sus específicos y variados estatus sociales y culturales.

Pero el concepto y la realidad de los sujetos colectivos es complementaria a los del sujeto individual. No obstante, se enfrenta a la versión del individualismo extremo, ahistórico, abstracto y libre de vínculos sociales, concebido como única realidad a la que se añade, cada mañana, el correspondiente traje o la máscara representadora de su estatus e imagen. Según esa posición individualista radical la pertenencia colectiva supondría una constricción a la libertad individual. Es la idea unilateral de las versiones más rígidas del liberalismo y el pensamiento postmoderno que definen toda relación social e interpersonal como contraproducentes para la libertad individual y, por tanto, indeseable. Se rompe el contrato social y la cooperación; solo cabría la instrumentalización de lo colectivo y lo público en beneficio del individuo. La identificación colectiva no facilitaría o complementaría la acción y la personalidad individual, sino que sería su freno o su distorsión. Solo debería existir el individuo y el poder.

Pero el ser humano tiene un carácter doble, individual y social; la formación del sujeto está mediada por el conjunto de vínculos, instituciones y acciones colectivas. Su posición social, su comportamiento y sus costumbres en común, constituyen su perfil identificador y encauzan su participación en la exigencia de derechos, estatus y condiciones. Las ideas y aspiraciones, por sí solas, no son suficientes; necesitan encarnarse en una práctica colectiva, vivida, soñada e interpretada. Su interacción, duración y consistencia es lo que genera el actor que se constituye en sujeto.

En definitiva, el feminismo, con sus distintos niveles de identificación y pertenencia colectiva y su pluralidad de ideas y prioridades, es un movimiento social, una corriente cultural, un actor fundamental que, en una acepción débil, se puede considerar un sujeto sociopolítico en formación, inserto en una renovada corriente popular más amplia que califico de nuevo progresismo de izquierdas, con fuertes componentes ecologista y feminista.

Identidades y sujetos feministas