viernes. 29.03.2024

La democracia debe tener principios y memoria

La clave de la política es la pluralidad. Es tomar conciencia de la otracidad; de que existen otros y que están al mismo nivel que nosotros. Ni más arriba, ni más abajo. La política es una cosa y su negación otra.

Cada vez hay más gente que se levanta teniendo razón sobre todo y se acuesta sin haber perdido un ápice de ella, eso sí muy cansados y cansinos. Deciden cuando los demás pueden hablar u opinar, y conceden como gracia la libertad de pensar, siempre que se haga interiormente, como novicias de clausura. No solo quieren dictar el presente, que será futuro, van más allá quieren contar el pasado como una verdad absoluta. ¡Su pasado!

La pluralidad camina de la mano del pluralismo. Los otros, los diferentes, no tienen por qué pensar lo mismo. Que aburrida una sociedad orweliana monocromática. La sociedad es, y debe ser, plural y pluralista, es aquello que parece ser nunca dijo Voltaire:Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.  La política es la que permite gestionar el conflicto. La Ley garantiza ordenadamente la convivencia pacífica en libertad.

La democracia es, entre otras cosas, un sistema que posibilita sumar voluntades y opiniones individuales para que la política adquiera esencia, como diría Arendt, en la democracia es donde surge un espacio de convergencia y cohesión en torno a un mundo compartido y donde encuentra sentido la vida humana. No vale sólo la convergencia. No es suficiente, por ejemplo, que unos y otros confluyan en el Parlamento para hablar de democracia y pluralidad. Lo importante no es la coexistencia de un grupo humano, es la convivencia, la  identidad construida en común, compartir valores o principios,  la cohesión. Respeto, consideración y lo dicho, aceptación de que vivimos en un mundo plural. Todo parece fácil, obvio, sin mucha discusión. ¿Entonces, cuál es el problema para que en nuestra vida política parezca que nadie lo entiende? O, mejor dicho, hay una pretensión de que esto no exista. ¿La bronca como estado vital o la negación del contrario? Ambas actitudes son modelos que pertenecen a las cavernas de la historia.

Casual, en todo caso, no parece. No es inocente estar buscando permanentemente meter el dedo en el ojo al otro, no es sólo para que le escueza.  El otro responde y ya la tenemos liada. Eso no es la dialéctica política, aunque quieran que creamos que la política solo puede ser asi y a resignarse. Siempre hay tiempos para hablar y para escuchar y todo vale si a continuación surge el momento para la cohesión, de compartir, ni lo tuyo ni lo mío. Si fuera totalmente imposible acordar, bastante impensable, siempre está la racionalidad numérica democrática que da el juego de mayorías y minorías.

No hace falta ser muy listo para observar que alguien nos ésta queriendo llevar a transitar un camino a ninguna parte. Muchos pensaran que es inocuo, cosas de políticos, pero día a día por capilaridad está penetrando en los individuos. Recorre el camino que va de las opiniones a las actitudes y comportamientos. La agresividad se introduce como paradigma de las relaciones humanas, la impronta viril de elevar el nivel exigencia. Dicen que una de las consecuencias de la pandemia y el confinamiento será un serio perjuicio de la salud mental, solo falta los adalides que excitan la plaza pública. 

Lo dicho convierte el acuerdo tomado por el gobierno municipal, haciendo desaparecer del callejero las calles y placas de reconocimiento público a Indalecio Prieto y Largo Caballero en una gravísima provocación en fraude de ley.  Estéril y sobre todo una manifestación de un intento de golpear en la línea de flotación de la política, además basado, dicho de paso en un desconocimiento supino de la historia, incluso la construida a la imagen y semejanza de un interés. Los tribunales, esperemos, darán cuenta del evidente fraude de ley perpetrado.

El hispanista Paul Preston es concluyente: Pocos políticos españoles sacrificaron su vida con tanta perseverancia por la causa de la democracia como Indalecio Prieto. De Largo Caballero ni el historiador de cabecera del franquismo Ricardo de la Cierva se atrevió a decir ignominias como las formuladas en el Pleno del Ayuntamiento y coreadas por los dirigentes de la extrema derecha en este que suponen es su “nuevo amanecer”.

Estos dos personajes de nuestra historia (de España) no pertenecen a un partido u otro son parte de España. El que un grupo nacido para romper el sistema democrático (Vox) intente volver a hacernos reinterpretar de donde venimos para llevarnos a una nostalgia paranoica como Estación Termine, y utilice las frustraciones del que venció por la fuerza y no por la razón, nos obliga a los demás a recuperar una asignatura perdida, la memoria de lo que es y no es democracia, y recordar que a los campos de concentración de los nazis no iban los Marqueses de Valtierra y afines, estos eran los que te mandaban, y si estuvo, con muchos españoles, los que hicieron algo tan malo como impulsar en España la legislación sobre el contrato de trabajo (Largo Caballero), que fue decir adiós al sistema esclavista laboral.

Todo esto, concluyendo, estamos viviendo es un ataque larvado a la democracia, habrá que defenderla, haciendo uso, también de la memoria y el conocimiento. El problema, mayor, es los que se arriman a esto por esa combinación de la ignorancia y la impostura. ¡Peligroso!

La democracia debe tener principios y memoria