viernes. 29.03.2024

Besteiro en la política de hoy

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Julián Besteiro

Nos sorprende, como españoles, que en la historia de los países, en los otros, existan personajes incuestionables para todos. Formando parte del patrimonio cultural, de la esencia de la Patria (ahora que parece que hay una predisposición a usar y abusar de este término), reflejo de la identidad nacional, de lo que une a todos. Personajes portadores de unos valores que queremos que nos identifiquen. La dimensión pública de estos debería servir para educarnos en valores cívicos.

En España, desgraciadamente, estamos ayunos de este tipo de individuos, que independientemente de ser mujer u hombre, de izquierdas o de derechas, catalán o asturiano, lo importante es la trayectoria del personaje en el contexto de la historia. No es que no hayan existido no seamos fatalistas, es que somos incapaces de reconocerlos como tales personajes de todos, sin estar ansiosos de sacarles peros y defectos.

En estos días se cumple una doble efemérides, la del nacimiento y muerte de Julian Besteiro, cifras redondas y lejanas que incitan a hablar de él (1). Catedrático, Político, Presidente de las Cortes durante la Segunda República y máximo dirigente del PSOE y de la UGT.

Besteiro tiene méritos suficientes como para ser un referente en el que los españoles mirarse. No solo los socialistas, militantes o votantes, no solo los sindicalistas; los españoles.  Como dijo en su juicio ante el Consejo de Guerra “país en el que he nacido y al que voluntariamente, además, pertenezco” (2).

No voy a cometer la petulancia de glosar la vida y obra de Besteiro, no soy ni historiador, ni filósofo, ni cometer el error de vanidad de los que sin ser ni una cosa ni la otra imparten cátedra sobre cualquier personaje. Sí puedo decir que hay una vasta bibliografía tanto de su vida como de su obra a la que merece la pena acercarse, como es mi caso, por el interés sobre el personaje, en concreto su dimensión ejemplificante de lo que debe ser el ejercicio de la acción política bien entendida. 

El mucho valor que tiene Besteiro en su proyección a la España de hoy es precisamente el de sus valores políticos y personales. Puede ser, tal vez, en su forma de vivir la política un primer peldaño para la reconstrucción que la política española está necesitando urgentemente.

Coherencia personal y política que incluso le llevó a permanecer en España en lugar de tomar el camino del exilio, como le insistían todos, siendo consciente de que con ello ponía en riesgo su vida y la de los suyos. Valor y coherencia de dar la cara ante los que, sin legitimación alguna, venían a pedir indiscriminadamente responsabilidades. Por ello fue juzgado, en julio de 1939, como millares de españoles y por el mismo delito que los llevó al paredón o a cumplir años de presidio, “delito de adhesión a la rebelión militar”. El juicio contra Besteiro es el de los de la ampulosa “Victoria” contra lo mejor de la II República.  El fiscal de su causa (Felipe Acedo Colunga) llegó a esgrimir como acusación haber intentado la paz y su rechazo al comunismo estaliniano. Su acusador pidió la pena de muerte por el terrible crimen político de haber convertido el socialismo en algo más aceptable por medio de la moderación.

El franquismo hubiera deseado llevar a juicio a todos los máximos dirigentes políticos de la República, pero el único que se sentó en el banquillo fue Besteiro. El mismo Franco siguió personalmente este proceso con mucha contrariedad pues de todos los posible encausados iba a juzgar a aquel que era espejo del diálogo y del acuerdo, de moderación en busca de lo posible y realizable, de la austeridad personal huyendo del boato y la artificiosidad en la política, de la coherencia entre lo que se dice y se hace. No era, sin duda, la pieza más deseada Franco, si la que más dignamente podía defender todo lo bueno que llevaba en su seno la II República. 

Besteiro, no hizo bueno el aforismo de “ministro hasta sin cartera”.  Renunció a ocupar cualquier cargo público de designación que le fueron ofrecidos no sólo ministerios y la Presidencia del Consejo y, también, la Presidencia de CAMPSA y del Instituto de Previsión Social, pues eran puestos para los que no se consideraba capacitado (3). Sí desempeñó con brillantez los de elección popular y de representación política como el de Presidente de las Cortes. La misma coherencia que le llevó a intentar, con peor que mejor fortuna, que la guerra finalizara cuanto antes y se garantizara la no represión física contra los vencidos. Hecho que nunca fue bien entendido por la izquierda mendaz.  

Besteiro fue hombre convencido profundamente de sus ideas y de sus principios, no haciendo ostentación de ello. Simplemente los practicó, sabedor desde el estudio y el conocimiento que la política es convencimiento del adversario, pacto y trabajo. Todavía deben resonar en los ecos de la historia del hemiciclo de las Cortes sus palabras tras el intento de levantamiento militar de La Sanjurjada: «¡Que vengan a sorprendemos; nos sorprenderán trabajando y no podrán con nosotros!».

Besteiro, hijo de un comerciante de ultramarinos, profesor universitario, lo mismo que su esposa, no creyó nunca que fuera políticamente un desclasado no defendió sus ideas por la superioridad moral que algunos otorgan al conocimiento.  Besteiro se consideró, pues lo era, un trabajador convencido de que la superación de las penurias e injusticias de los trabajadores tenían un solo camino: la unidad del movimiento obrero y la capacidad de revolucionar una sociedad por la fuerza transformadora de los votos. 

Recientemente y ante la bronca política permanente que vivimos en España algunos autores han vuelto a rescatar la idea de la tercera España en la que ubicaron a Besteiro. La tercera España entendida como aquellos que, ante el enfrentamiento visceral, se colocan en la equidistancia, por encima de la pelea, que dijo Machado, en lugar de “a la altura de las circunstancias”.  Visto así, una posición cómoda y ayuna de compromiso. Ahora bien, no es el caso del político socialista. No tomar partido necesariamente por dos bloques que encuentran su razón de ser en el enfrentamiento no es cobardía, ni inhibición, ni mucho menos ausencia de criterio. Muy al contrario, es de primeras colocarse en el paredón de la incomprensión e incluso expuesto a ser vejado y despreciado por no pensar necesariamente al dictado del que lleva la bandera. Su España, como la de muchos otros, fue y  es la del esfuerzo colectivo y consensuado por el bienestar y el progreso.  

En todo caso, hay muchas formas de interpretar la política, entonces y hoy. “Y yo, alego ante el Consejo de Guerra, que interpreto la acción del profesor como una acción educativa, y también la acción del político, tengo que velar con verdadero cuidado porque mis acciones no sean deprimentes del carácter, sino que sirvan para elevar estos espíritus. Y por eso yo me analizo, yo me crítico. Si puede ser como es en este caso, yo me apruebo y sostengo firmemente mis posiciones. ¿Y para qué más?


(1) 150 años del nacimiento y 80 del fallecimiento
(2) El proceso de Besteiro ( Arenillas de Chaves, Ignacio ) Revista de Occidente. Madrid. 1976. Ignacio Arenillas fue el abogado defensor de Julian Besteiro.
(3) Julian Besteiro. Andrés Saborit 1961. Ttivilus 2015. Pagina 33.

Besteiro en la política de hoy