viernes. 29.03.2024

Todos los colores del populismo

Todas las opciones políticas en la actualidad tienen algo de populistas puesto que todas tratan de atraerse...

La acepción de la política populista ha evolucionado desde una interpretación positiva – aquellos que se preocupan del pueblo – hacia una interpretación peyorativa que incluye todas aquellas opciones que se manifiestan a favor o contra de determinadas medidas, con el único fin, de ganar la simpatía de la población, particularmente si ésta posee derecho a voto, aún a costa de tomar medidas contrarias al estado democrático.

Tiene sus raíces en la antigua Roma en dónde existían los factio popularium que apostaron por el uso de las asambleas del pueblo para sacar adelante iniciativas populares destinadas a la mejor distribución de la tierra, el alivio de las deudas de los más pobres y la mayor participación democrática del grueso de la población. La recompensa era, obviamente, la presencia en el senado romano de ciudadanos cuya adscripción social era la de patricios

Todas las opciones políticas en la actualidad tienen algo de populistas puesto que todas tratan de atraerse la mayor cantidad de seguidores o electores hacia su terreno. Las estrategias para lograrlo pasa por ser ambiguos en determinadas cuestiones, mantener el silencio respecto a otras, calcular el momento para manifestarse a favor o en contra, sumarse a determinadas modas, hacer digeribles los discursos o realizar campañas de publicidad que incidan en aspectos emocionales para ser agradables, desechando la reflexión y las propuestas elaboradas. Ya se sabe “siempre positivo, nunca negativo”. En este sentido todas las opciones se tiñen, en mayor o menor medida, de un tono pastel que busca el bienestar del pueblo, el bien de la mayoría, el bien común, el interés general. Qué es lo que hay detrás de esos conceptos, importa poco a los populismos.

Se diferencia de la demagogia porque se refiere no sólo a discursos, sino también a las acciones aunque aquellos son esencia de estas. Así, se la puede entender como una táctica de uso limitado, o bien como una forma permanente de hacer política y permanecer en el poder. Se caracteriza además por la presencia de un líder carismático y en el peor de los casos un caudillo sobre el que pivota la propia existencia de la opción política.

No me preocupa tanto su existencia como la facilidad para caer en ese espacio cómodo y dúctil del populismo de cualquier color. Pero como somos humanos, tan humanos, es más fácil ver la una mota de polvo en el ojo ajeno que una piedra en el propio y hoy estamos en las mejores condiciones para el resurgimiento de este tipo de opciones políticas que crecen en momentos de crisis de la representación política pues la crisis – económica, social, de valores – es una condición necesaria, aunque no suficiente del populismo aunque esta crisis ha de ser una "crisis en las alturas" para que emerja y gana protagonismo un liderazgo que se proponga eficazmente como un liderazgo alternativo y alejado de la “clase política” existente.

Este liderazgo explota, en definitiva, las crisis de representación, las miserias de los seres humanos más que el procedimiento y lo hace articulando las demandas insatisfechas, el resentimiento político, los sentimientos de marginación, con un discurso que los unifica y llama al rescate de la soberanía popular expropiada por el establishment de los partidos, para movilizarla contra un enemigo -llámese la oligarquía, la plutocracia, los extranjeros depende del momento histórico – pero que siempre nos conduce a aquellos que son elevados a la categoría de responsables del malestar social y político que sufre "el pueblo".

No hay una clara identificación entre populismo e ideología política. Esta opción puede agrupar tanto a partidos de derecha conservadora estilo Tea Party, a las políticas de Obama (él mismo se reclamó populista) como a partidos de izquierda. De esta forma el populismo se tiñe de muchos colores.

Hoy en día en España estamos viviendo un momento en el que se dan todas las formas posibles de populismo. De hecho vivimos desde hace un lustro – algunos afirman que desde el inicio de transición – en una democracia populista más que en una democracia representativa por la presencia de opciones políticas que, más allá de ofertar modelos, ofrecen medidas parciales, formalmente coherentes pero profundamente contradictorias tales como recuperar la democracia para el pueblo, propuesta que se ha extendido notablemente, curiosamente desde que recuperamos la democracia.

Estas propuestas se articulan a través de propuestas tales como la realizar elecciones primarias en los partidos, garantizar la transparencia económica de estos, prohibición de recibir subvenciones públicas, eliminar a los imputados en procedimientos judiciales (sin condena firme) de la dirección de los partido y cargo electos, modernizar y tecnificar la democracia, convocar procesos constituyentes, reformar la constitución, favorecer referendos vinculantes, construir un gobierno abierto, el uso de las nuevas tecnologías para acercar a los ciudadanos, reducción de cargos políticos electos, supresión de sueldos a cargos electos, eliminación de determinadas estructuras administrativas, etc.

Todas estas aparentan una coherencia de alternativa y además global, pero en realidad estas propuestas son compartidas tanto por partido que se declaran (o no, pero lo son) de derechas y de izquierdas y por otra parte, algunas de estas propuestas están ya incluidas en los programas de los partido tradicionales, los de la vieja política. Resulta sorprendente ver como los programas que presentan partido de derecha radical y de la izquierda alternativa pueden ser englobados como antisistemas que es, en definitiva, uno de los colores predominantes del populismo actual aunque esto no es nuevo.

En USA, en la década de lo sesenta la aparición de la nueva izquierda americana se vio como un movimiento de clase media que buscaba animar a la "democracia participativa", mejorar el control por el pueblo de los asuntos locales, extender los derechos cívicos y más procesos más democráticos. Sus objetivos eran de naturaleza fundamentalmente ética, provenientes no del marxismo sino del libertarismo influidos por intelectuales y activistas como el anarquista Paul Goodman, Albert Camus o Gandhi.

Estas ideas fuerza fueron lo suficientemente potentes como para unir a muchos militantes del sector de la derecha con aquellos. Puesto que la vieja derecha era una descendiente directa del populismo de inicios del siglo XX y del individualismo, esta evolución no sorprendió del todo. Los puntos en común entre ambos grupos eran: la maximización de la libertad individual y de la descentralización participativa, un gusto por el "revisionismo" histórico y una oposición a la guerra, al liberalismo corporativista, al "big business" y al estatismo. Así se produjo la confluencia de destacados personajes que incluyeron al economista Murray Rothbard (ideólogo del anarquismo de propiedad privada y libre mercado al que denominó "anarcocapitalismo"), al escritor Karl Hess (otro ideólogo del anarquismo de mercado) y David Friedman, el hijo de Milton Friedman (y defensor de defiende una sociedad libre sin poder público).

Otro de los síntomas de la deriva populista es el rechazo al discurso, a la argumentación, a la razón, al “intelectual orgánico” y colectivo en favor del eslogan – si puede ser gracioso mejor - , la preocupación por la comunicación como problema exclusivo de la acción política, la realización de actos en los que se refuerce el liderazgo unipersonal y la política reducida a empatizar con el ciudadano.

Huir de este espacio populista es incómodo porque, entre otras cosas, exige relatos más densos que un mero eslogan. Incluso para esta política populista un panfleto ya es un discurso demasiado largo. Y este artículo ni te digo.

Post scriptum: El profesor y amigo Manuel Alcaraz me hace algunas sugerencias que comparto como propias. Se produce en la actualidad un rechazo a la democracia representativa en nombre de la propia democracia representativa mezclando esta con la democracia directa ya que sólo mediante esta participación directa se manifiesta la “verdadera” voluntad del pueblo y esta sólo se puede articular a través de asambleas o fórmulas similares. Pero como en estas asambleas no pueden asistir todos, son ellos los concienciados, los no manipulados, el pueblo “realmente existente” y a su vez, dado que la asamblea no está permanentemente reunida, se produce una transferencia, a modo de hipóstasis, al líder o grupo del “carisma del pueblo” de tal suerte que, paradójicamente, cuanta más reivindicación de democracia directa más necesidad de líderes carismáticos que articulen esta democracia directa.

También comenta con acierto que la razón del enaltecimiento las emociones, de las dotes comunicativas y el enaltecimiento de los sentimientos y de la meritocracia en la política actual nace de la debilidad de la política como acción continuada de debate racional y pedagógico.

Y finalmente observa que el populismo no necesariamente ha de dominar toda la acción de los partidos sino que en muchas ocasiones aparece como “cuñas” ante el desconcierto y las presiones radicalizadoras.

Todos los colores del populismo