sábado. 20.04.2024

Demagogia y estética

alex

El problema de Pablo Iglesias ha sido, en efecto, incurrir en la demagogia, verse preso de sus palabras. El propio Iglesias reprochó la actitud de aquellos políticos que mudándose al extrarradio, perdían el contacto con la realidad social

Es indudable que nada tiene que ver salir un lunes de casa con 600.000 euros en un maletín y pagar a tocateja la compra de algún antojo inmobiliario, a que dos personas solventes tomen la decisión de afrontar una hipoteca por valor de 270.000 euros cada una, endeudándose por un periodo de treinta años. En ello nada hay de malo. Se puede ser honrado y combatir la corrupción y la apropiación de lo público desde un chalet, y se puede ser un delincuente, incluso formar parte de una organización criminal disfrazada de partido político, con o sin chalets.

No son pocas las almas del mundo convencidas de que ser de izquierdas, supone despertarse un día a lo Gregorio Samsa, sin saber cómo ni por qué, luciendo una camiseta de tiras con la que bajar a la calle a repartir octavillas. Sin embargo, existe gente pobre de derechas como existe gente acomodada, y hasta rica de izquierdas. El tránsito filosófico de la Verdad a la Razón, la creación política que discute una comprensión injusta de la sociedad, y por ende, de la humanidad, se fraguó siempre desde un inevitable status burgués que permitió al hombre administrar su tiempo, formarse, tomar conciencia de que otra realidad es posible. Espartaco acabó crucificado. Quienes lograron modificar el rumbo de la historia –que diría Hegel–, encauzar las condiciones sociales existentes hacia el cambio, fueron siempre baja nobleza, poderosa burguesía, intelectualidad, mentes prodigiosas que gozaron de la posibilidad de formarse y desplegarse al mundo.

Manuel Azaña, último jefe de Estado legítimo en España, habló un día de las siempre “ramplonas declaraciones de la Derecha, capaces de avergonzar a una castañera”. Si hay algo que tradicionalmente caracteriza el lenguaje del conservadurismo patrio -también el internacional, todo hay que decirlo-, es la profunda convicción de hablar para un target sin ilustrar, destruido en su juicio crítico, y al que, mudando la piel, podrá seguir estafando hasta el fin de los tiempos. La retórica vana, vacía, hasta burda, no sólo no sonroja; se convierte así en el único lenguaje posible. Hablar para no decir nada porque nada hay que decir cuando nada se pretende cambiar. La estética se convierte en el fondo; queda la demagogia como argumento político respecto al oponente. El éxito ya no radica en el contenido de cada programa sino en la retórica.

La razón, sin embargo, no requiere de artificios, decía Fausto. El problema de Pablo Iglesias ha sido, en efecto, incurrir en la demagogia, verse preso de sus palabras. El propio Iglesias reprochó la actitud de aquellos políticos que mudándose al extrarradio, perdían el contacto con la realidad social. Iglesias –que no Irene Montero–, debería acaso renunciar, no por la compra de su nueva vivienda, sino por ser él precisamente quien, denunciando la falsedad e impostura de sus adversarios, llegó a convertirse en el único que no podía asemejarse a ellos. En su descargo cabría quizá añadir lo que algunos ya sospechan: que entre hostigamientos ultras y otros defensores de esta democracia, el líder de Podemos ha acabado persuadido de que lo mejor que puede hacer es dar un paso al costado. Ya se lo advirtió la diosa a aquel otro insolente, pródigo en astucias: "Tú no lo entiendes Ulises; Escila no puede morir..."

Demagogia y estética