viernes. 29.03.2024

La tentación populista

El populismo es un concepto político muy controvertido. Los politólogos no se ponen de acuerdo en una definición ni en establecer  sus rasgos fundamentales. Se utiliza la misma palabra para etiquetar fenómenos históricos muy diferentes. Isaiah Berlín hizo famosa una caracterización del populismo aludiendo al “complejo de la Cenicienta”. En una conferencia realizada en Londres en mayo de 1967 señalaba que  existe un zapato –la palabra populismo- para el cual existe un pie en algún lugar al que se ajusta el populismo puro. Pero en general lo que vamos a encontrar son variaciones o versiones incompletas de aquél.

El populismo no es una ideología –como el marxismo- ni necesariamente alcanza la categoría de un movimiento político acabado con un contenido programático específico. Tampoco es un régimen político y es compatible con una variedad de formas estatales. Es más bien un estilo discursivo, una manera de hacer política que puede ser utilizado por nuevas formaciones de izquierda o de derecha, según las épocas y los lugares. Surge cuando se busca construir un nuevo sujeto de la acción colectiva —el pueblo— capaz de reconfigurar un orden social vivido como injusto. Para afrontar esa situación es necesario descartar la visión mediática simplista del populismo como pura demagogia y adoptar una perspectiva analítica. Sus rasgos más importantes son la estructura retórica y el liderazgo carismático.

Ernesto Laclau, autor de “La razón populista”, ha sido considerado por los líderes de Podemos como referencia intelectual. De allí que resulte de interés tomar como punto de partida para el análisis la tesis de Laclau, quien define el populismo como una forma de construir lo político, consistente en establecer una frontera política que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo frente a los de arriba. En realidad lo que hizo Ernesto Laclau fue revestir algunas conocidas tesis políticas con una fraseología proveniente del estructuralismo francés. La existencia de partidos catch-all (atrapa-lo-todo) con programas amplios, dirigidos a satisfacer demandas de distintos estratos sociales, ya había sido expuesta en varios ensayos políticos. Laclau utilizó expresiones oscuras -”cadena equivalencial de significantes”- para hacer referencia a esos programas políticos, en una utilización artificiosa e innecesaria del lenguaje esotérico característico de uno de sus mentores ideológico, el psicoanalista  Jacques Lacan. Otra de las creaciones retóricas de Laclau es el concepto de “significante vacío”, un eufemismo para hacer  referencia a los liderazgos carismáticos tan relevantes en el populismo. La necesidad de unir elementos heterogéneos mediante una singularidad, explica el rol que juega el líder. Se produce el fenómeno de la encarnación cuando un sujeto concreto (Perón, Mao, ¿Pablo Iglesias?) es objeto de una investidura afectiva (catéctica, en la jerga lacaniana de Laclau) lo que permite erigir al pueblo como agente histórico del cambio. 

Para que haya populismo se requieren tres condiciones, según Laclau. La primera es que se construya una relación solidaria entre una pluralidad de demandas insatisfechas, que se forme entre ellas lo que hemos denominado una cadena equivalencial. Si la gente ve que hay demandas insatisfechas al nivel de la vivienda, de la salud, de la seguridad, de la escolaridad, del transporte, etc., entre todas estas demandas se da un proceso de interpenetración y de realimentación mutuas. Con esto se ha llegado al primer estadio de una experiencia que podemos llamar prepopulista. La segunda condición –el segundo estadio– consiste en elaborar, a partir de las demandas insatisfechas, un discurso dicotómico que divida a la sociedad en dos campos: los de abajo, el pueblo, y, frente a él, el poder social y político, cuyos canales institucionales tradicionales no logran vehiculizar las demandas de las masas. El tercer estadio tiene lugar cuando este discurso dicotómico cristaliza en torno a ciertos símbolos que significan al “pueblo” como totalidad. En la mayor parte de los casos es el nombre de una figura líder. Esto no da al líder un poder ilimitado, si dejara de responder a la cadena equivalencial de demandas que se ha formado en el primer estadio, su poder de atracción se vería erosionado muy rápidamente.

Esta necesidad de construcción política de un enemigo como fórmula  ideada para brindar cohesión a la fuerza propia, ha sido considerada por la politóloga Chantal Mouffe como la dimensión  “partisana” de la política. Considera que no es posible eliminar las pasiones de la política y fracasan los intentos de convertir la política en mera gestión, moderación o consenso. Para que la gente se interese por la política, debe tener la posibilidad de elegir entre opciones que ofrezcan alternativas reales. Por consiguiente, sostiene, sigue siendo válida la confrontación entre la izquierda y la derecha, pero –y esto la diferencia de la izquierda populista- reconoce que ambas son posiciones políticas democráticas legítimas.

Para Chantal Mouffe, si hay algo que habría que aprender del fracaso del comunismo es que la lucha democráticas no debería concebirse en términos de amigo/enemigo, y que la democracia liberal no es el enemigo a destruir”. Propone que frente a la visión antagónica de la política, debe imponerse una visión que denomina agonista por la que se establece una relación nosotros/ellos en la que las partes en conflicto, aceptando sus diferencias, reconocen al mismo tiempo la legitimidad de sus oponentes. Afirma que, justamente, la tarea de la democracia consiste en transformar el antagonismo en agonismo.

Al poner el acento en las políticas de bienestar social, en la necesidad de renovar la democracia y atender las necesidades de los excluidos, el populismo  puede entenderse como una forma de democracia radical. Sin embargo, el despliegue real en los países Latinoamericanos como Venezuela y Argentina, ha demostrado que el culto a la personalidad, el uso discrecional de los recursos del Estado y la indiferencia a las restricciones propias de la economía, han llevado a esos países a graves crisis económicas, políticas y sociales.

El riesgo mayor del populismo es que  la atribución de la representación del pueblo puede convertirse en la excusa perfecta para atacar  a los adversarios y destruir las bases del pluralismo y la convivencia democrática. La ilusión de un pueblo unido que quiere refundar la democracia sobre nuevas bases puede incubar la idea totalitaria de una unidad sin fisuras. Como señala Benjamin Arditi “el populismo puede permanecer dentro de los límites de la democracia, pero también puede llegar al punto en el que ambos entran en conflicto y pueden incuso llegar a tomar caminos separados”. Ese es el peligro de caer en la tentación populista.

La tentación populista