sábado. 20.04.2024

Los peligros del fanatismo intransigente

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Históricamente, la religión y la política han sido fuente frecuente de fanatismos arquetípicos capaces de convertir a hombres y mujeres libres en esclavos de las normas que unos sectarios e inteligentes adalides introyectan en sus mentes

Podemos considerar fanáticos intransigentes a quienes se aferran a sus convicciones (religiosas, políticas, tradicionales, culturales y hasta deportivas) con un énfasis rayano en lo patológico por su sordera ante el criterio ajeno, su incapacidad para dialogar y su tendencia monotemática a hablar siempre de y desde su credo aunque el tema no lo requiera. Obstinados hasta la exasperación, los fanáticos intransigentes hacen extensiva su obsesión a cualquier faceta de sus vidas, comportándose como unos personajes insoportables que se sienten atacados cuando se les rebate.

El fanático intransigente se adhiere a su causa sin oponer trabas ni condiciones. Acata sin rechistar las mentiras con las que es captado y, en casos extremos, es hasta capaz de matar o morir por las ideas imbuidas en el disco duro de su raciocinio.

Sin duda, los fanatismos más peligrosos son el religioso y el político, dos paradigmas de la intransigencia en los que una supuesta moral en el primer caso, y una argumentación racional basada en mentiras y promesas en el segundo, conducen a las masas a una ceguera y una sordera selectiva que sólo les permite ver y escuchar lo que se les impone como dogma y única verdad.

Históricamente, la religión y la política han sido fuente frecuente de fanatismos arquetípicos capaces de convertir a hombres y mujeres libres en esclavos de las normas que unos sectarios e inteligentes adalides introyectan en sus mentes. El resultado, en el mejor de los casos, son conflictos sociales que dividen a la sociedad (e incluso a los microcosmos familiares) en dos sectores contrapuestos, y en el peor el inicio de un conflicto bélico. Las cosas se complican cuando el fanatismo religioso y político van unidos (como es el caso del terrorismo suicida yihadista) y las consecuencias pueden ser espeluznantes

Pero, sin necesidad de llegar a tan dramáticas confrontaciones, cuando en una sociedad regida por unas normas de convivencia irrumpe un fanatismo enarbolando la premisa de “estás conmigo o contra mí”, es fácil que se rompa el equilibrio entre lo racional y lo emocional, y que personas sensatas e inteligentes se transformen de pronto en una suerte de trastornados abducidos por los delirios de un iluminado (y su organizada cohorte) que les contagia sus delirios y fantasías, y les promete un Nirvana que su razón jamás admitiría, aunque su yo emocional lo recibe con los brazos abiertos.

Un signo de alarma preocupante de que algo así pueda estar sucediendo en una colectividad es la proliferación masiva de individuos obsesionados con una quimera, personas hasta entonces razonables que de pronto exigen un imposible desde la realidad paralela donde se instalan, sujetos que consideran sus ideas innegociables y que se sienten amenazados por enemigos imaginarios cuando se les contradice. Esta metamorfosis en la percepción de la realidad es el resultado de una orquestada manipulación por parte de unos lideres con ínfulas de grandeza y hegemonía (o bien percepciones paranoicas de ser oprimidos en sus derechos) que impulsan a las masas a cometer actos de insumisión, haciéndoles creer que ellos (y no quienes sufren las consecuencias de su locura) son las únicas víctimas.

Evidentemente hay medidas y modos de prevenir estas situaciones, y también de intervenir para atajarlas cuando suceden, pero no es este el objetivo de un artículo donde sólo he querido exponer someramente el fenómeno de la intransigencia fanática.

Los peligros del fanatismo intransigente