jueves. 25.04.2024

Esos niños que acudieron a la boda de la hija de Aznar

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Unos de los pocos invitados a la boda de la hija de Aznar que aún no han dormido en la cárcel, no están imputados o no pertenecen a ninguna trama corrupta

Me acaban de enviar una fotografía en la que aparecen unas dulces criaturitas, sin duda unos de los pocos invitados a la boda de la hija de Aznar que aún no han dormido en la cárcel, no están imputados o no pertenecen a ninguna trama corrupta.

Inmediatamente, mi perspicaz sentido de la premonición me ha hecho sospechar la alta probabilidad de que estos encantadores niños acaben haciendo un máster infantil en un colegio elitista, preferentemente religioso, donde se les inculque la españolidad, la moral católica y el valor de los principios de los que  emana el criterio, así como la conveniencia de tener muchos principios para utilizarlos según convenga. También se les imbuirá la capacidad de identificar a las clases sociales inferiores a las suyas y la importancia de no contaminarse de sus costumbres. Todo esto y un largo etcétera para hacer de ellos unos hombrecitos y mujercitas que conviertan España en una nación grande y libre, sobre todo libre de indeseables izquierdosos que les dificulten en su avance hacia el confort y la molicie del aburguesamiento al que cada uno de ellos aspirarán en el futuro.

No descarto que alguno de estos infantes descuelle de la media y se revele como una joven promesa al hurtar dos huevos Kinder en un Eroski, con la misma desenvoltura y desvergüenza que una presidenta de comunidad autónoma se atrevería meter dos tarros de crema en su bolso con la intención de llevárselos sin pagar de un supermercado. Eso son puntos que suman méritos y van perfilando a quienes se convertirán en líderes.

Más tarde, estos niños crecerán en gracia y en sabiduría (Lucas 2-52) en un ambiente sin privaciones y, muchos de ellos, al llegar a la adolescencia se afiliarán a Nuevas Generaciones y aprenderán a derrochar prepotencia y mirar por encima del hombro a quienes no superen el dintel que, según se les habrá inculcado, separa los buenos modos de la indignidad que caracteriza a la chusma.

Pasado el tiempo, acabarán sus estudios (preferiblemente derecho o administración de empresas), y algunos sucumbirán a la tentación de entrar en política, arrimándose al sol que más les caliente el ego y más les llene los  bolsillos.

Polifacéticos y ricos en principios (elegirán el que más se adecue a sus necesidades puntuales), se declararán de centro, de derechas, o incluso dirán ser socialdemócratas de toda la vida, según sople el viento de sus intereses. 

Se avezarán en el arte del insulto y esgrimirán mil y un improperios como arma arrojadiza contra los felones que no piensen como ellos.

Y al final, cuando llegue a adultos, es muy probable que nuestros hijos o nietos de su misma edad, de su misma generación y de distinta educación y sentido de la ética, les acaben llamando sinvergüenzas y ladrones, del mismo modo que hoy consideramos a sus padres y abuelos. 

La vida es una noria que rueda y rueda repitiéndose en cada generación los mismos errores que cometieron las generaciones precedentes, algo que sólo se podría zanjar aplicando medidas correctoras a través de un cambio que, tristemente, la experiencia nos enseña que jamás llegará a producirse, sobre todo cuando quienes acceden a la gobernabilidad, incumplen las promesas de cambio que hicieron a su electorado, y adquieren vicios de forma y fondo conforme se enfrentan a la realidad y comprueban quienes en verdad detentan los poderes fácticos. El triste resultado es que acaban cometiendo los mismos errores que censuraron a sus predecesores. 

Y así nos va.

Esos niños que acudieron a la boda de la hija de Aznar