viernes. 29.03.2024

El New York Times compara el apogeo de Vox con el nazismo

nyt

El prestigioso diario New York Times publicó el pasado 29 de mayo un artículo (“El virus de la derecha” ) donde alertaba del peligro que supone para España la extrema derecha representada por Vox. Ilustraba el comentario de opinión firmado por Diego Fonseca una fotografía de la manifestación de protesta organizada por Vox en Madrid para criticar el modo en que el gobierno de España gestiona la pandemia del Covid-19.

No es esta  la primera vez que este influyente rotativo neoyorquino se muestra crítico con el partido ultraderechista español, al que en esta ocasión lo compara con el nazismo.

Desde hace tiempo la extrema derecha avanza con fuerza en Europa (Alemania, Suecia, Italia, Austria, Hungría, Polonia…) y su populismo ha conseguido instalarse en los parlamentos de casi una veintena de países de la Unión Europea y en el gobierno de media docena de ellos. Desde nuestro país hemos asistido como espectadores a este auge ultra como un fenómeno lejano, algo que no iba con nosotros, sin saber que sólo era cuestión de tiempo que una formación nostálgica y minoritario llamada Vox se convirtiera, a finales  de 2019, en la tercera fuerza parlamentaria gracias al apoyo de más de tres millones y medio de españoles, que al otorgarle 52 escaños lo homologaban con la más potente ultraderecha europea. Fue como si de pronto, millones de españoles de esos que se consideran de bien, decidieran quitarse la careta de demócratas con la que fingieron durante años ser una derecha moderada, que  en su interior ocultaba la nostalgia por aquella España del nacionalcatolicismo donde imperaba la libertad sin libertinaje, el orden, la caballerosidad y las buenas costumbres.

No es justo ni decente que nadie considere a Pedro Sánchez, como un sádico que ha disfrutado confinando en sus hogares a todo un país sin que sirviera para nada, martirizándolos con fases y mas fases para recuperar a plazos unos mendrugos de libertad

Aprovechando el derecho a manifestarse por las calles que les confería la democracia (una prebenda que muchos de ellos abolirían si en sus manos estuviera), mientras a las ocho de la tarde unos aplaudían a los sanitarios que se jugaban la vida salvando la de los enfermos afectados por el coronavirus, otra España pletórica de rabia y odio, salió a las calles de un barrio acomodado de Madrid, al grito de «libertad, libertad, libertad» con una cacerola en la mano a la que aporreaban con cucharas, tal vez alguna fuera de plata, metiendo ruido y pidiendo la dimisión de Pedro Sánchez por su mala gestión en la lucha contra la pandemia.

No nos engañemos. Fallos ha habido y muchos, por parte de un gobierno recién llegado (apenas tres meses gobernando) que en los inicios de la pandemia no consiguió coordinar una respuesta inmediata, conjunta y ajustada a las necesidades específicas de los diecisiete modelos sanitarios de cada una de las comunidades autónomas. Todo se nos venía encima de golpe, todo era de nuevo, hubo opiniones para todos los gustos (incluido discrepancias en el gobierno), motivo por el que se tomaron decisiones dispares y también contradictorias. La sensación inicial de la ciudadanía fue la de estar recibiendo informaciones discordantes. Pero no olvidemos que la evolución del coronavirus fue atípica y para nada ajustada a patrones previsible. Surgían datos que aconsejaban a tomar decisiones de buena mañana para luego modificarlas por la tarde porque las circunstancias variaban. En este pandemónium de despropósitos no había una lógica racional que permitiera seguir protocolos elaborados con un mínimo de tiempo y análisis. Pero este caos no sólo fue nuestro. Se equivocó la OMS, se equivocó Alemania, se equivocó Italia… y obviamente también hubo actuaciones desacertadas en España como en tantos otros países, en los que tuvieron mucha más suerte que nosotros ya que la oposición no aprovechó el caos para lanzarse a la yugular del gobierno y acusarles de ser ineptos, de estar improvisando e incluso de ser responsables de miles de muertes. El respeto, la solidaridad y la colaboración de los partidos de la oposición fue la constante que imperó en casi todos los países del mundo afectados por la pandemia. Un ejemplo muy próximo lo tenemos en Portugal.

Y ahí es donde el artículo del New York Time censura a la ultraderecha española: «la ultraderecha ha salido a las calles de España −uno de los países más afectados por la pandemia− a reclamar libertad sobre los cadáveres de miles de muertos por el virus, y ha advertido que este es solo el inicio».

Decíamos antes que en el pasado reciente, los españoles no concedimos importancia al nacimiento de Vox y a sus surrealistas proclamas, confiados como estábamos en que el populismo de la ultraderecha no tenía cabida en nuestro país gracias a la institucionalización del Partido Popular que la atemperaba y domesticaba. Que error, que inmenso error ahora que hemos visto como Vox se vino arriba cuando Sánchez llegó a la presidencia de Gobierno, y la ultraderecha se lanzó a las calles con la bandera de su España como si fuera una capa de superhéroes, arengando a sus seguidores a reconquistar la patria y sembrando el miedo a las consecuencias de ser gobernados por una panda de socialistas, comunistas, y para colmo de males también algún que otro bolivariano.

Que error fue haber creído que nuestro sistema sanitario era el mejor del mundo, cuando la cruda realidad de la pandemia obligó a darlo todo a unos profesionales de la sanidad con jornadas extenuantes y en condiciones a veces deplorables. Esos nuevos héroes de bata blanca eran los mismos trabajadores de la sanidad que un año antes se manifestaban en las calles para denunciar la falta de dotación y presupuestos, la falta de personal, los contratos basura, los sueldos ridículos de médicos y personal de enfermería comparados con los de sus homólogos de los países vecinos, los intentos de privatizar la sanidad pública, la masificación de las consultas en atención primaria en las que un solo médico tenía que atender a veces a casi un centenar de pacientes.

No teníamos la mejor sanidad del mundo. Puede que sí los mejores profesionales, pero no la mejor gestión. Ha sido bochornoso que al principio del caos, los sanitarios hayan tenido que trabajar con infradotación de material, protegiéndose del coronavirus con bolsas de basura y viéndose en la dura disyuntiva de tener que escoger a qué pacientes conectaban a un respirador y a quienes no por falta de recursos. Los sanitarios llevaban tiempo reivindicando la carencias de respiradores, y la crisis de la pandemia les ha dado la razón. Como también se la ha dado a quienes denunciaban los recortes en la sanidad y protestaban por la furibunda urgencia de la derecha por privatizar la sanidad pública. Ahora hemos comprobado que quienes se movilizaron en las mareas blancas tenían razón, y es momento para recordar que quien  estaba entonces en la Moncloa no era Pedro Sánchez sino en Partido Popular con Mariano Rajoy en la presidencia.

¿Cuántas vidas se podrían haber salvado si se hubiera atendido las reivindicaciones de los sanitarios en su momento?

¿Alguien puede asegurar que hoy la pandemia estaría resuelta si hubiera sido presidente de Gobierno Pablo Casado?

¿Quién no desea con todas sus fuerzas ir a trabajar con normalidad, respirar sin mascarilla, abrazar a sus seres queridos, salir a pasear cuando le apetezca, viajar…?

No es justo ni decente que nadie considere a Pedro Sánchez (o a Mariano Rajoy, si le hubiera tocado a él lidiar con la pandemia), como unos sádicos que han disfrutado confinando en sus hogares a todo un país sin que sirviera para nada (según opinan algunos), martirizándolos con fases y mas fases para recuperar a plazos unos mendrugos de libertad.

A nadie sensato le resulta indiferente la inminente caída del PIB que nos espera, las cifras altas de desempleo que van a empobrecer a muchas familias, pero antes de lamentarnos de algo que tiene solución como es una crisis que nada tendrá que ver con la que sufrimos en 2008, habría que considerar que  la pandemia sigue en activo, que el riesgo de un rebrote es una espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas, y que por muchas prisas que el poder empresarial y financiero tenga en que todo vuelva a la normalidad, lo prioritario es resolver la emergencia sanitaria que nos ha cambiado la vida, porque sin gente sana jamás habrá una economía próspera. Tengamos en cuenta que las crisis económicas siempre se resuelven, pero la muerte de un ser humano no.

Finalizaré con una reseña del New York Times donde se hace eco de la vergonzosa oposición que están haciendo Vox y el PP a cuenta de la pandemia, y no entiende cómo, mientras mueren miles de personas, las derechas se dedican a jugar políticamente con la inmensa tragedia nacional.

El New York Times compara el apogeo de Vox con el nazismo