sábado. 20.04.2024

La fragilidad de nuestros ancianos frente al Covid-19

Desde las civilizaciones más antiguas, en la historia de la humanidad, la figura del anciano ha sido objeto de una inmensa veneración, considerándola como un cimiento imprescindible para permitir el progreso de la sociedad y asegurar el mantenimiento de unos valores que aseguren la convivencia basada en el respeto mutuo. 

Por ello, resulta inaceptable que en una sociedad egoísta como la nuestra, basada en la competitividad y la eliminación de obstáculos que priven a sus miembros del bienestar, se haya perdido el atávico instinto de protección y la obligación de ofrecer seguridad y tutela a este vulnerable grupo que con su trabajo y esfuerzo hizo posible que tengamos el desarrollo y el confort del que ahora disfrutamos.

Es del todo inaceptable y resulta aterrador que se haya encontrado cadáveres de residentes en centros para mayores, abandonados yaciendo en sus camas

Viene todo esto a colación de que son ya demasiados los casos de ancianos fallecidos en residencias geriátricas a causa del Covid-19, algo de entrada normal si consideramos que en España, casi el 90% de los fallecidos por esta enfermedad son mayores de 70 años. Sin embargo, es del todo inaceptable y resulta aterrador que se haya encontrado cadáveres de residentes en centros para mayores, abandonados yaciendo en sus camas. Un hallazgo tétrico que descubrieron los miembros de la UME que acudieron a desinfectar las instalaciones. Y para mayor vergüenza de nuestra sociedad, reseñemos que este no ha sido un hecho aislado si no algo que ha sucedido en varias residencias donde, además, había ancianos vivos conviviendo con los cadáveres. 

Por si no fuera suficiente el  impacto con que esta noticia espoleó a nuestras conciencias, el vicegobernador republicano de Texas Dan Patrick, acaba de exponer en una entrevista su personal visión de la pandemia r el coronavirus asegurando que «las personas mayores de su país deberían preferir morir y beneficiar así a sus nietos antes que dejar que el COVID-19 hundiera la economía de EE.UU», un alegato terrorífico que da preferencia a la muerte de centenares de miles ancianos antes de que el sistema capitalista norteamericano se resintiera como consecuencia de la epidemia. Sin duda, una postura genocida diametralmente opuesta a la obligación moral que debería motivar a la administración Trump para reforzar el deficiente y clasista sistema sanitario de su país (tal como intentó hacer Obama durante sus dos mandatos), en lugar de afirmar que mantener con vida a los abuelos sería un «remedio peor que la enfermedad» como opinó el actual presidente de los EEUU.

Recodemos que casi 30 millones los estadounidenses carecen de cobertura sanitaria y están constantemente expuestos a perder lo poco que tienen si contraen una enfermedad que precise de un ingreso hospitalario. Y ya de paso, reflexionemos y saquemos conclusiones acerca de si vale o no la pena cuidar del sistema de salud pública universal que disfrutamos en nuestro país, o si bien sería mejor privatizarlo como se intentó recientemente con unas consecuencias que tal vez ahora estemos sufriendo en ciertos aspectos. 

Por todo lo expuesto he querido dedicar este artículo a los ancianos, los miembros más débiles, más vulnerables, y más indefensos de nuestra sociedad a la hora de sufrir las consecuencias y complicaciones de una infección por el coronavirus.

La fragilidad de nuestros ancianos frente al Covid-19