jueves. 28.03.2024

¿Cuándo se nos fue de las manos el control de Covid-19?

ocio

Soy médico desde hace muchos años, promoción 1970-1976 de la Facultad de Medicina de Valencia. Puedo asegurar que he visto y vivido, casi todo lo que un médico es capaz de percibir durante más de cuatro decenios de experiencia, pero nada recuerdo que sea equiparable a la terrible situación de pandemia que atravesamos. En muchos sentidos, tanto médicos como sociológicos.

El pasado viernes por la mañana leía en la prensa que el Govern de la Generalitat Valenciana ordenaba que los locales de ocio nocturno cerraran a la una y media de la madrugada durante al menos catorce días, y en vez de alegrarme me indignó que la medida no fuera el cierre total de estos establecimientos. Es como si la DGT permitiera conducir con una tasa de alcoholemia elevada durante ciertas horas del día, recuerdo que le dije a quien me acompañaba.

Justo en ese momento, daba en Madrid una rueda de prensa el ministro de Sanidad, tras una reunión de emergencia con los representantes de las CCAA. Salvador Illa recordó que los botellones son una práctica prohibida e instó a que los jóvenes fueran disciplinados y que las CCAA impusieran sanciones. ¿Recordó, instó, disciplinados…? ¿Por qué tanta suavidad en vez de haber aplicado ya sanciones ante el incremento de los rebrotes de Covid que nos ha hecho retroceder a como estábamos en marzo?, me pregunté aun más indignado.

Me pareció excelente la medida de prohibir fumar en la calle a menos de dos metros de otras personas, y sobre todo la orden (por fin, dije) de cerrar los locales de ocio nocturno en todo el país. Era kafkiano que mientras los centros docentes permanecían cerrados en beneficio de la salud pública, se permitiera abrir a los bares de copas, discotecas y otros locales repletos de jóvenes apretujados cuerpo con cuerpo, sometidos a la desinhibición que provoca el alcohol (y lo que no es alcohol), dando rienda suelta a los impulsos mas primitivos en un ambiente que ha sido causa de muchos rebrotes. Un elevado porcentaje del perfil de los nuevos contagiados apunta a jóvenes asintomáticos, con carga viral y que no siguen las normas impuestas.

Llevo tiempo censurando la contradicción de que se nos dieran normas estrictas -y necesarias- para evitar la propagación del coronavirus, y al mismo tiempo se nos alegrara el oído con una probable normalización de la campaña turística estival de 2020, un cometido que estaba condenado al fracaso en lo económico, a no ser que nos expusiéramos a rebrotes y perdiéramos lo que habíamos ganado con el confinamiento. Conforme avanzaba la desescalada y el regreso a una hipotética normalidad, confieso que lo he pasado muy mal como médico y como ciudadano al ver que muchos bajaban la guardia en la larga travesía del desierto hacia una nueva normalidadque no dudo será nueva pero nunca normal según los criterios de normalidad previos a la pandemia. 

Mientras tanto, en los centros de salud y las consultas externas hospitalarias seguían -siguen en su mayoría- atendiendo a los pacientes telefónicamente; se han cancelado muchas de las exploraciones complementarias programadas para los pacientes crónicos; el personal sanitario ha dado todo lo que se podía y más hasta quedar exhaustos. Por ello resulta indignante que al mejorar los datos se relajaran las medidas de prevención por parte de quienes sólo les preocupaba el momento de salir a una terraza para tomar una cervecita con los amigos. Y el resultado se ha materializado en una ola de rebrotes.  

¿De quien ha sido la culpa? ¿Qué hemos hecho mal?

Nunca se debió permitir que la gente creyera que con el verano vendría un alivio de la pandemia, un paréntesis a la espera de una probable segunda ola, que sería fácil de controlar porque nos cogería preparados y a punto de que llegara la ansiada vacuna. Conforme era evidente la dejación por parte de los irresponsables, habría sido necesaria una campaña informativa dura y machacona que concienciara a la población de que seguíamos en peligro; que este año no habría unas vacaciones normales; que nada sería como antes mientras el coronavirus siguiera en la calle, en la respiración de quien tenemos al lado en el metro o en el autobús, en las barandillas de las escaleras que tocamos con nuestras manos, el botón que pulsamos en el ascensor, en las mascarillas que algunos tiran al suelo, en el mostrador donde muchos se apoyan sin desinfectarse después las manos con un buen lavado.

Fue lamentable que la población recibiera mensajes subliminales -bienintencionados, no lo dudo- en un estéril intento de insuflar ánimo tras el esfuerzo que nos supuso el confinamiento. Conforme descendía el número de contagios y se iban haciendo familiares las palabras desescalada y desconfinamientola población percibió una sensación irreal de vuelta a la normalidad y recibió mensajes contradictorios. Recordemos que en un mismo día, María Jesús Montero (ministra de Hacienda y Portavoz del Gobierno)  anunció que el 26 de abril comenzaría la «vuelta a las calles y plazas», y pocas horas después el ministro Illa lo desmentía al decir que «no es momento de hablar de desescalada». De hecho, no tardó el presidente de Gobierno en anunciar una nueva prórroga del estado de alarma. 

¿Lo hizo mal el Gobierno? 

Tal vez sí en algunos aspectos, pero estoy convencido de que no peor que lo habría hecho un gobierno presidido por cualquier otro líder (por ejemplo Pablo Casado bajo la supervisión de Vox). Sencillamente fue necesario rectificar demasiadas veces, porque el coronavirus era (y lo sigue siendo) un perfecto desconocido que ha obligado a cambiar de estrategia en función de la evolución de la pandemia. Y en epidemiología, como sucede en otras disciplinas sometidas al método científico, la sistemática de actuación se basa en el clásico procedimiento de prueba-error. 

Me he propuesto no politizar este artículo por tratarse de un problema en el que no debería haber bandos ni rivalidades. Sin embargo no silenciaré algo que se hizo muy mal. Una actuación que fue duramente criticada por la prensa internacional consistente en que, quienes deberían haber apoyado al Gobierno desde la oposición en beneficio de la salud pública, utilizaron sus desaciertos (errores los han tenido todos los gobiernos de los países afectados por el coronavirus) en una desleal estrategia de acoso y derribo al ejecutivo.

Me dirigiré ahora a todos aquellos que trivializan la pandemia, a quienes pasan de ponerse la mascarilla porque les empaña los cristales de la gafas, a los que se reúnen en fiestas multitudinarias sin respetar la distancia social, compartiendo plato o caldero donde todos pican y sintiéndose inmunes a la enfermedad. A todos ellos les informo que al día de hoy hemos retrocedido a los datos epidemiológicos del pasado mes de marzo, y que es posible que la pandemia por el coronavirus no haya hecho mas que comenzar. Puede que esto genere unos nuevos hábitos de convivencia que duren años, y así será hasta que los protocolos terapéuticos reduzcan el número de enfermos que ingresan en las UCI, y también hasta que dispongamos de una vacuna eficaz cuya investigación supere con éxito todas las fases preceptivas. 

Pongamos los pies en el suelo, actuemos con la razón y no con impulsos hedonistas y egoístas. Es necesario que nadie le siga el juego a quienes presentan al gobierno como una dictadura que impone órdenes y nos obliga a utilizar bozales (léase mascarillas) para tenernos controlados. Seamos serios. A Pedro Sánchez y a su gabinete les cayó un marrón de mucho cuidado cuando pocas semanas después de tomar posesión de sus cargos, tuvieron que enfrentarse al mayor desastre social que ha afectado a España desde la Guerra Civil.

No sé si son buenos o malos gobernantes porque aun no han tenido la ocasión de gobernar. Sólo me consta que están luchando contra el coronavirus y hacen lo que buenamente pueden. Por ello, lo ético y lo patriótico sería ayudarles (recordemos la ejemplar postura de la derecha en Portugal) y respetar su esfuerzo.

Acabaré con una reseña dirigida a quienes disfrutan atacando al gobierno social-comunista como ellos lo denominan. Señoras y señores que hacen este tipo de oposición, podrán ustedes censurar al gobierno en muchos aspectos y sin duda tendrán razón algunas veces, incluso muchas, pero tengan la tranquilidad de que al menos, nuestro presidente no es un personaje peligroso que propone ideas como inyectar desinfectante a los enfermos de Covid-19, o anima a los ciudadanos a tomar comprimidos de hidroxicloroquina todos los días porque «ha oído muchas cosas buenas» acerca de ese medicamento. Al menos, en cordura -y en muchas más cosas- vamos por delante de ese líder liberal conservador de dudosa salud mental que gobierna el país más rico del planeta.

Tomen todos nota e intenten responder a esta pregunta: ¿Por qué no intentan colaborar juntas las dos Españas, aunque fuera sólo esta vez, en beneficio de la salud pública, y dirimir las diferencias -unos y otros- después de que se amansen las turbulentas aguas de la pandemia?

¿Cuándo se nos fue de las manos el control de Covid-19?