jueves. 18.04.2024

Puntos suspensivos

Vidas insulsas, presentes rotos y futuros impredecibles forman un escenario indeseable, pero real en nuestras vidas...

El presente es complejo, como mínimo, pero el futuro además de incierto, es imposible categorizarlo. En otro tiempo los sueños nos hacían vivir, virtualmente, momentos que pretendíamos hacer realidad. Por ello luchábamos. Por ello, los padres se afanaban en preparar a los hijos para que afrontaran el futuro en el que estaban llamados a sucederles. Los patrones de conducta estaban establecidos y se cumplían dentro de un orden. Un humano competente, al final se abría camino. No importaba la rama, especialidad o trabajo en el que se empleara. Este patrón de conducta ha quedado invalidado. La relación entre causa y efecto no está en manos de sus protagonistas. El control del futuro ha dejado de ser personal, para pasar a manos indeterminadas, ocultas e impredecibles. El factor humano ha dejado paso a la cara oculta del interés económico. Unos pocos gobiernan por encima de los Estados. Los regímenes democráticos se han visto minados por las dictaduras del interés. Las personas se han convertido en puros recursos productivos pasando a formar parte de la trama de la competitividad. Los valores han pasado a segundo término, si no aniquilados del escenario social y económico. Las gentes, inconsciente o conscientemente se han dejado manipular pasando a ver inevitables conductas, donde hace poco parecían impresentables comportamientos.  Adormilados por el narcótico de unos patrones de vida capaces de corromper conciencias, el raciocinio ha pasado a segundo plano, si no al olvido. Y así pasan los días.

Vidas insulsas, presentes rotos y futuros impredecibles forman un escenario indeseable, pero real en nuestras vidas. No es agradable ni el presente ni el futuro. La crisis ha aumentado las desigualdades y la sociedad ha resultado más desequilibrada, todavía. La política se ha visto sorprendida por unos poderes consentidos que han llegado a dominar la escena. No sujetos al control democrático, en cambio son capaces de superponerse a las voluntades populares. El espectáculo vivido en Grecia y, con intensidad inusitada, en Italia ha resultado estremecedor. No lo ha sido menos en un país como el nuestro, en que al amparo de la crisis, se han vapuleado  los derechos de las personas que creíamos salvaguardados mediante articulación legal y que ha resultado pulverizado el sistema mismo. El valor y estabilidad de una ley, por mucho que pueda reflejar la voluntad de los ciudadanos, es tan relativo como que su vigencia queda al albur y capricho del gobierno de turno, independientemente de que tenga que gobernar para todos y ser reflejo sus decisiones de la mayoría social.

Nada podría resultar más higiénico que imposibilitar democráticamente la retroacción de las leyes. Del mismo modo que resulta rechazable una ley que modifique las condiciones contractuales de las instalaciones fotovoltaicas, resulta una ley que regule el aborto, restableciendo una situación muy anterior a la entrada en vigor de la actual. Regresar a los años cuarenta o cincuenta, es un efecto retroactivo que es deplorable. El progreso solamente tiene una flecha y no apunta nunca hacia atrás. Otra cosa es que se deban pulir imperfecciones o paliar equivocaciones, que las hay y muchas y amplias. Pero ampararse en esto último para volver del revés la envoltura legal hasta el punto de volvernos a hacer vivir épocas superadas, no puede ser de recibo.

La cuestión de fondo que se plantea al socaire de estas reflexiones ¿cómo y qué se hace en estas circunstancias? ¿Cómo se puede salir de la espiral involutiva actual y caminar con cierta seguridad, a  partir del punto en que nos encontramos y provocar una ruptura con los puntos suspensivos que nos aguardan? No es fácil la respuesta. La denuncia, con cierta gallardía, es una cosa y las soluciones pertenecen a otro ámbito más competente, evolucionado y audaz. Cierto todo, pero lo que no podemos hacer es permanecer inmóviles, apáticos y confiados en que alguien, es dudoso que esté entre nuestros actuales gobernantes, sea capaz de poner rumbo a buen puerto y salir del itinerario a ninguna parte, en el que nos han situado.

Necesitamos políticas radicales, de calado profundo y que enfoquen las cuestiones gruesas en primer lugar. Los mercados hay que regularlos. No hay más remedio. Las aventuras de desregulación, a las que se sumaron la inmensa mayoría de economistas, que como papanatas repitieron foráneas consignas que les sonaban  a modernidad, nos han sumido en la situación actual, en gran medida. No es posible aceptar un escrupuloso Estado democrático que tenga descontrolada una parte de la sociedad que campa por sus respetos e impone su voluntad contra el interés de la mayoría.

Por otro lado y una cosa conlleva la otra, los mercados son supranacionales, están deslocalizados y operan donde les viene en gana y contra quien quieren. Hablar de impuestos progresivos para restablecer o, en algunos casos, iniciar la redistribución por  vías de la sensatez económico-social implica tomar medidas a escala supranacional. En nuestro caso el nivel inmediato es el europeo. La lucha contra el fraude fiscal,  que ya  se cifra en  un 10% del PIB o la elusión fiscal, ya muy onerosos para la mayoría de los españoles, exigen un tratamiento supranacional. De sobra sabemos que las políticas de otros países europeos inciden en nuestras vidas cotidianas. La experiencia vivida habla por si sola. Es necesario apostar por políticas a nivel internacional, a nivel europeo, porque es en esa instancia en la que podemos romper con los puntos suspensivos. De hecho, la crisis ha revivido identidades nacionales, algunas desmedidamente y esto no redunda más que en una degradación de la idea europea en la que apostamos todos los españoles cuando logramos salir de la dictadura y se iniciaron los sueños europeístas a los que nos asimos tras largas décadas de permanecer marginados y subdesarrollados, no hay que olvidarlo.

El debate en el que debemos sumirnos es dilucidar si apostamos o no como sociedad  en una mayor integración.  Es obligado hacerlo. El encare de las elecciones europeas próximas, no es una contienda electoral rutinaria. Es crucial el  enfoque, dadas las circunstancias y lo aprendido en este maldito tiempo de crisis. Se trata, nada menos, que de dilucidar si aceptamos un federalismo tecnocrático o nos empeñamos en  el federalismo democrático, que creemos tener pero, en la práctica, tan descafeinado que no es útil. No hay más remedio que establecer objetivos comunes a escala continental. De no hacerlo así, nos entregamos a la imposición y gobierno de la tecnocracia que no entiende de voluntades, salvo las beneficiadas por la mal llamada eficacia que aísla la componente social, como si no fuera la primera y única a satisfacer. Imposición o llegada a través de la democracia.

Los puntos suspensivos ocultan esto. La sociedad ha avanzado en una especie de espejismo. Tenemos más cosas que nunca anteriormente poseímos. Vivimos la irrealidad de los bienes de consumo, sin preocuparnos, a costa de que se ha logrado ese incremento de posesión. No reparamos que teniendo acceso a más cosas, recibimos menos servicios. El factor humano se ha degradado. Los informes que nos estampan en nuestra cara la realidad cruda de que unos pocos logran poseer lo que tienen millones de seres humanos, solamente nos revelan las grandes injusticias que como sociedad amparamos. Curiosamente, en esta crisis que atravesamos, donde muchos han caído en la indigencia, de forma insospechada, se sigue manteniendo la acaparación de bienes del 1% de la población mundial que más tenía y tiene. Y todos sabemos que esto escapa al control democrático. Hay que acabar con todo esto. No es posible seguir así por más tiempo. Somos nosotros, con nuestra actitud los que consentimos que ocurra.

El desempleo actual no se resuelve poco tiempo. A poco que pienses que hacer, comprobarás que la salida si existe es demasiado angosta. Pero es más, aún cuando así fuera,  podría darse que se lograra empleo, pero sin salir de la pobreza. Esos son los puntos suspensivos. Ese es el tema, eso revela que la audacia es precisa, ese es el dilema. Hay que acostumbrase a que lo que no pinta bien, difícilmente puede cambiar a mejor. La actual política de nuestro gobierno ha optado por garantizar los intereses de unos cuantos. El resto, que somos la mayoría, no formamos parte de su preocupación. Si es así, ¿por qué debiéramos preocuparnos por intangibles, cuando sabemos que nuestro problema es otro? Cuando se dice que necesitamos cabeza con ideas, pero no hacemos nada por conocer qué ideas, estamos haciendo dejación de nuestra condición humana. Tenemos que preocuparnos por un negocio que es nuestro: nuestro futuro y el de nuestros sucesores. Hay que romper con los puntos suspensivos que nos amenazan, porque es lo único que hay ahora en el horizonte.

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