jueves. 28.03.2024

De la política del avestruz al confinamiento

La teoría del confinamiento emana de un planteamiento en que las cosas molestas se erradican no sabiendo de ellas...

Que este gobierno del PP tiene “tics” autoritarios, no es novedad. No en vano la extracción de sus miembros está sesgada y circunscrita, ampliamente, a restos históricos de un régimen autoritario que gobernó este país durante décadas. Cuando se exhiben dialécticamente, tanto miembros del gobierno, como circunstanciales defensores, se quieren desembarazar de las costuras autoritarias y pretender verse extraídos de un centro político moderado que, ahora, enarbola a Adolfo Suárez como su promotor. Estas cosas, por sorprendentes que parezcan son las que se escuchan estos días en que la figura del ilustre político que infringió un giro impredecible momentos antes y que fue capaz de diseñar una salida democrática contra todo pronóstico, se ve engrandecida, ahora que sus más exacerbados denostadores parecen olvidar tiempos pasados, odios formulados como eternos y descréditos gratuitos con que hicieron caer una opción política y disfrutaron con su estrellado final. Décadas de olvido se quieren ahora soslayar con párrafos laudatorios gratuitos que no hacen sino engrandecer la figura política de Suárez por contraste con sus detractores.

Pero no engañan a nadie. Si hay algo que falta en este PP es la cintura política de otros, la amplitud de miras de políticos de envergadura y arrojo político que otros tuvieron y que ojalá pudiera servir de ejemplo. En esta vorágine de reconocimiento de la figura de Suarez, pretendiendo hacerla suya, no le duelen prendas a algunos recalcitrantes de derechas, directores de periódicos también, para querer poner en el zurrón del Centro político, para así sentirse herederos de su obra, iniciativas como el divorcio, la reforma fiscal o la mismísima instauración de la sanidad pública y universal. Dejando de lado el error histórico de confundirlo todo, con tal de hacer pasar por progresista al más recalcitrante de los partidos conservadores, como es este del PP actual, si el Centro político de Suárez lo hizo todo, y todo es patrimonio del PP, al final este país llamado España resulta ser heredero de los patrimonios de la derecha que lo ha hecho todo, absolutamente todo. Es, como si el amplísimo periodo de progreso que hemos vivido, gracias al partido socialista, no hubiera existido. Es más, la pretendida iniciativa de recuperación y apropiación del pasado político de otros, llega a querer demostrar que no precisamos de otras formaciones políticas, distintas del PP, dado que estos conservadores son capaces de impulsarlo todo porque, de hecho, así creen lo han hecho desde el comienzo.

Para desgracia de estos voceros de tres al cuarto, Alianza Popular existió, fue el partido político precursor del PP actual, fue denostado por los ciudadanos que lo relegaron a testimonial durante mucho tiempo, fue una formación incapaz de estar a la altura de la transformación que este país necesitaba. Tuvo que refundarse para quitarse de encima fama, formas y estructuras periclitadas. Recogió en sus filas a todos los restos irreductibles del régimen anterior y tuvo que vestirse con piel de cordero para disimular sus servidumbres y que se olvidara su pasado para presentarse en la escena política con cara renovada, aunque su fondo fuera el mismo que siempre tuvieron sus gentes. Esto no es ni mejor ni peor que lo que cuentan algunos, simplemente, es así. Harían bien en asumirlo, ya que es su propia historia.

Hoy se ve con cierta claridad cuándo los “tics autoritarios” emergen en cuanto se descuidan. Políticos de largo recorrido, como el actual Ministro del Interior son buen ejemplo. Ya son muchas las circunstancias en que ha evidenciado su talante, sus ópticas y su sesgo políticos. Desde las concertinas, hasta el diseño de la pretendida seguridad ciudadana, ponen de relieve los incontenibles deseos de control, limitación y sometimiento, como contraposición a elementos esenciales de libertad, por donde discurren las sociedades modernas. La conjugación de libertad y seguridad nunca pone en riesgo en los países modernos, derechos fundamentales de las personas, muy preciados para todos y elementos incontrovertibles de una sociedad amplia, plural y moderna. No es posible encontrar en países homologados de nuestro entorno un detrimento de las libertades y un amparo a abusos policiales, limitación de zonas para ejercer derechos o defensa del orden en menoscabo de otros derechos como el de manifestación.

La gente lo está pasando mal. Como lo pasa mal, parece natural que se queje. Quejarse es hacer llegar a otros el malestar. Esto no tiene una solución limitada a espacios donde nadie, ni la alcaldesa Botella pueda oírlos. Imaginen el ridículo quejido de hacerlo en campo abierto, lejos de que le pueda molestar a los oídos de una alcaldesa, nunca elegida, por cierto y que  menos motivos haya hecho para estar donde figura. ¿Tendrá que oír esta señora las quejas por los disparates que hace, propicia y merece? No es aceptable que para estos menesteres la gente fastidiada se tenga que ir a las planicies deshabitadas de La Mancha, pongamos por caso. Todo lo que no sea que lleguen hasta el balcón de la ínclita no podrá ser escuchado por ésta. Y eso tiene el recorrido que tiene, utilizando su propia lógica y lenguaje. Ni vale cualquiera ni es aceptable uno, sin más.

La teoría del confinamiento emana de un planteamiento social en que las cosas molestas se erradican no viéndolas, no escuchándolas y no sabiendo de ellas. Esto último se consigue con el control de los medios de comunicación. Ya están ampliamente empeñados en ello. Hay pruebas contundentes. No escucharlas es hacer caso omiso cuando se relatan, tanto por los  medios de comunicación, callándolos, como evitando que llegue cerca para que no haya ruido de fondo. No verlos se puede conseguir enviándolos al gueto de las manifestaciones, al manifestródomo, al extrarradio donde es imposible cruzarse con una pancarta que aluda a cualquiera de las múltiples cosas que hacen inconvenientemente, si no con otra catadura. Así, poniendo las cosas en cajas separadas, solo hay que decidir no cruzarse con ellas. No es que dejen de ocurrir, pero si no se enteran, como si no ocurriera. Ya saben aquello del avestruz: nada que no se vea ha podido ocurrir. Si,… ¿pero…? Nada, nada,… ¡lo niegas!. Además, si lo has visto es porque estabas tú en ello, porque si no, no te has podido enterar. Como los derechos de los demás comienzan donde terminan los tuyos te los limito al gueto y allá te las veas. ¿Quién ha dicho que pueda pensarse, opinarse o manifestarse, algo que yo no he autorizado? Ya ven, y ¡quieren ser herederos del centrismo político! ¡De risa!

De la política del avestruz al confinamiento