jueves. 28.03.2024

Elogio del PCE

El 40 aniversario de la legalización del PCE es una buena ocasión para  glosar el papel del PCE en la transición. Su legalización fue, sin duda, un momento crítico, un punto de inflexión que abrió paso a la democracia en España. El franquismo había construido el relato de que la Guerra Civil fue una lucha  contra el comunismo que anticipaba la Guerra Fría, entendida como la confrontación entre el mundo occidental y el mundo comunista. No fue así, pero, como todos los relatos, éste era útil para un fin, en este caso, para el fin de blanquear el franquismo que, en la Segunda Guerra Mundial, había colaborado con el bando nazi. A los ojos de los albaceas de la herencia franquista, el comunismo era el enemigo y, por ello, legalizar al PCE era traspasar la línea roja que marcaba el territorio del Régimen. El Sábado Santo de 1977 se cruzó esa línea no sin sobresaltos y problemas.

A la muerte de Franco, el PCE era, sin duda, el partido con más implantación social. Tal era la consecuencia de una estrategia política que venía de atrás. Desde los años 50 el PCE venía formulado la reconciliación nacional y el pacto por la libertad. La democracia, según el PCE, vendría de la movilización popular y de la negociación entre la oposición y sectores del régimen franquista que evolucionarían hacia posiciones democráticas. Las dos cosas eran necesarias: sin movilización popular, el inmovilismo triunfaría. Sin el acuerdo con algún sector del régimen franquista no habría un cambio pacífico. Y si algo había claro en la España de Franco es que la gente aceptaría cualquier cosa antes que otra guerra civil.

Cada vez me admira más el hecho de que Santiago Carrillo, un hombre que no vivía en España, conociera tan bien a su país y fuera capaz de diseñar una táctica política difícil pero posible. No muchos compartían este análisis. Unos porque entendían que la lucha era inútil (además de peligrosa) y se trataba de esperar a que la dictadura cayera por su propio peso. Otros porque juzgaban que entenderse o pactar con un sector del régimen era imposible o, alternativamente, una traición que solo serviría para perpetuar la dictadura. Quiero subrayar que la idea de que había que entenderse con sectores del régimen que evolucionaban hacia posiciones democráticas no era ningún secreto. En todos los niveles del PCE se debatía esta cuestión y se seguían con muchísimo interés los pasos de personajes como Areilza o Díez Alegría. El pacto por la libertad del que se puede consultar una amplísima colección de resoluciones, folletos, acuerdos, etc. tuvo una amplio respaldo de la militancia del PCE. Más en concreto, no recuerdo que nadie lo criticara o se opusiera.

En la estrategia de movilización social el PCE se inclinaba por aprovechar todas las posibilidades legales (incluidas las elecciones sindicales) como una herramienta para impulsar la movilización. Otros lo rechazaban de plano. Al final, CCOO se desarrolló al calor de los convenios colectivos y de las elecciones sindicales que, lejos de apuntalar el régimen, fueron una potente palanca de movilización, como pude constatar en primera persona.

El PCE en el que yo milité era un partido organizado para la movilización y este pilar, especialmente el movimiento obrero, era básico en su estrategia. No hubo ninguna contradicción entre el impulso a la movilización y la negociación política porque la premisa de la negociación política era lograr una amplia movilización. Aunque algunos consideraban que la movilización era el objetivo, los que tenemos alguna experiencia sabemos que la movilización es un medio para alcanzar objetivos. En la transición movilizamos para conseguir mejoras salariales y para reclamar la democracia (libertad, amnistía y estatuto de autonomía, creo recordar). Especial fue el año 76, en el que se produjeron movilizaciones muy amplias, con algunos lugares (Getafe, por ejemplo) donde las huelgas alcanzaron un nivel ciudadano muy amplio. Ciertamente, la movilización no llegó a ser general y ciudadana en todas partes (la famosa huelga general política) pero para cualquier observador era claro que se estaba desarrollando muy deprisa y podría alcanzar mayores proporciones enormes en el futuro, porque a la movilización se estaban incorporando con mucha rapidez sectores que nunca antes habían participado. El año 76 fue un momento de gran aceleración de la Historia de España.

Las movilizaciones tuvieron muchos y variados liderazgos concretos pero mi experiencia me dice que, sin perjuicio de lo anterior, la dirección más general, más política, la ejerció el PCE. Mi papel como comunista (en grado dirigente, como decía la policía) consistía en coordinar y extender las movilizaciones, para lo cual contábamos con gente (militantes y simpatizantes) en muchos sitios. Ha corrido la especie de que el PCE consiguió su legalización a cambio de frenar las movilizaciones. Si hubiera sido verdad, yo lo habría sabido, porque hubiera sido uno de los que tendría que haber pisado el freno. Pero no hice tal cosa, sino más bien todo lo contrario. Dirigir una movilización tiene sus reglas y sus límites que los que hemos tenido la oportunidad de hacerlo lo sabemos. Y el principal condicionante de las movilizaciones de la transición era la crisis económica que siguió al shock del petróleo. En ese marco, nunca daremos bastante importancia al Pacto de la Moncloa, tras el cual, por cierto, tampoco se paró la movilización.

Muchos nos unimos al PCE no por afinidad ideológica, sino porque nos parecía que era la organización que con más rigor y seriedad se oponía al régimen. Nuestro objetivo era traer la democracia a España e importa subrayar este dato porque no creo que todos los que luchamos contra la dictadura en aquellos años pensáramos lo mismo. Para algunos militantes de diversos grupos de izquierda, el objetivo era algún tipo de revolución socialista y la democracia no era algo que valiera la pena luchar por ella. De ahí la decepción que supuso no cumplir con su objetivo. Me recuerda a lo que pasó tras la proclamación de la II Repúblicas con el anarquismo. Al final, pensaban los anarquistas, si los capitalistas y los terratenientes seguían siendo los mismos, la policía era la misma, el ejército el mismo ¿Qué más daba que en el Palacio de Oriente hubiese un monarca o un presidente? A sus ojos nada había cambiado. Pero, en realidad, había cambiado todo.  Y se dieron cuenta muy pronto cuando tuvieron que defender esa República que tan poco les gustó con las armas en la mano. Algo parecido les ha pasado a muchos con la transición. Les parece que nada o casi nada había cambiado. Solo que cambió todo, aunque el camino del cambio no fue ni el de la pizarra de Suresnes (si es que la hubo) ni el de la huelga nacional. Es lo que tiene la vida: que siempre se resiste a seguir esquemas por sabios que  éstos sean.

El PCE de la época jugó también un notable papel en el escenario internacional. A aquellas alturas de la historia era evidente que los países del llamado “socialismo real” habían fracasado en lo fundamental.  Según Marx, el socialismo, liberado de las trabas del capitalismo, produciría muchos más bienes y servicios.  La realidad es que pasaba todo lo contrario: el “socialismo real” ofrecía a sus trabajadores un nivel de vida bastante peor que el capitalismo desarrollado. A lo cual hay que añadir que la dictadura del proletariado había desembocado en una dictadura del politburó, de la cúpula del partido único, del partido marxista-leninista. De ahí que en los partidos comunistas de occidente se desarrollase una crítica al modelo soviético, al que se consideraba que no era un modelo válido para nosotros y, por lo que se ha visto después, tampoco para ellos. Esta posición crítica se llamó el eurocomunismo. Y, como se ve, no nació como una concesión a las clases dominantes. En realidad ¿Qué sentido tenía ser el partido que con más ahínco y sacrificio luchaba por la democracia y, a la vez, sostener que, al final, lo que queríamos era la dictadura del proletariado? Mantener la fórmula del marxismo-leninismo era identificarnos con un modelo fracasado ya entonces.  De ahí que suprimiéramos esa definición en el Congreso del 78 que tuve el honor de presidir.

Naturalmente, los camaradas soviéticos, que tan brillantemente estaban llevando a su país hacia la ruina y la descomposición, hicieron todo lo posible por cargarse el eurocomunismo. Y lo consiguieron.  Los sucesores de Carrillo en el PCE rechazaron el eurocomunismo y volvieron, al parecer, a las esencias del marxismo-leninismo, justo cuando los países gobernados por partidos de este tipo se desmoronaban. ¡Qué perspicacia la suya!

Ecos de aquella polémica sobre el eurocomunismo todavía suenan hoy. Pero importa subrayar que el eurocomunismo no fue una concesión para caer más simpáticos a nuestros adversarios, sino un intento de reforma del comunismo, que, desgraciadamente, no prosperó. El comunismo no tenía reforma, como se ha visto en la antigua URSS. Aún hoy, el eurocomunismo podría prestar algún servicio a la izquierda. Oyendo algunos discursos parece que están a punto de descubrir el eurocomunismo. Los lectores de Gramsci deberían dar un paso más y leer a Carrillo, Berlinguer, Ochetto, etc. y a lo mejor resolvían algunas perplejidades que les atormentan como aquella de ser partido de lucha y de gobierno o la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura.

El PCE en la transición escribió una de sus mejores páginas de su historia, la segunda mejor, tras su papel en la defensa de la República. Una página enormemente positiva cuyo balance fue una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y  una contribución decisiva a la llegada de la democracia en España. De haber tenido el honor de participar en eso, muchos nos sentimos orgullosos, muy orgullosos.

Elogio del PCE