sábado. 27.04.2024

Una de las respuestas más frecuentes de los negacionistas climáticos -que suelen ser los mismos que niegan los derechos de las mujeres, de los trabajadores, de los viejos, de los marginados, de los animales- ante la constatación científica irrefutable de que hace mucho más calor que hace treinta años, es que en España siempre ha hecho calor, que el calor es algo consustancial a la raza y que estamos acostumbrados a él por el paso de los siglos. Y debe ser cierto, ayer mismo pasé por una enorme plantación de tomates en el campo de Caravaca y vi a unas cuantas decenas de negros y moros recolectándolos a las dos de la tarde sin rechistar, espinazo doblado, manos agrietadas, delgadez extrema y una expresión de dolor imborrable. No había ni un solo nativo, ni un indígena, todos morenos del otro lado del Estrecho, esos que vienen a robarnos el trabajo, a arruinar a la Seguridad social y a cometer delitos tremendos. Debe ser cierto, sí, pero yo al único delincuente que intuí, no lo vi por que no estaba de cuerpo presente, fue al dueño de la plantación que en esos momentos estaría a buen recaudo bajo el imperio del aire acondicionado.

Decenas de negros y moros recolectando tomates a las dos de la tarde sin rechistar, espinazo doblado, manos agrietadas, delgadez extrema y una expresión de dolor imborrable

Mi pueblo, como tantos otros, está situado en las estribaciones de la Sierra de Segura, a casi setecientos metros sobre el nivel del mar. Antes de 1990, el verano solía durar un mes y medio a juzgar por las fechas en que abrían la piscina municipal: De finales de junio a mediados de agosto. A partir del día de la Virgen éramos pocos quienes estábamos dispuestos a hundir nuestras carnes en el agua fresca del manantial de las Fuentes, un lugar maravilloso. Nadie salía a la calle sin rebeca y por las noches hacía falta echarse un cobertor o una colcha. Todo eso ha desaparecido, como se han esfumado las lluvias regulares que primavera y otoño, como se han evaporado las tormentas veraniegas que refrescaban el ambiente. El predominio de los vientos del sur y la retirada de los que venían del Ártico han hecho que buena parte de España esté a merced del clima sahariano, sucediéndose episodios abrumadores de calima con otros de calor extremo que hacen muy desagradable la vida en el exterior. El verano ahora se extiende, generalmente, desde mediados de abril hasta principios de noviembre, sin que las heladas que teñían de blanco los campos durante meses han su aparición salvo en algún día raro que recuerda a un tiempo que ya pasó. No nieva, no hiela, no llueve o lo hace de modo esporádico y torrencial. Cualquiera que tenga más de cincuenta años tiene los elementos de juicio empírico necesarios para afirmar con rotundidad que el clima que hoy tenemos no se parece en nada al que tuvimos, cualquiera menor de esa edad no tiene más que comprobar lo que está pasando acudiendo a las páginas de la Agencia Estatal de Meteorología. Aún así, muchos siguen negando que estemos ante un cambio amenazante para todas las formas de vida existentes en el planeta.

El predominio de los vientos del sur y la retirada de los que venían del Ártico han hecho que buena parte de España esté a merced del clima sahariano

No sé si se puede hacer algo a estas alturas. Los científicos de Naciones Unidas aseguran que hemos entrado en un periodo climático desconocido en el que es muy difícil hacer pronósticos esperanzadores, algunos incluso afirman que no hay solución, que la dinámica atmosférica ha entrado en un ciclo en el que los parámetros clásicos no sirven, ni siquiera los modelos estadísticos que intentan decirnos hacia dónde vamos ya que el comportamiento de la corriente del golfo y de las masas polares tienen unas secuencias erráticas difíciles de vaticinar. Sin embargo, pese a esos augurios nada halagüeños, pienso que si se pueden hacer cosas, muchas cosas y que todo depende de la voluntad de los seres humanos para que se pongan en marcha.

El calentamiento del planeta comienza de modo inexorable tras la Segunda Guerra Mundial, acelerándose a partir de la década de los ochenta de modo alarmante. Debió ser ahí, en esa década, cuando los organismos internacionales hubiesen comenzado a dar la señal de alarma y convocar a todos los países para tomar medidas urgentes que ralentizasen el incremento de temperaturas. No se hizo y llevamos más de cuarenta años de retraso. Si los países más pobres del mundo son capaces, gracias a la generosidad de Occidente, de armar a miles de personas para que se maten sin motivo real alguno, si los países desarrollados o en vías de serlo, se matan en Ucrania por cuestiones geoestratégicas demenciales gastándose millones y millones en destrucción, si en tiempos pasados la Humanidad fue capaz de enfrentarse en dos guerras mundiales destruyendo las ciudades más bellas de Europa y Oriente con cientos de miles de aviones fabricados específicamente para matar, creo que no sería erróneo decir que si toda esa energía brutal se empleases ahora mismo en intentar en cambio climático que nos acecha de manera inmediata, se lograrían resultados alentadores.

España es el país europeo más afectado por el cambio, que no sólo afectará a la agricultura, que consume el 80% del agua dulce, sino también a nuestra forma de vida

Empero, ajenos a la nos está cayendo encima y a lo que está por venir, los dos países más contaminantes del mundo, EEUU y China, siguen envenenando el aire y la tierra como si no pasase nada, los países pobres se han convertido en depósitos de basura digital y plástica y la derecha europea, único espacio del mundo en el que se han tomado algunas tímidas iniciativas, sigue empeñada en negar la evidencia, una evidencia palpable por cualquier ciudadano que se detenga a mirar el caudal de los ríos, la desaparición de los glaciares y la imposibilidad de los países mediterráneos para mantener vivos los bosques que ahora extingue el fuego en cuestión de horas.

España es el país europeo más afectado por el cambio, un cambio que no sólo afectará a la agricultura, que consume el 80% del agua dulce, sino también al turismo, a la industria y a nuestra forma de vida. No hay más que echar un vistazo al mediodía a las terrazas de los lugares de veraneo para comprobar que el calor está haciendo estragos. Es menester, urgente, perentorio, regular la agricultura, eliminar del regadío aquellas tierras de baja productividad y las que producen intensivamente agostando los acuíferos; es necesario construir desaladoras para surtir de agua a los territorios que estén a menos de cien kilómetros del litoral para que la cada vez más escasa agua del interior sirva para su abastecimiento; es absolutamente necesario, previo pacto estatal, llenar las ciudades, los campos y montes poco productivos, los polígonos industriales, los aparcamientos, las gasolineras, todo, de árboles, no como objeto decorativo, sino como principal instrumento de supervivencia. Contemplar como desaparece Doñana y mirar para otro lado o tocarnos la barriga, es un síntoma dramático de enfermedad social y un anticipo de lo que en breve sucederá con el resto de España, con el resto del mundo.

Es urgente regular la agricultura, eliminar del regadío aquellas tierras de baja productividad y las que producen intensivamente agostando los acuíferos

Los pronósticos que los científicos hicieron para 2050 ya se han cumplido, veinticinco años antes. En algunos países la vida se hace cada vez más insoportable. Entre nosotros, toda la cuenca mediterránea, Andalucía y Extremadura están rozando incrementos de temperatura que dificultan cada vez más la agricultura y el turismo. Se pueden hacer muchas cosas, la primera de ellas reconocer que el cambio climático ya está aquí y actuar en consecuencia, a escala estatal, europea y mundial, puesto que es una cuestión gravísima que nos afecta a todos como habitantes de este pequeño y bello planeta que debemos cuidar con todos los medios habidos y por haber. Estamos a tiempo, pero el tiempo que nos queda cada día que pasa es más escaso.

El tiempo que nos queda