sábado. 20.04.2024
descanso-desconexion
Shutterstock / Pablo Adrada Francisco José Esteban Ruiz, Universidad de Jaén

No cabe duda de que nos encontramos en una situación difícil. La COVID-19 ha estado meses aumentando el grado de estrés en nuestro día a día. Y parece que va para largo. Nos cuesta mucho tomar casi cualquier decisión, cuando la tomamos dudamos si hemos acertado, observamos con recelo el comportamiento de los vecinos, las consultas con la almohada se hacen eternas. Encima, cuando por fin conseguimos dormir algo (¡qué alivio!), al despertar, la cabeza sigue dando vueltas.

Cada día salimos de casa vestidos de etiqueta respiratoria e intentamos ser responsables y solidarios, pero vivimos en la incertidumbre, estamos agotados y, a veces, nos encantaría mandarlo todo a paseo. Por eso la frase “Necesito, más que nunca, unas vacaciones” se ha repetido tanto en las últimas semanas.

El estrés daña a nuestro cerebro

Cuando nos sentimos amenazados, el cuerpo responde con una señal de alerta que activa la producción de diferentes moléculas, entre las que se encuentran la conocida adrenalina y, cómo no, el cortisol, la principal hormona del estrés. Así nos preparamos para la defensa y la huida. Cuando la amenaza desaparece, los niveles regresan a la normalidad.

Pero el ritmo de vida de este siglo XXI nos trae de cabeza –nunca mejor dicho–, y las situaciones estresantes están a la orden del día, especialmente la COVID-19. Y, con ello, la hormona del estrés campa a sus anchas y nos vuelve depresivos, aumenta la ansiedad, nos trastorna la tripa y hasta nos hace engordar. Más aún, los niveles elevados de cortisol dañan el hipocampo, la zona del cerebro relacionada con el aprendizaje y la memoria. O sea, que mejor hacemos por encontrar momentos de desconexión, con prudencia y buen quehacer, o nos van a quedar secuelas cuando podamos pasar la página de la pandemia.

El secreto está en entrenar el no pensar

Realizar tareas mentales conlleva la activación de redes complejas que implican a estructuras nerviosas muy diversas. Del mismo modo que hacemos sudokus u otros ejercicios para mantener en forma y activos los circuitos asociados a estos procesos, hemos de entrenar, con más hincapié si cabe, la “red cerebral de no hacer nada”.

Sí, han leído bien: existe una red denominada red neuronal por defecto (default mode network), o red de reposo, que podría considerarse como la red principal y más importante para el funcionamiento del cerebro. De hecho, pese a su nombre, es la que más energía consume de todas las redes cerebrales: necesita el 20% de nuestra energía diaria cuando estamos en reposo y solamente un 5% más cuando nos activamos. Y, aunque suene paradójico, este circuito es el responsable de planificar, razonar, tomar decisiones, e incluso de juzgar, y trabaja de un modo más creativo cuando estamos descansando y no cuando ponemos todo nuestro esfuerzo en resolver el problema. De modo general, el buen funcionamiento de todas las demás redes cerebrales pasa por ella y se basa en su inhibición y activación.

¿Y cómo entrenamos y mantenemos sana la “red de no hacer nada”? Pues por ejemplo, durmiendo la siesta. O dejando divagar nuestra mente para inspirarnos, así como distraídos, sin reflexión intencionada. E incluso dejando que la atención gire y yerre por nuestro interior, de un modo abstraído y relajado. Y si lo hacemos mientras paseamos, o practicando algún ejercicio físico suave, mejor que mejor. Todo ello, sin duda, contribuye a que seamos más creativos, y se ha definido como un descanso cognitivo inteligente.

Insistimos: desconecta de la tecnología

Llevamos nuestro teléfono móvil a todos lados. Nos hemos hecho muy dependientes de estos nuevos chismes, a los que llamamos inteligentes, y les prestamos demasiada atención. Que levante la mano quien nunca haya estado respondiendo mensajes durante una reunión de trabajo o, más aún, quien crea que seguía con detalle lo que se exponía cuando al mismo tiempo estaba tecleando.

Pues bien, se ha demostrado que el cerebro no está preparado para procesar varias tareas al mismo tiempo. El ser multitarea aumenta la fatiga del lóbulo frontal de nuestro órgano pensante lo cual, a su vez, nos hace menos eficientes y acaba empeorando el resultado.

Y escucha música

Es innegable que la música despierta emociones y produce placer. Podemos escuchar música de un modo activo y crítico, prestando atención y evaluando la interpretación. Pero también hemos sentido cómo la música nos lleva a un estado interno de abstracción que puede, o no, tener relación con la melodía escuchada.

En este sentido, se ha detectado que es posible trazar la red de conectividad de las estructuras nerviosas implicadas, entre las que se encuentran el sistema auditivo –obviamente–, el sistema de recompensa cerebral –que nos genera placer– y, lo más interesante, la red neuronal por defecto implicada en la mente errante y la divagación. Así que podemos “enviar de vacaciones” de vez en cuando a nuestro cerebro escuchando música, a ese bonito y creativo punto de encuentro entre el placer y la desconexión.

Como decía Anatole France: “Me gusta divagar; no hay cosa más agradable y más útil”.The Conversation

Francisco José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.


 

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