jueves. 18.04.2024
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Vivimos en medio de ellas. Las Startups son el espejismo del gran éxito empresarial de las últimas dos décadas. Negocios que nacen de una simple idea, tan simple como genial, que crecen con las nuevas tecnologías, y destilan creatividad y juventud a borbotones. 

Facebook, Gmail, Uber, Amazon o Spotify son algunos de los nombres que las representan. Todas ellas han cambiado algo en nuestras vidas. Y sobre esa capacidad abrumadora de hacernos ver el mundo de manera diferente se ha edificado el imaginario del éxito de los últimos tiempos.  

¿Pero qué tan real es esa nueva concepción del éxito social y empresarial? ¿Qué se esconde detrás de una expresión inglesa tan llamativa como ligera en su forma y en su uso?

LaFarsaDeLasStartupsEl ensayo del escritor Javier Lopez Menacho, “La farsa de las startups” (Ed. Catarata, 2019), nos invita a conocer un universo construido sobre medias verdades o verdades ocultas. Una galaxia atractiva y burbujeante, llena de grandes gurús y héroes, que tiene como epicentro la Silicon Valley en Estados Unidos, y que se ha beneficiado de las historias memorables contadas por Hollywood y numerosos medios de comunicación, pero que en el fondo esconde una realidad triste y preocupante: la de la precariedad, el afán de protagonismo y la insolidaridad.

Pese a todos los discursos recalentados de los últimos años, la startup no deja de ser la continuidad del sueño americano. Aquella ilusión que ha nutrido la esperanza de millones de emigrantes y que sonríe sólo a una ínfima parte. En este caso, los jóvenes llegan a la startup movidos por el mensaje optimista del emprendimiento, y se encuentran más adelante con la realidad de un mercado que sólo escoge y premia a las ideas más rentables.

En España, de las 5 fases que tiene una startup en su desarrollo, el 81% no llega a la fase de crecimiento“La edad media de vida de una startup española es de 1,87 años”, explica Javier López Menacho y añade: “Resulta paradójico cómo de la excepcionalidad se ha hecho norma y ha terminado popularizándose la idea de que una startup suele terminar vendiéndose” (p.23).   

El fin en sí de la Startup es extraño. No busca mejorar durablemente la vida del consumidor o promover un cierto tipo de conocimiento o empleo, sino que se centra en reventar literalmente el funcionamiento del mercado en el que se incrusta con un claro enfoque de rentabilidad inmediata y crecimiento exponencial. El funcionamiento es claro: o crece hasta convertirse en algo gigantesco o muere enseguida.

El resultado de estos 20 años de gimnasia “startuptiana” nos deja el sabor agridulce de una cultura de la apariencia en donde prevalecen “el postureo” y las magias repentinas del networking

La startup es lo más parecido a un golpe de suerte (o de ingenio) en una noche de casino en Las Vegas. Su fundador se presenta a menudo como ese ganador afortunado de las películas americanas, el de la idea genial, del caminar seguro y la sonrisa blanca. Su futuro se anuncia prometedor, pero la realidad es otra. La startup va íntimamente ligada al fomento de un nuevo precariado extremadamente competitivo (el “precariado geek”) en donde becarios trabajan como cualquier otro miembro de la plantilla, falsos autónomos se desgastan en las oficinas, e impulsores de una idea se dejan sus ahorros mientras que intentan hacer funcionar su idea de negocio (siempre con la sonrisa). Y luego, todo se desvanece sin dejar rastro.   

Esto es, según algunos sociólogos y analistas, el fruto de la “Cultura del pelotazo” (término que popularizó el exministro socialista Carlos Solchaga), es decir un sistema de valores en el que impera la supra-valoración de los proyectos y que encamina inevitablemente a una burbuja inversionista. Para otros, es simplemente la forma en que funciona un mercado que apuesta libremente por las ideas y los proyectos.

Según López Menacho, este círculo maravilloso de la Startup ha sido fomentado, en gran parte, por los bancos. “Estos actores han encontrado en el ecosistema startup la perfecta excusa para tener un lavado de imagen, otorgándose el papel de benefactores del mundo que vendrá”, nos explica. También lo han alentado los últimos gobiernos que han hallado en ellas el perfecto relato para alentar el modelo social del trabajador autónomo.   

En resumidas cuentas, el resultado de estos 20 años de gimnasia “startuptiana” nos deja el sabor agridulce de una cultura de la apariencia en donde prevalecen “el postureo” y las magias repentinas del networking. Pero por encima de todo: esa concepción desoladora y enfermiza del éxito a costa de todo. El éxito que propugnan esas películas del oeste americano.

Las startups: entre burbuja, estilo de vida y modelo social