sábado. 20.04.2024
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Los operadores turísticos de este tipo de actividad a menudo presumen de su trasfondo humanitario y su misión social, utilizándolo como herramienta de marketing y tocando la fibra moral de los consumidores

¿En qué momento cambiamos las vacaciones en la playa por paseos en una favela? En los años 70, aparece –con Sudáfrica como pionera- una nueva forma de practicar turismo: aquel consistente en deambular por las laberínticas calles de los sectores marginales de ciudades icono de nivel mundial. Slum Tourism, Turismo de Favelas, Turismo de Pobreza, Poorism o Reality Tours son algunos de los nombres que recibe este controvertido fenómeno -de ética cuestionable- que ofrecería una experiencia, autoproclamada auténtica, en un territorio presentado como pobre pero feliz.

Los tours que se realizan en los barrios más pobres de ciudades como Cape Town, Mumbai, Nairobi o Rio de Janeiro son, en su mayoría, organizados por operadores externos a la comunidad. Este tipo de turismo utiliza guías locales en la gran mayoría de las ocasiones, bien para generar empleo o con la intención de suscitar empatía, y persigue mostrar la dura realidad de un entorno marcado por las dificultades y la supervivencia creativa, en el que se destacaría un supuesto sentimiento de comunidad, solidaridad y pertenencia. La experiencia recuerda a los visitantes, de las más variadas edades y procedencias, aunque principalmente de países del Norte, que lejos de la parafernalia de las urbes contemporáneas existe un mundo real, alegre, colorido y simple, en el que los habitantes se acuerdan de los cumpleaños de sus vecinos sin necesidad de recordatorios y las notas se escriben aun en papel. Una especie de versión posmoderna y delirante de aquel Orientalismo que nos señalara Edward Said.

Existen alrededor de este proceso de mercantilización y de revalorización estética de la pobreza dos bandos de discusión. El primero cuestiona su ética y el efecto deshumanizante e indigno que puede tener sobre los residentes, asemejándolos a animales de zoológico; el otro lo ve como una oportunidad de desarrollo para una economía local fuertemente deprimida y, desde una perspectiva educativa, como agente de cambio para derribar prejuicios ligados a la suciedad, la ociosidad, la precariedad y la inseguridad que se suponen ligados a este tipo de contextos, muchas veces alimentados por los medios de comunicación occidentales. Ambas dos comparten una visión altamente paternalista que usualmente no cuestiona el fondo estructural de la situación.

La segunda de las opciones propuesta presenta, además, este tipo turismo como un factor clave en la sensibilización y la educación de determinados –y acomodados- grupos sociales: los visitantes y sus conocidos. ¿Puede la experiencia de un Slum Tour presentarse como agente de cambio social? Los operadores turísticos de este tipo de actividad a menudo presumen de su trasfondo humanitario y su misión social, utilizándolo como herramienta de marketing y tocando la fibra moral de los consumidores. Los turistas, de las más variadas edades y nacionalidades, compran sus paseos ansiosos por consumir realismo y autenticidad; se adentran en los confines de lo desconocido impulsados por la adrenalina de lo prohibido, de lo peligroso y lo diferente; y vuelven a sus hoteles con la conciencia tranquila, palmeándose en el hombro por haber contribuido al desarrollo de la comunidad local, satisfechos de haber saciado su curiosidad y habiendo comprobado que, finalmente, aunque feo y pobre, tampoco era tan malo como decían. En cierta medida confirman la primera de las visiones y, en gran cantidad de ocasiones, desconocen que el producto que están consumiendo está presentado tal y como ellos lo querrían ver. Al fin y al cabo, nada supera a la realidad.

Este tipo de experiencias debería suscitarnos, al menos, una serie de interrogantes: ¿quiénes son los verdaderos beneficiados en este intercambio?, ¿los operadores que engordan sus carteras a expensas de una realidad ajena?, ¿los curiosos turistas devenidos en orgullosos filántropos?, ¿o la comunidad residente que, en el mejor de los casos, logró sacar algún provecho de la visita?

Resulta imprescindible estudiar y reconocer los impactos que pueden generar estas prácticas sobre las comunidades protagonistas, mientras que sus consumidores deberían reflexionar, al menos, sobre los procesos de explotación que han llevado a que determinados grupos sociales se vean abocados a formas de vida atractivas, sí, pero también marginalizadas.

Si no, quizás sería mejor que volviéramos a las playas tradicionales.


Maria Eugenia Altamirano | Licenciada en Turismo y estudiante de Master en Desarrollo de Destinos Turísticos Sostenibles y Planificación Turística Territorial

Slum Tourism, el atractivo de la pobreza