sábado. 20.04.2024
san antón, patrón de los animales

Ser civilizado como los animales

El pasado 17 del actual en todos los pueblos de España, siga o no arraigada la cultura rural, consérvense más o menos los comportamientos y las costumbres de antaño, se celebró una de las fiestas más antiguas, San Antón.

El pasado 17 del actual en todos los pueblos de España, siga o no arraigada la cultura rural, consérvense más o menos los comportamientos y las costumbres de antaño, se celebró una de las fiestas más antiguas, San Antón. Eran celebraciones muy queridas por los campesinos, y de mayor algazara entre los pequeños, en las que la bendición de los animales iba, a la par, por las mismas fechas, con el rito de la matanza, de la que apenas quedan reminiscencias. San Antón es una de las fiestas más extendidas en nuestra geografía en el invierno, y junto a la añorada matanza, todavía su festejo permanece, a pesar de haberse olvidado las costumbres rurales por la invasión de la enaltecida civilización urbana. No obstante, también en las ciudades se celebra con cierta solemnidad, y se aprovecha no solamente para darle un sentido religioso, sino también de concienciación “animalista”. Y es que, pese a la técnica y a la industria, dependemos no tanto de las máquinas, que no dejan de ser instrumento, cuanto del campo, de la naturaleza que conforma nuestra esencia. De la naturaleza animal y vegetal. De la cultura rural derivan las demás culturas y civilizaciones que han ido transformándola, casi siempre para peor. La razón no es otra que permitir que descerebrados, ignorantes e inútiles, sigan manejando estas sociedades en las que prevalece el negocio a costa de lo que sea, aunque haya que aniquilar la marcha de la Tierra o transformar su naturaleza. Nuestra naturaleza. Humanos ingenuos que piensan que el campo sobra y que son necesarios y más importantes otros sectores. De seguir así, vamos encaminados al desastre, a nuestra propia aniquilación. Por eso es necesario recordar esta fiesta en que la bendición de los animales -que son nuestra bendición- es el único recurso que nos queda para que sigan existiendo a nuestro lado. Los animales y las plantas. Evocando esta festividad rural, fijémonos en ellos para no seguir cometiendo errores, en las especies que han desaparecido o están a punto de desaparecer de la faz de la tierra por culpa, en la mayoría de los casos, del inconsciente y depredador comportamiento humano.

Escribo estas líneas invadido por la ingenuidad y agobiado por la utopía: si las personas mayores no nos preocupamos porque millones de niños se mueran de hambre o caigan víctimas de bombardeos, porque diariamente asolemos territorios enteros, cómo nos vamos a preocupar de los animales, que vemos y consideramos seres inferiores. Pero tengo que escribirlo, tengo que decirlo, y al menos poner mi granito de arena en quienes hagan el pequeño esfuerzo de leerlo induciéndoles a la reflexión.   

Es curioso, todos los animales tienen un patrón común, mientras el humano en general no tiene ninguno, a lo más, por eso de la religión, el día de su santo, o, considerado en general, el día de todos los santos. Pero los humanos, somos todo, menos santos, eso queda para los muertos, a los cuales va asociada dicha fiesta de santos y difuntos. Por eso, patrón, patrón de los humanos, no hay nadie. No en vano, la especie humana fue la última de los seres que aparecieron en este planeta. Y mejor hubiera sido que no hubiera aparecido, porque por su culpa, otras especies están desapareciendo o a punto de extinción, mientras el humano, pese a causas provocadas como las guerras y pestes, y a causas naturales como terremotos, diluvios, y sunamis, cada vez se multiplica más. Lejos de evolucionar como se supone en un principio, retrocede en defensas naturales, que se le van atrofiando; en la inteligencia, que usa menos; en la creatividad, porque todo se lo dan hecho, sin obligarle a pensar, y en comportamientos consigo mismo, con los demás, y, lo que es peor y más grave, con la naturaleza. Ésta, que es sabia, de la que debiera aprender por ser fuente de todo conocimiento, le pedirá cuentas algún día, ya no muy lejano, cada año, más cerca del desastre. Ante la nula respuesta del homo erectus o sapiens, más torcido e ignorante que antes, incapaz de dársela, ante tanta degradación como se ve sometida, la naturaleza, que debe seguir su evolución, se rebelará. Sucederá quizá como con los dinosaurios, era tan exagerada la depredación que al evitar el desarrollo de la misma el insaciable consumo de seres tan enormes, impedía la fotosíntesis de las plantas, y la naturaleza se defendió rebelándose y suprimiéndolos (lo del meteorito es una causa menor). Como es más poderosa que ese ser ínfimo que se cree su rey y dueño, se lo quitará de encima; el humano desaparecerá. Sólo de esta manera, la Tierra, nuestra Pacha Mama, seguirá adelante, evolucionando, progresando, perfeccionándose sin el hombre, cuando era éste el que tenía el designio, por el don de la inteligencia, de perfeccionarla y mejorarla. Hacer dejación de su función primordial, conservar, mimar el entorno, cuidar el hogar (ecología), arrostrará graves consecuencias hasta llegar a su extinción. La misma que la especie humana ha provocado en otras especies, necesarias como la suya para mantener el equilibrio y la armonía, fundamento de su convivencia en el planeta azul. Un planeta azul y único, al que la estupidez y barbarie del ser “civilizado” están convirtiendo en negro, como si tuviera éste la seguridad de que puede habitar otro... Iluso. Aunque lo hubiera, sería imposible su contacto en un universo que si no es infinito, es como si lo fuera; el tiempo y el espacio son tan relativos que en Marte, el planeta más próximo al nuestro, dura un año casi 670 días, y aquí, 365. Cuando vemos una estrella fugaz, decimos que acaba de morir, y ese hecho puede que haya sucedido miles de años atrás. Tras su desaparición, su luz sigue en la inmensidad etérea hasta que llega a nuestra vista. Buscar, por tanto, otro planeta adecuado, sería como buscar una aguja en un pajar de mil carros de heno. Además, el organismo humano no está preparado para esos cambios por mucho que vuelva a evolucionar. Por esta y otras muchas razones, creer que puede vivir en otro lugar que no sea el que habita hoy, es de ingenuos, ilusos y estúpidos. Por todo esto, debe primar en su actitud la conciencia ecológica, que no es ni más ni menos, que el “cuidado del hogar” (eso significa “ecología”).

En artículos publicados en este y en otros medios sobre el tema, he analizado las diferentes etapas por las que ha pasado la humanidad. Así he explicado sus inicios, con la etapa que llamo de la “barbarie instintiva”, una vez que el humano pasó de la caverna a la socialización, en la que sus semejantes de otro territorio eran objeto de lucha por la supervivencia, antes de convertirse en absolutamente sedentario. Siguió otra de guerras, “la barbarie planificada”, y posteriormente, alternando ésta con su ausencia -períodos de tranquilidad-, las dos etapas que más nos afectan y cuyo sustrato aún permanece: la “etapa religiosa”, en la que predominaba -todavía sigue en algunos países- la religión como guía social, hasta desembocar en “la etapa económica”, hoy en vigor, en la que la religión queda relegada a un segundo plano, para erigir en guía social la economía, donde se ha instalado el hombre considerado “civilizado y tecnológico”, sin abandonar el estado de beligerancia, guerras de religión, de expansión demográfica, y guerras por el petróleo cuando no tribales o ideológicas... Siempre la guerra, cada vez más tecnificada, y de mayor barbarie, hasta el exterminio total...

Quiero ser civilizado como los animales

Si esto es la civilización de los humanos, “quiero ser civilizado como los animales”, que pedía el cantautor Roberto Carlos en el estribillo de una canción con medio siglo de vida, cuya vigencia debiera tenerse hoy en cuenta con mayor énfasis; motivos hay en mayor medida y con mayor urgencia. De entonces acá, en medio siglo, la degradación ambiental ha aumentado más que en toda la historia de la humanidad. Esta vez la culpa no la tienen los dinosaurios, ni las catástrofes naturales... sino el hombre, el mayor depredador. En la guerra, y también en la paz. Todo, en nombre del “progreso”, título del tema mencionado, cuya letra debe inducirnos a la reflexión y la acción. Un éxito musical, al que no le fue parejo el éxito conciencial, a tenor del comportamiento contaminante que, lejos de reducir, hemos aumentado.

De ambas etapas históricas, dominadas por la religión y la economía, debe pasar la humanidad a la etapa de convivencia pacífica y armoniosa con su especie y con el resto de especies, o sea, en el respeto y el uso, que no abuso, de la naturaleza, y aprender de ella si quiere evitar su extinción, cuando todavía le queda tiempo. No le vaya a suceder a este “homo sapiens” lo mismo que a muchos animales, de los que no nos queda sino su recuerdo. Es la última etapa de nuestra historia y debe prevalecer sobre cualquier otra ideología: la “etapa ecológica”. La ecología, es decir la ética natural, debe ser la guía suprema de todo comportamiento humano. Muy por encima de la religión y de la economía, que deben considerarse como un error en la relación del hombre con su entorno. Un error que es preciso no tanto reconocer, cuanto corregir. Decisión global con medidas comprometidas y consensuadas entre todos los países a cuyo frente deben estar precisamente quienes ahora brillan por su ausencia y su contaminación.

Dicho esto, hagamos un breve repaso, ya que de animales hablamos, de aquellos que si no han desaparecido, están a punto de perecer para siempre, sin posibilidad alguna de recuperación. No voy a detenerme ni empezar por esos de los que todo el mundo habla y que en próximos comentarios enumeraremos, sino otros que han caído en el olvido, quizá porque poca gente supiera de su existencia: me refiero a las luciérnagas, esos gusanitos que de noche alumbraban en los bordes de los caminos. Los erizos, que tantos beneficios proporcionan. Las pequeñas ranas de San Antonio, los lagartos comunes, cuyo número ha descendido notablemente en toda la península; en la zona donde nací se multiplicaban por doquier, en cada canchal uno podía encontrarse con varias parejas, pero, al convertirse en plato exquisito, codiciados, y a la vez respetados, eran presa de chicos y grandes; el milano real, la cigüeña negra, el mochuelo, la comadreja, la ingenua corucha, o cogujada, con su gracioso moño, denominada científicamente “galerida cristata”, o el chotacabras con su leyenda que cuenta que gustaban de chupar la leche de las ubres de las cabras... Apenas si se ven ya, como apenas si se ven las cabras... Y las monteses (capra hispánica de Gredos) que deben subir cada vez más alto para evitar que cuatro imbéciles americanos, y de otras nacionalidades, las maten por sus cuernos como trofeo en cacerías organizadas, por las que llegan a pagar hasta 20.000 euros, eso sí, por los dos cuernos -una ganga- con rifle telescópico, con alojamiento, guía en vehículo todo terreno, migas frías de cinco días atrás, ración de jamón ibérico de Rumanía, con tinto de la casa, brick Gredos, y paseo a caballo incluidos... (Yo lo he visto, casi me alcanza una bala perdida... Quién me mandaría a mí andar por aquellos andurriales) ¡Qué vergüenza!

Lo dicho, que el hombre, o la mujer americana, como la gorda vista apuntando a los dos cuernos (del macho montés, se entiende) es el mayor depredador del planeta, y, como la susodicha, por puro placer, para lucirlos luego en el amplio salón de su casa, sobre la chimenea, que es donde van los cuernos de los pobres animales, en el mejor de los casos. A menudo el dinero va unido a la ignorancia supina que raya la estupidez.

Otros animales cercanos en extinción

Podía ser más larga la lista, y podíamos decir que son todos los que están pero no están todos los que son. Figuran los animales que están en período grave y de todos conocidos, pero hay otros que no figuran por ser más desconocidos o lejanos en el espacio, pero se encuentran en la misma situación y son tan necesarios como los que nos rodean.

Las causas de la desaparición de las especies son de dos tipos: naturales y provocadas.

-Naturales: Desaparecen las especies por la misma evolución y transformación natural de su ambiente, así como por su propia evolución para acomodarse y asegurar su supervivencia al nuevo sistema de vida acorde con el entorno. También provocan su desaparición los terremotos, maremotos, volcanes, huracanes... cualquier fenómeno meteorológico de grandes dimensiones, y cualquier alteración de la propia naturaleza, v.gr: Las diferentes glaciaciones a los largo de la existencia del planeta. También puede desaparecer una especie, como sucede con los linces, porque, al alterar su hábitat, al verse reducido su número, se ven obligados a aparearse entre familias, cuya consanguinidad va degenerando sus genes hasta el extremo de terminar estériles o con bajas defensas, según se ha descubierto últimamente en el lince español, cuya extinción ha estado a punto de consumarse, y cuya recuperación resulta hoy tremendamente difícil.

-Provocadas: Resultado de la manipulación humana, bien consciente o inconscientemente: v.gr. La construcción de una autopista o toda alteración del paisaje, incendios, talas, urbanismo, etc., así como la caza y pesca indiscriminada.

A las diez especies enumeradas anteriormente, cuyos nombres apenas si aparecen en su totalidad en los grandes tratados sobre extinción animal, hay que sumar otra lista más común, dejando aparte las especies marinas en la misma situación de peligro. De los terrestres, de su jerarquía en pro de la solidaridad, y de su “civilización” en contraste con la nuestra, hablaremos en el próximo artículo. Y también de San Antón. Descubriremos por qué es su patrón y por qué puede ser considerado el primer ecologista y protector del mundo animal. Una vida de película.

Ser civilizado como los animales