viernes. 03.05.2024
La Primavera, Sandro Botticelli
La Primavera, Sandro Botticelli

Hace doce mil años el Homo sapiens cazador-recolector alcanzó su edad de oro y su máxima aspiración era el sedentarismo y una choza de piedra en las fértiles tierras de Oriente Próximo. La economía consistía en quedarse quieto en el mismo sitio antes de comer y en no alejarse demasiado antes de beber agua. Hace quince años el Homo listo cazador-recolector-especulador, el denominado "Homo mucho-para-mí", con sus activos tóxicos, su depredación dineraria a mansalva y la connivencia política, instauró una edad de plomo y lodo sobre sus congéneres tan mortales como él.

Hace doce mil años lo económico, lo material, se planteaba como una búsqueda de la domesticidad con la cobertura de las necesidades básicas sin moverse mucho de aquí para allá. En muchos lugares de África en la actualidad ni siquiera todavía viven en el Neolítico de la edad dorada.

Reconozco mi patología occidental con su sintomatología característica: acomodamiento, indolencia y pereza intelectual

No me dirijo a nadie en concreto, sería una petulancia dialéctica de alto voltaje en estos tiempos de ofensores y ofendidos. Me dirijo a mí mismo y tomo asiento reflexivo como acusado. Yo me acuso con nombre, apellidos y rostro de la miseria en el mundo. Asumo mi parte alícuota de responsabilidad de la pobreza y pobreza extrema de cualquier latitud. Libro del trance a gobiernos y gobernanzas, ya han sido suficientemente vapuleados desde todas las tribunas y foros fiscalizadores y acusatorios. Además, la clase política anda ya demasiado ocupada pergeñando los mítines y preparando la espectacularidad de sus debates bizantinos con la televisión como alcahueta entre la partitocracia y el ciudadano. Se aproximan elecciones.

Reconozco mi patología occidental con su sintomatología característica: acomodamiento, indolencia y pereza intelectual. Soy un burgués definitivo del Estado-Banco endeudado hasta las trancas. Yo me acuso de mi compromiso burgués, basado casi exclusivamente en la inescrupulosa prosperidad material, porque en ella seguramente radica una millonésima parte de la muerte de hambre de un niño africano y de que muchos de mi misma especie ni siquiera puedan vivir en el Neolítico en pleno siglo XXI. No obstante, a pesar de la acusación que me hago, estoy pensando en que una casa domótica no estaría nada mal para un futuro no muy lejano y enseguida caigo en la cuenta de que me estoy acusando con nombre, apellidos y rostro de abyecto proyecto burgués occidental (Homo insatisfecho), que con su genética economicista, explotadora, hipócrita, ha asolado a muchos seres humanos, ha esquilmado muchas tierras fértiles. Mi autoquerella, en un momento dado, puede parecer palabrería, demagogia dialéctica, bizarría sin peligro; fingimiento de buen burgués mojigato. Pero eso no me preocupa, lo que realmente me preocupa en mi fuero interno y me da grima y me echa a temblar es a qué estaría dispuesto a renunciar, sin levantar la voz contra los gobiernos y el sistema financiero.

La dictadura de la felicidad materialista y la tiranía tecnológica, detrás de los cuales se agazapa el capitalismo más exacerbado y burdo

De qué me despojaría sin sensación de robo, estafa, o engaño. Qué estaría dispuesto a sacrificar, a dar literalmente, yo que solo consigo acusarme con las palabras, las mismas que dicen en las cartas magnas: "el derecho a una vivienda digna", "el derecho a un trabajo digno". Y no me estoy refiriendo a lucidos gestos caritativos: donar unos cientos de euros a una maravillosa ONG. Colaborar en una campaña de recogida de alimentos, ji ji ja ja, rodeado de fotógrafos. Participar en una gala benéfica por la depauperación oficial y la sobrevenida. Para hacer la gran suma social, es inevitable una dación justa (que no legal). Me planteo, acongojado metafísicamente, qué estaría dispuesto a ceder, a transferir, como si fuera una Transición moral individual; un contrato ético personal, ya que el social de Rousseau, por momentos, se nos está yendo al garete. Lo siguiente, cuando la conciencia se pone de pie y empieza a caminar peregrina y desnuda, es presenciar en derredor la misma mojiganga respetable en medio de la tragedia, de muchas tragedias anónimas. Y de cómo están vibrando con ahínco los resortes de una época, un modo de vida, una civilización, que parecían haber disipado todas las dudas con el raciocinio, el progreso técnico y los derechos universales -ese artefacto retórico-. Y cómo todo eso ha desembocado vulgarmente en el hedonismo desenfrenado y urgente, la dictadura de la felicidad materialista y la tiranía tecnológica, detrás de los cuales se agazapa el capitalismo más exacerbado y burdo.

Qué frágiles éramos: unos activos tóxicos estadounidenses, las felices finanzas incívicas, la crisis del euro, la prima de riesgo, nos hicieron recuperar la angustia, la náusea, la inconsistencia de la existencia. El péndulo de la Historia y la codicia de los que la escriben nos han hecho pasar muchas veces por arte de birlibirloque del vitalismo del Renacimiento al pesimismo del Barroco. De La primavera de Botticelli al Finis gloriae mundi de Valdés Leal. ¿En qué momento estamos ahora? ¿Vendrán otros remakes de crisis financieras globales? Siempre toca ser fuertes y sinceros. Desenmascararnos y arrojar a la hoguera de las vanidades los lujosos ropajes del baile de disfraces al que nos inviten. Sí me gustaría, por una correcta administración de justicia humana, que se le pusieran nombres, apellidos y rostros a los multimillonarios especuladores, ricachones camastrones y logreros desaprensivos, que como yo, están contribuyendo a que la gente pase necesidades, o se muera de hambre desde hace muchísimo tiempo, un tiempo que ya da asco, repelús y zozobra. Un tiempo al que le sobran horas de crueldad y mentiras y le falta la sincronía de la verdad.

Se buscan acusados