jueves. 28.03.2024

En la sociedad española estamos asistiendo a esfuerzos recurrentes por radicalizar y bipolarizar el debate político. Esfuerzos en los que destacan los líderes de VOX y algunos personajes del PP. Aacompañados de núcleos muy específicos del poder de los medios de comunicación social.

Tales empeños tienden a presentarse como una resultante de los problemas, las tensiones y las antagonizaciones que existen en la sociedad española. De forma que cualquier observador imparcial que llegara a nuestra sociedad sin más conocimientos previos, o que la observara desde la distancia siguiendo los contenidos de los medios de comunicación social, llegaría la conclusión de que en España los partidos políticos y los ciudadanos estamos a la gresca de manera enconada y constante.

¿Refleja esta apreciación y la radicalización de determinados líderes políticos el clima real de la sociedad española? ¿Existe algún paralelismo entre el clima político actual y el que se vivió en España en momentos especialmente trágicos? ¿Existe realmente una inclinación guerracivilista entre la inmensa mayoría de los españoles, o solamente entre ciertos protolíderes y tardoperiodistas que no pueden vivir sin gritar, sin insultar y sin hacer demostraciones públicas de odio y de inquinas personales?

Mi apreciación es que la inmensa mayoría de los españoles, en sus casas, en sus centros de trabajo, en sus lugares de ocio, están –estamos– muy alejados de tales climas de bipolarizaicón y radicalización. De hecho, los datos de encuestas rigurosas, como las del CIS, revelan, mes tras mes, que la mayoría de los españoles se sitúan en coordenadas vitales e ideológicas distintas a las que intentan propalar minorías muy radicalizadas. Por ejemplo, los datos del último barómetro de abril del CIS, con una muestra representativa de 3.823 entrevistas, muestran un panorama político-ideológico bien diferente.

En un contexto general de rechazo del odio y de la violencia, los tres rasgos con los que podríamos describir la realidad sociológica verídica de los españoles de hoy en día son los siguientes: en primer lugar, los españoles en su mayoría se sitúan en posiciones moderadamente de izquierdas, con un 65% que se ubican en los cinco espacios de izquierda y centro-izquierda del espectro político español, medido en una escala que va del 1 al 10, en la que el 1 es la posición más a la izquierda y el 10 es la posición más a la derecha. La media general de autoubicación en dicha escala decimal es del 4,9 (vid. gráfico 1). En particular, un 26,4% se sitúan en los cinco espacios de la derecha y centro-derecha, con un 8,6% de indecisos y personas que no contestan a esta pregunta.

El segundo rasgo que define la situación española actual es la preponderancia general de las posiciones de centro en las que se ubican nada menos que el 55,7% de todos los ciudadanos. También en este caso con mayor prevalencia en el centro-izquierda (37,8% en los espacios del 4 y 5), respecto al 17,3% en el centro derecha (espacios del 6 y el 7) (Vid. gráfico 2).

El tercer rasgo es la escasa bipolarización que se detecta en análisis de este tipo, de forma que solo el 4,4% se sitúan en los dos espacios de la extrema derecha (el 9 y el 10), con una significativa estabilidad en el tiempo. A su vez, en los dos espacios de la extrema izquierda (el 1 y el 2) si sitúa un 14,4% de la población. En este caso con cierta tendencia a aumentar que plausiblemente está conectada a los problemas padecidos por los sectores de la población que están viviendo incertidumbres y situaciones sociales y vitales más negativas (Vid. gráfico 3).

Por lo tanto, parece evidente que la supuesta inclinación de los españoles al radicalismo y a la bipolarización hoy en día es básicamente un mito que no se corresponde con la realidad objetiva de los datos. Es básicamente una meta de aquellos que quieren enturbiar y tensionar nuestra convivencia para intentar sacar partido de los climas de confrontación.

A partir de estos datos y tendencias objetivas no faltarán los que se pregunten cómo es posible que los equilibrios reales del espectro ideológico-político general no se traduzcan con mayor exactitud y correspondencia en el plano de los apoyos a los diferentes partidos políticos.

Hay que tener en cuenta, en este sentido, que la vida política en cualquier país, y especialmente en España, no se configura solamente a partir de las influencias e inclinaciones espontáneas y directas de carácter ideológico-político, sino que se ve muy afectada –y en ocasiones interferida– por otras variables relevantes, entre las que debe recordarse históricamente el papel desempeñado por los medios de comunicación social y por otras instancias conformadoras de la cultura política y social. Entre otras las “influencias” ideológicas, con su capacidad de impregnación a través de conexiones e influencias familiares y, en general, las variables religiosas, que en España se enraízan en una larga trayectoria histórica. A lo que se añade la estructura de poder de los medios de comunicación social, que en España están claramente sesgados hacia posiciones bastante de derechas. Últimamente, no hay que minusvalorar también el papel intoxicador y denigrador realizado por ciertas agencias y empresas de reputación y contrarreputación, que operan básicamente a partir de la influencia en las redes.

En este panorama complejo de tendencias de base y de efectos cruzados, en cada proceso electoral confluyen tensiones de ajuste e influencias cruzadas en las que inciden un número muy notable de variables, entre ellas –y no como la menos influyente– el propio papel de los candidatos y candidatas con su capacidad de definir y transmitir imágenes y con su idoneidad para generar confianza. En definitiva, hay que ser conscientes de que en las sociedades de nuestros días la confianza, la imagen que se proyecta, los substratos culturales y las redes acaban operando como las instancias conformadoras de influencia en los comportamientos políticos, tal como estos se acaban reflejando en las urnas.

Fuente: Sistema Digital. Imagen Carmen Barrios

Radicalización y bipolarización ¿Meta o mito?