viernes. 29.03.2024
Colectivos de mujeres construyen un relato feminista pautado por los conflictos cotidianos y también por la solidaridad y la creatividad que, en tiempos de pandemia, ha sostenido la vida

El Edificio Nouvel del Museo Reina Sofía acogió el sábado la síntesis de un “profundo acto político”: mujeres, integrantes de distintos colectivos –kellys, empleadas de hogar y cuidados, limpiadoras del hospital Gregorio Marañón, riders, trabajadoras en residencias, jornaleras de Huelva, putas, abogadas, jubiladas- compartieron experiencias y pareceres construyendo un relato feminista que no coincide exactamente con lo que aparece en esas ventanas virtuales que son, casi siempre, los medios de comunicación y las redes sociales. Un relato pautado por los conflictos cotidianos y también por la solidaridad y la creatividad que, en tiempos de pandemia, ha sostenido la vida. Las jornadas, celebradas bajo el lema ‘El feminismo sindicalista que viene. Trabajadoras somos todas’ pudieron seguirse del 2 al 5 de diciembre también de forma online y concluyeron con una asamblea.


Y ¿ahora qué?, ¿cómo seguir escribiendo la historia?, ¿qué va a ocurrir?, ¿qué y cómo crear? Pastora Filigrana puso en el horizonte de esa mañana fría las páginas en blanco de un libro colectivo para que fueran escritas por las voces de quienes allí se encontraban. Antes de ese ejercicio de creatividad y “fantasía”, de honestidad también, intervinieron las relatoras de las mesas que habían tenido lugar los días previos: ‘Cuando el trabajo no parece trabajo. Conflictos feministas en la vieja y la nueva desregulación’; ‘Nos deben una vida. Conflictos feministas en el sindicalismo social’; ‘Pan y rosas. Conflictos feministas en la lucha sindical’.

En la primera mesa participaron María José Barrera -Colectivo de Prostitutas de Sevilla-, Graciela Gallego -Sindicato de Trabajadoras del Hogar y de los Cuidados-, Nuria Soto -Riders x Derechos- y representantes de Amazon en lucha. “El primer horizonte tiene que ver con el reconocimiento como trabajadoras”, con las particularidades de cada sector, y con el reclamo común de derogar la ley de Extranjería, explicó la relatora. Además, ante el aislamiento –y miedo- en el que se desarrollan esos trabajos, la apuesta pasa por crear espacios de encuentro para organizarse: “que no se vaya nadie”. El enfoque se aleja del victimismo para abrazar la dignidad humana: “somos sujetos políticos”. Desarmar el lenguaje y crear nuevas palabras, utilizando la alegría, forma parte de una lucha que “es de todas”.

El sindicalismo social, eje de la segunda mesa, tiene que ver con la organización en la base social de una lucha que va más allá de lo laboral. Forman parte de ella Almudena Fernández (MIR en lucha Vallekas), Rebeca Tolosa (Sindicato de inquilinas e inquilinos de Madrid), Asun Paños Arroyo (Facilitadora de autodefensa feminista) y representantes del Sindicato del barrio de Vallekas. “Frente a este saqueo de la vida, redes de sororidad”, afirmaba la relatora, llamando a “sacudirse la culpa y la vergüenza por tener deudas”, y enfocando a un sistema heteropatriarcal. “El sindicalismo tradicional es jerárquico, se organiza de acuerdo a las necesidades de los hombres y el trabajo asalariado, nos invisibiliza y tiene formas que no nos gustan”, sintetizaba, para abogar por reconocer y no fragmentar las luchas entrelazadas que tienen que ver con los derechos de todas en la vida cotidiana y por considerar la diversidad como riqueza.

La mesa ‘Pan y rosas. Conflictos feministas en la lucha sindical’ recogió testimonios muy duros relacionados con la crisis que ha evidenciado el covid-19 y que ha golpeado especialmente a trabajadoras en situación de precariedad por su condición de mujeres, como son las jornaleras de la fresa, las trabajadoras de residencias de mayores o de hospitales. Participaron en el debate María Fuentes (MATS limpieza del Hospital Gregorio Marañón), Rosa María García (Trabajadora en residencias de personas mayores), Verónica Domínguez, Ana Pinto y Fatiha Suleman (Asociación Jornaleras de Huelva en lucha), María del Mar Jiménez (Camarera de piso) y Nadia Naïr (Unión de Acción Feminista de Marruecos). “No son problemas aislados”, sino que “responden a una estructura que se basa en la explotación”. Frente a esto es imprescindible crear redes, levantar estrategias de presión institucional y jurídica y “reconocernos las unas en las otras”.

JPEG

En definitiva, se trata de “conquistar derechos” y “sostener la vida”. ¿Cómo hacer esto en un mundo capitalista y heteropatriarcal? Un sistema que se basa en la violencia, la explotación y el extractivismo, que en el día a día se traducen en pobreza, en vivir para trabajar, en la mentira de la meritocracia, en la presión de las deudas, en la imposibilidad de conciliar, en la ausencia de cuidados, en alejarse de esas vidas dignas de ser vividas.

Organizadas durante la pandemia

Trabajos que durante la pandemia se denominaron esenciales, no se han tratado ni han sido retribuidos como tales: trabajadoras de hogar, jornaleras en el campo, limpiadoras en hospitales, han visto que sus condiciones empeoraban y el cuidado de su salud no era considerada una prioridad por parte del Estado ni de los empleadores.

“Hemos visto durante la pandemia que si no hubiéramos estado ya organizadas hubiera sido muy complicado estar en la lucha y hacer posible incluso el sostenimiento de la vida”, defiende Rafaela Pimentel, de Territorio Doméstico y activista feminista integrante de la comisión de la huelga del 8M en Madrid.

JPEG

No es la única que apela al 8M. De hecho, las jornadas ‘Trabajadoras somos todas’, organizadas por Laboratoria, recogen el trabajo organizativo y de difusión logrado con las manifestaciones feministas del 8 de marzo y apuntan al próximo Día Internacional de las Mujeres. Hay que atender a los “procesos”, explica Justa Montero: estas jornadas son “un paso más y tenemos por delante un proceso en el que podemos mirar al 8M para conquistar la calle y luchar por los derechos de todas, todas, todas”.

En ese gesto que implica escribir la historia hay que peraltar que los colectivos de mujeres han estado impulsando luchas y ocupándose de las necesidades en los barrios durante estos meses de pandemia y confinamiento: “el feminismo ha estado ahí”. Y esa experiencia nos lleva a “pensar qué significan los derechos de todas y a aterrizarlos”.

Cuestionar los marcos de ideación, el lenguaje, cuestionarlo todo

Las jornadas fueron una reflexión de fondo sobre lo que se llama trabajo. Lo que este sistema considera que debe estar retribuido es solo una parte del cúmulo de trabajo que sostiene la vida. Y para sobrepasar los límites que impone el capitalismo neoliberal, que coloniza incluso la subjetividad, hace falta nombrar adecuadamente –“no es precariedad, es pobreza”, recuerda Marimar-, reconocer la diversidad de estrategias que se han venido desarrollando, como un valor que fortalece y de las que se puede aprender, a la vez que se buscan puntos en común y se construyen espacios de coordinación. Esto “nos convierte en sujetos de lucha y transformación”, reclamaba Josefina.

Estos espacios de intercambio aúnan reivindicaciones concretas -“no queremos volver a la lejía”, apuntan desde el colectivo de las ‘kellys’- y reflexiones que reivindican que violencia, extractivismo y explotación no se lean por separado y dan cuenta del marco común que genera distintos conflictos, frente a los que emergen nuevas formas de lucha, con un claro protagonismo femenino. Entre ellas, se alzan nuevos sindicalismos que toman las herramientas de las grandes luchas obreras del siglo XX -como la huelga, el piquete, la caja de resistencia, el consejo o la asamblea-, pero lo hacen desbordando el terreno estrictamente laboral.

Y sí, “poner en el centro las preguntas esenciales sobre el buen vivir y el buen morir en un planeta cada vez más dañado”, lleva a comprender que “no se puede cambiar la situación de las mujeres sin cambiar el mundo”. “No hay política feminista sin derogar la ley de extranjería o la reforma laboral vigente”, ejemplifica una de las participantes en la asamblea, donde confluyen todas las participantes del encuentro, Comisión 8M y representantes sindicales, entre otras.

Los tropiezos y disensos, que también los hay, no impiden el avance: “eso de hablar de empleos negros, mejor dejarlo”, apunta Susana; “¿se va a poner ganas y empeño en defender a las jornaleras, pobres, sin papeles, que se están teniendo que prostituir para sobrevivir?”, reta Ana. Es difícil atrapar con palabras lo que se está tejiendo, construyendo. Sara intenta una definición: “Mirar nuestra vida con toda su complejidad y decidir buscar soluciones de manera colectiva”.

JPEG

Fuente y fotos | AmecoPress.
 

No se puede cambiar la situación de las mujeres sin cambiar el mundo