jueves. 02.05.2024
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'Los siete pecados capitales' de Otto Dix.

Hace ya mucho tiempo que la política no hace honor al nombre y la etimología. Ha dejado de estar centrada en el bien de la ciudad, es decir común, para plantearse como objetivo exclusivo la persecución a toda costa del Poder. Se ha trocado en un juego destinado a encauzar y controlar a la opinión pública, merced a la información performativa y las omnipotentes y omnipresentes encuestas. Ha adoptado las armas, probadas con notable éxito de crítica y audiencia, del marketing más agresivo para aplicarlas a la liza electoral, única arena pública posible en la actualidad. El ciudadano se ha convertido en cliente. La publicidad comercial y la propaganda política jamás han aspirado a conocer la opinión de un sujeto autónomo y soberano, sino a manipularla de forma abierta o sibilina. Los individuos capaces de decidir por sí mismos son su peor pesadilla.

En las legislativas de mayo de 1928 en Alemania, el SPD (socialdemócratas) obtuvo 9.150.000 votos, el KPD (comunistas) 3.260.000 y el NSDAP (nazis) 800.000 (Jean-Marie Vincent Sur la montée et la victoire du nazisme en Maria-Antonietta Macciocchi (Dir.) Éléments pour une analyse du fascisme).

La elevación a dogma de fe de unos anecdóticos sondeos manifiestamente cocinados y ultraprocesados facilita la afiliación del elector medio a unas opciones mayoritarias. La propensión al conformismo del ser humano, profusamente contrastada por la psicología y las neurociencias, torna ardua y hasta traumática la tentación de disidencia. Por el camino quedan neutralizadas, eliminadas o reducidas a residuales las alternativas que no son del agrado de quienes ejecutan el trabajo estadístico, y sobre todo de los que lo pagan. La meta ideal es que el votante disponga de un abanico harto limitado de posibilidades, a poder ser difíciles de diferenciar. Un bucle infernal transforma los análisis de tendencias electorales en factores decisivos del comportamiento ante las urnas.

En septiembre de 1930, el SPD reunió 8.770.000 sufragios, el KPD 4.500.000 y los nazis 6.400.000.

Las democracias parlamentarias viven un estado de crisis polimorfa y permanente que abona el campo para la proliferación de autoritarismos de intensidad variable. Su (aparente) ingenuidad, abundantemente regada por los aparatos ideológicos y coercitivos, posibilita el acercamiento al poder de fuerzas autocráticas. A pesar de las trágicas lecciones del pasado, se ignora que su meta es desmontar todo sistema político que se asiente en las libertades, los derechos, la solidaridad y la participación. Su idea de organización social es el cuartel.

Las democracias parlamentarias viven un estado de crisis polimorfa y permanente que abona el campo para la proliferación de autoritarismos de intensidad variable

Su programa es rudimentario, pero bien clarito para cualquiera que no mire hacia otro lado. Una política económica de rigurosa obediencia al más trasnochado neoliberalismo, basada en la oferta y cuyo objetivo es acelerar el proceso de acumulación de capital. Esto exige suculentas rebajas de impuestos a grandes empresas y fortunas, combinadas, como no podía ser de otra manera, con una disminución del gasto público que dejaría en cuadro los pilares del estado de bienestar. Sanidad y educación públicas, pensiones estatales y ayuda a la dependencia corren el riesgo de convertirse en un paisaje en ruinas dando testimonio de un mundo que pudo ser y no fue. En lo tocante al orden y el ejercicio de la autoridad, se fomentarán las sensaciones subjetivas de ingobernabilidad, inseguridad y exceso de reivindicaciones, combinándolas con fuertes dosis de populismo punitivo. La idea es construir una voluntad de masas favorable al autoritarismo y a la desarticulación de las instituciones del Estado. El feminismo, los colectivos LGTBI, los inmigrantes, los disidentes políticos y sindicales, la prensa independiente o las ONG contestatarias mutarán en enemigos del pueblo. En cuanto a la guerra cultural, la ofensiva tendrá lugar en dos frentes. Se reforzará el empeño en desacreditar la herencia de la Ilustración y la Modernidad echando mano de todo tipo de censuras, de la institucional a la económica, yendo más lejos si es posible. Por otro lado, se potenciarán valores caducos con olor a naftalina y alcanfor, resucitando de paso algunos de los más pavorosos fantasmas de la historia. Su patético cover de los mitos de la sangre y la tierra en versión cañí son la máscara transparente de su apego a un plagio malo, desnortado, perverso y ramplón de la voluntad de poder.

En julio de 1932, tras la caída del ejecutivo de Brüning, el acercamiento a Hitler de influyentes sectores de la gran industria y el golpe de Estado de von Papen contra el gobierno socialdemócrata de Prusia, el SPD reúne 8.000.000 de votos, el KPD 5.300.000 y los nazis 13.700.000.

Hablar meramente de alternancia ante la formación de gobiernos de extrema derecha o con su participación es permanecer voluntariamente ciego. En el mundo de hoy actúan cada vez más abiertamente fuerzas cuyo propósito es un cambio de época. Desean dar por clausurada la era de la democracia, el estado de bienestar, los derechos humanos, las libertades ciudadanas y el respeto a las minorías. Y, ya puestos, abolir las preocupaciones ecológicas, humanitarias y éticas en general decretando la inexistencia de problemas y señalando como revoltosos a quienes plantean tales cuestiones. Una parte de las élites desconfía de la democracia, temiendo que se les pueda ir de las manos. El recurso al nacional populismo es un elemento más en la recomposición de su estructura de dominación. Y si para asegurarse su concurso es necesario pagar, pues se hará, por ejemplo, disimulando las barbaridades proferidas por sus representantes. Tarea facilitada por unos medios de comunicación aquejados de parálisis moral e incapaces de reaccionar.  

En el mundo de hoy actúan cada vez más abiertamente fuerzas cuyo propósito es un cambio de época

«Ui.– Pero, mis queridos verduleros, las cosas / no son tan sencillas. De balde es solo la muerte. / Todo lo demás cuesta. Y la protección también cuesta. / ¡Y la tranquilidad, la seguridad y la paz!» (Brecht La resistible ascensión de Arturo Ui). Así enfrenta el gángster las reticencias de Trust de la Coliflor cuando se ofrece a solucionar sus asuntos. Del tenor de algunos de ellos nos informa el mayorista Clark: «Nuestros embaladores, cargadores y conductores, / incitados por elementos subversivos, cada día / piden más. Poner orden en todo ello / es lo que quieren el señor Ui y sus amigos».

En septiembre de 1932, von Papen promulga una serie de ordenanzas antidemocráticas con vistas a las legislativas de noviembre. En ellas los nazis consiguen 11.700.000 votos, el SPD 7.200.000 y el KPD 5.900.000. O sea, la izquierda en su conjunto obtuvo 1.400.000 votos más que la extrema derecha. En diciembre, el gobierno von Schleiter funcionó como un mero puente por el que triunfalmente pasearía Hitler para ser nombrado canciller el 30 de enero de 1933.

Es un hombre que ve la vida en blanco y negro. El espléndido tricromatismo propio de los primates le es ajeno. No conoce más que nosotros y ellos. Funciona a base de tópicos y estereotipos. Se adhiere a la normalidad y aborrece a quienes se apartan de ella. Solo tiene ojos para los valores tradicionales y se esfuerza al máximo en adaptarse a las convenciones, prohibiéndose toda decisión autónoma. Otorga una importancia singular al éxito, al triunfo social, y siempre está dispuesto a doblar el espinazo ante los ganadores. Obsequioso hasta la degradación y la humillación con los poderosos, no vacila en patear sin piedad a los que considera inferiores. Devoto de la autoridad, exige que actúe de forma contundente, en especial contra los débiles. Desprecia a la humanidad en general y a mujeres libres, gays, inmigrantes, pobres o rebeldes en particular. Se queja del materialismo de la vida contemporánea, pero está obsesionado con el dinero, las propiedades y el estatus.

Este personaje, a quien todos conocemos encarnado en familiares, vecinos o colegas, es uno de tantos exponentes de la personalidad autoritaria, estudiada con el máximo rigor, entre otros, por Horkheimer y Adorno (La familia y el autoritarismo). Salta a la vista que una masa crítica de sujetos como este constituyen el combustible idóneo para el nacional populismo incendiario. «La cólera de los imbéciles llena el mundo. Vuestro profundo error es creer que la estupidez es inofensiva […] pero una vez en movimiento, puede con todo. Ninguno de vosotros ignora de lo que es capaz el odio paciente […] y sembráis el grano en los cuatro puntos cardinales» (Bernanos Los grandes cementerios bajo la luna).

El 1 de febrero de 1933 se disolvía el Parlamento al objeto de que los nazis obtuvieran la mayoría absoluta en las elecciones inmediatas. Se disparó la violencia contra la izquierda y los refractarios en general, mientras se atraía con seductores promesas a los sectores conservadores y centristas. El 27 de febrero el Reichstag ardió, imputándose el hecho a los comunistas. Al día siguiente Hitler presentó a Hindenburg la ordenanza «para la protección del pueblo y el Estado», que suspendía las libertades garantizadas por la Constitución de 1919. La prensa, que no había sido ajena al blanqueamiento del nazismo, se vio sometida a un severo control, mientras se desencadenaba el terror a cargo, fundamentalmente, de las SA.

«Dogsborough.– Después de haber vivido ochenta inviernos con honor, / consentí en todo aquello que esa banda / sanguinaria maquinó y perpetró. / ¡Mundo atroz! / Oigo decir a quienes me conocían / que yo no sabía nada y que, de haberlo sabido, / no lo hubiera tolerado. Pero lo sé todo» (Brecht op. cit.).

La energía oscura está detrás de la expansión del universo, es la auténtica mano invisible que aleja las galaxias unas de otras. La fuerza gravitatoria, por su lado, trata de preservar la integridad de las estructuras cósmicas, evitando que se deshilachen en el espacio-tiempo. El triunfo definitivo de la primera condenaría al Cosmos a la muerte térmica. Tras décadas en la cresta de la ola, el neoliberalismo económico está naufragando en la teoría y en la práctica. Sin embargo, algunos de sus dogmas más letales han encontrado un nido en las mentes de los hombres. Así el thatcheriano lema de que la sociedad no existe, solo los individuos. Separarlos unos de otros, escindidos en grupos menores, y en último término aislarlos, es la gran baza en manos del turbocapitalismo. Privados de la solidaridad y el diálogo, presas de sus temores íntimos, alienados de la realidad social, quedan a merced de los manipuladores de servicio. Sin autonomía ni identidad, el sujeto delega la tarea de pensar.

Este objetivo se alcanza más fácilmente a través del halago que de la opresión. Se obtienen grandes beneficios con costes mínimos. El sueño del tiburón. La servidumbre es llevadera si se consigue ignorar que se vive en tan deplorable estado. «No intentes comprender, sigue la corriente» es el axioma de moda. El ciudadano, obnubilado por los brillos y oropeles del consumo y la tecnología al alcance de todos los bolsillos que puedan pagárselos, se autoconvence de ser uno de los elegidos. Cuestiones como la injusticia social o la catástrofe ecológica se le hacen ajenas.

Esto no es de hoy.

«Con el progreso de la producción capitalista se forma una clase cada vez más numerosa de trabajadores que, gracias a la educación y a las costumbres transmitidas, se allana a las exigencias del régimen económico actual de un modo tan instintivo como se conforma con las variaciones atmosféricas. En cuanto este modo de producción adquiere cierto desarrollo, su mecanismo destruye la resistencia» (Marx El Capital). En esa tesitura, el ciudadano consumidor no tendrá inconveniente en mirar para otro lado mientras el prójimo pierde sus derechos. Y finalmente no vacilará en entregar los suyos a la autoridad (in)competente. Este entramado social se despacha con frecuencia mediante un diagnóstico equivocado y una cómoda etiqueta: cultura del narcisismo. Pero estamos ante «una pérdida de la propia identidad y no ante una autoafirmación […] un ego amenazado de desintegración por un sentimiento de vacío interior. […] acaso fuera mejor denominarlo cultura del supervivencialismo» (Lasch Consumo, narcisismo y cultura de masas).

En este proceso de disolución de la conciencia marcado por la desconfianza en el futuro, toda empatía se marchita. El pasado y el porvenir se convierten en países extranjeros. Solo el hoy y el yo importan.

El 5 de marzo se vota, pero el partido nazi solo consigue el 43'9 % y 288 escaños, lejos de los 324 necesarios para la mayoría absoluta. Gracias al respaldo del partido nacionalista DNVP, llegan a 340 diputados. El 23 de marzo se aprueba la ordenanza que establece un régimen de excepción. A favor se pronuncian los 441 que constituyen ahora la coalición de apoyo a Hitler. En contra solo votan los 94 socialistas que pudieron participar. La ley, irónicamente llamada de supresión de la miseria del pueblo y del Reich, otorgaba al canciller plenos poderes durante cuatro años. Así, en un ambiente de aparente legalidad, se certificaba la defunción de la República de Weimar y se daba paso a la dictadura personal del Führer y al totalitarismo nazi. El gran Capital, las fuerzas armadas, los sectores conservadores, las iglesias, buena parte de las capas medias y una porción no desdeñable de la clase obrera apoyaron o se plegaron sin dificultad a su advenimiento.

Atenazados por el caos y el temor, muchos están dispuestos a ofrendar su desorden interior en el altar del orden exterior, entendido como normalización y por ende como supresión de toda diferencia. Pero al abrir los ojos, el monstruo imaginario sigue estando ahí y la rabia es cada vez mayor. Es el caldo de cultivo ideal para los políticos del odio. Aparecen personajes primitivos y brutales como Attila, el capataz de nombre parlante de Novecento. Cuando las circunstancias son propicias, el cerebro reptiliano sale a la luz. Por cierto, su tardío despido por el terrateniente Alfredo es reflejo del modo y tiempo en que el poder económico, la fracción profesional del ejército y la monarquía se desprendieron del Duce al ver asomar las orejas del lobo en forma de desembarco aliado en Sicilia. Iguales o más peligrosos son los retorcidos cautivos de sus pulsiones, como el Marcello del El conformista, también de Bertolucci e inspirada en la novela de Moravia. Se entrega a la obsesión de la seguridad y la autoridad con la esperanza de olvidar su laberinto íntimo y social. A través de su inserción en el Nuevo Orden, buscará la normalización. Y en la Italia de la época, la norma era ser fascista. En virtud de esa fe, a pesar de sus orígenes granburgueses y su esmerada educación, no se contenta con una adhesión teórica al movimiento, sino que se incorpora a su aparato represivo, a la policía política. Su descenso al abismo de la abyección lo conducirá a la participación en el asesinato de un disidente. «La banalidad del mal es temible y desafía el pensamiento y la palabra» (Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén).

Constatamos con amargura la subordinación de muchos a los designios de la mano invisible. Cargar con según qué compañías inhabilita a fuerzas nominalmente democráticas. Pues aquellas impondrán sus prejuicios, socialmente minoritarios además, al conjunto de la ciudadanía, a cambio de dejar gobernar a los moderados. Las democracias iliberales ponen entre paréntesis, cuando no entre rejas, los derechos humanos y civiles de quienes no comparten las doctrinas del gobierno. Cosifican las conciencias, las convierten en materia moldeable, las retuercen y malean. Usan la neurocoacción para que el ciudadano medio no repare en lo que le está siendo arrebatado. Incluso se hacen jalear por el coro de infelices despojados. Más aún, canalizan su odio y su rabia hacia quienes defienden su dignidad o aspiran a recuperar derechos confiscados. Son totalitarismos con elecciones.

No la excepción
sino el estado de excepción
confirma
la regla.

¿Qué regla?
Para impedir la respuesta
a esta pregunta
se proclama
el estado de excepción
(Fried 100 poemas apátridas).

Las personas devienen piezas del Gran Engranaje. No son ellas las que actúan, menos aún las que piensan. Otros lo hacen por ellas y las mueven a su capricho. Sin embargo se sienten protagonistas, cuando son meros secundarios de los que puede prescindirse sin que el blockbuster se resienta. No es que el Tinglado los aplaste; se prestan entusiasmados a servirle de alfombra. Todo lo que parecía fijo y permanente en el ámbito de la ética se desmorona ante nuestros ojos. Las más nítidas diferencias, verdad y mentira, libertad y esclavitud, bien y mal, se están volviendo borrosas. Las más recientes conquistas del espíritu ilustrado están amenazadas. Colectivos históricamente marginados que habían alcanzado derecho a existir bajo sus propias normas lo ven peligrar. Se pretende devolver a unos al armario y a otras a la cocina.

Colectivos históricamente marginados que habían alcanzado derecho a existir bajo sus propias normas lo ven peligrar. Se pretende devolver a unos al armario y a otras a la cocina

Otto Dix pintó en 1933 Los siete pecados capitales. Esta danza de la muerte llevada por alegorías de la depravación moral se precipita en tromba hacia el espectador. Es poco dudoso que estamos ante una imagen de la Alemania de la época. El pintor permaneció en su país durante toda la pesadilla nazi, como exilado interior. Cuando la peste parecía haber desaparecido, pudo culminar el cuadro. Bajo la nariz del grotesco personaje que representa la envidia, sentado sobre la espalda de la avaricia, añadió unas finas pinceladas. El característico bigote permitía identificarlo sin género de dudas. El odio apoyado en la codicia es una estupenda metáfora visual de ciertas alianzas. Entretanto habían pasado más de doce años. Multitud de soldados y civiles habían caído víctimas de la locura bélica. Muchos otros sucumbieron a las privaciones. Y millones perecieron por alguno de los múltiples aspectos de su identidad. Así sucedió con judíos, gitanos, discapacitados, homosexuales, pueblos inferiores, simpatizantes de algún matiz del rojo, simples demócratas íntegros o cristianos consecuentes.

Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostaros, al levantaros,
repetídselas a vuestros hijos
(Primo Levi Si esto es un hombre).

Luego muchos mintieron, incluso a sí mismos, afirmando que no sabían. Pero al igual que Dogsborough-Hindenburg, sí que sabían. Y facilitaron el triunfo de un mal que profanaba la noción misma de humanidad.

El conservadurismo asilvestrado hace hoy inviable el debate, parlamentario o electoral. Imbuido de trumpismo, su discurso es una sarta de acusaciones sin fundamento y mentiras premeditadas y alevosas cuyo objetivo es impedir toda confrontación de ideas, opiniones y propuestas. El derecho a la réplica y la discrepancia ni está, ni se le espera. Vivimos en el Reino del embuste. Es un componente más de la estrategia del odio. Que la mentira se imponga, que desarme a la Verdad y la expulse de la palestra es un efecto colateral del aplastamiento de la Razón por la Fuerza. El largo brazo del Poder crea la realidad a su imagen y semejanza. «La época actual es de aquellas en las que todo lo que normalmente parece constituir una razón para vivir se desvanece, en las que se debe cuestionar todo de nuevo, so pena de hundirse en el desencanto o la inconsciencia» (Simone Weill Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social).

«Todo es para lo mejor en el mejor de los mundos posibles», sostenía el personaje de Pangloss con el cual Voltaire se burlaba de Leibnitz en su Candide. Una de las versiones posmodernas de tal sentencia asegura que los tiempos han cambiado mucho y que estos, una vez metidos en las instituciones, van a tener que adaptarse a las reglas del juego. Pero que Meloni reniegue ahora de sus loas a Mussolini, la viceprimera ministra finlandesa quiera hacer olvidar algunos llamamientos a escupir a los mendigos y golpear a niños negros o Le Pen pretenda distanciarse a la vez de Vichy y de su padre, son ejercicios retóricos. Por sus frutos los conoceréis (Evangelio según San Mateo).

Algunas formaciones moderadas atribuyen a presiones de sus socios la adopción de medidas que limitan derechos y libertades, pero es lícito sospechar que en el fondo comulgan con ellos

Algunas formaciones moderadas atribuyen a presiones de sus socios la adopción de medidas que limitan derechos y libertades, pero es lícito sospechar que en el fondo comulgan con ellos. El control ideológico convierte el sobrevalorado sentido común en enemigo acérrimo del sentido moral. Se proscriben la duda y el escepticismo. Se funciona a base de patrones precocinados. La reflexión y la crítica, el cuestionamiento de las apariencias, son las solas vías para tomar conciencia de la realidad y juzgarla.

Creonte.– Tú eres la única entre los cadmeos que lo ves así.
Antígona.– También estos lo ven, pero cierran la boca
(Sófocles Antígona).

Son tiempos oscuros para los amantes de la Razón. Pero rendirse al desencanto y la decepción no puede ser una opción. Hay que confiar en la inteligencia y la voluntad de la esperanza para que las pinceladas no se demoren.

Jugos del cielo mojan la madrugada de la ciudad violenta.
Ella respira por nosotros.
Somos los que encendimos el amor para que dure,
para que sobreviva a toda soledad.
Hemos quemado el miedo, hemos mirado frente a frente al dolor
antes de merecer esta esperanza.
Hemos abierto las ventanas para darle mil rostros
(Juan Gelman Madrugada).

Antonio Monterrubio

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