sábado. 20.04.2024
hosteleria

Es habitual escuchar en medios televisivos a quienes son dueños de restaurantes, bares y cafeterías, además de representantes patronales de dicho sector, que la hostelería ha sido la pagana en esta pandemia. Hasta lo ha dicho el alcalde de Pamplona que, como es sabido, es un conspicuo sociólogo y gourmet.

Lo diré sin ironía alguna. Se trata de una declaración torticera y engañosa, pues no ha habido sector de la producción -excepto el de las mascarillas y el de las farmacéuticas multinacionales-, que no haya sufrido el impacto de una debacle económica fulminante. Pero, al parecer, en este país solo funciona y genera puestos de trabajo la hostelería, dando a entender, además, que dicho sector es homogéneo y uniforme laboralmente hablando.

Escuchando ciertas declaraciones se tiene la agria sensación de que lamentan más sus pérdidas económicas que la muerte de 60.000 personas.

Algunas intervenciones de quienes regentan negocios en hostelería consideran que el Gobierno, dadas sus decisiones drásticas sobre cierres y toques de queda, la ha tramado contra ella, al considerarla como responsable estrella a la hora de cocer y expandir los contagios del covid entre la población.

¿Y no es así? Nadie debe engañarse al respecto. Los contagios provienen del encuentro entre personas. Por tanto, nadie negará que en el espacio de la hostelería si algo se dan son relaciones físicas cuyo componente fundamental es el intercambio de aerosoles en encuentros más o menos próximos y distanciados, con mascarilla y, en muchas ocasiones, sin ellas. Para comprobarlo basta observar a las personas que comen y beben alegremente en las terrazas de muchos establecimientos. Epidemiólogos ingleses y alemanes así lo confirman, y, también, españoles, pero ya se sabe que lo dicen porque la mayoría de esos científicos son abstemios y apenas pisan un restaurante, que es la cantata que oí a un gracioso decir por la radio.

Entiendo que la clase hostelera defienda su negocio y niegue que sus espacios interiores-exteriores sean los que más han contribuido a aumentar los contagios que se han dado en este país. No es fácil determinar de forma científica dicha relación de causa-efecto, pero hay un hecho concluyente y es que, cuando se ha cerrado la hostelería a cal y canto, no solo aquí, también, en ciudades europeas, el descenso simultáneo de contagios ha sido revelador, por mucho y bien que se intente desmentir dicha relación.

Entiendo, también, que si la profilaxis exigida a la hostelería no es consecuencia de un análisis riguroso y científico para establecer las pautas de los contagios, entonces, acepto que las autoridades están dando palos de ciego cargando las tintas contra dicho sector productivo. Pero si se parte de la premisa de que los lugares cerrados son los más propicios en el cultivo y expansión del virus, entonces, cabe sospechar que la hostelería y otros ámbitos de parecida arquitectura son las fuentes más nocivas para el contagio: bares, cafeterías, restaurantes, bibliotecas, salas de fiesta, mercados, autobuses, el metro -las escenas del metro de Madrid y Barcelona producen escalofríos-, gimnasios, botellones, etcétera…

Las televisiones se han cebado contra el Gobierno haciéndose eco de la mayoría de las intervenciones de los hosteleros, denunciando el abandono económico en que Illa y su escudero Simón han sumido al sector, dando a entender que son los únicos que en esta pandemia tienen problemas económicos. Y no lo puedo negar. Resulta muy estimulante ver la solidaridad cabrona de las televisiones con este sector de hosteleros reivindicativos.

Me parece lógico que la hostelería reivindique lo que considera justo para de este modo mantener el sueldo a sus trabajadores, pero hacerlo del modo en que lo está haciendo, al menos como lo está haciendo una parte de su sector, dando la imagen de que son ellos en este país los únicos que están sufriendo las consecuencias de la pandemia -“¿Gobierno, ¿qué hay de lo mío?”-, no resulta muy edificante. La desbandada gremial ha sido su única respuesta y siempre encauzada contra el gobierno lamentando que las ayudas recibidas de Sánchez -siempre Sánchez como en tiempos lo fue Zapatero-, han sido basura.

¿Lo son? Quizás, pero, desde luego, poner a horcajadas de burro a un gobierno que te está “subvencionando”, resulta un gesto muy feo y de muy mala educación.

Sinceramente, no sé si dichas subvenciones son dignas de recibir el calificativo de basura, pue no son suficientes para pagar la mensualidad de sus camareros. Puede. Nunca llueve a gusto de todos, excepto a los que venden paraguas.

Pero, como quiera que las comparaciones son odiosas, sobre todo para el que sale mal en ellas, estaría bien que el lector las haga entre distintos sectores que han recibido tales ayudas y la hostelería. Para ello, basta con que el lector escriba en el buscador de su ordenador Ayudas públicas a la hostelería. Ahí verá una información al respecto y que, con seguridad, no aclarará definitivamente la cuestión, pero dejará sentados a cada uno en el sitio que le corresponde.  

Por mi parte, una vez leída esta información, me preguntaba si las librerías y las editoriales de este país, más allá de unos créditos blandos, y que habrá que devolver, han recibido unas subvenciones equiparables a las concedidas a hostelería, y en función de lo que representa la venta de libros en el sistema económico de este país.

Algunos objetarán, pero, ¿cómo se pueden comparar las pérdidas en hostelería a las habidas por los libreros y editoriales? Es verdad. Lo había olvidado. España es el país con más bares y restaurantes por persona de todo el mundo: uno por cada 175 habitantes. En total 277.539 establecimientos gastronómicos, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en junio de 2020.

Un dato estadístico contundente que, en efecto, evidenciaría por sí solo la importante baza de la hostelería, no solo en el ámbito del desarrollo económico de este país, sino como transmisora posible del contagio de la pandemia. Mucho más que lo que pueda ser un gimnasio o una biblioteca.

Y no parece que esta tendencia española económica cambie de modelo. Y es que “España sin bares dejaría de ser España”, como decía un hostelero. Así que España seguirá siendo el país que más bares tenga de Europa -un motivo de orgullo más para el espíritu carpetovetónico-, y el que menos siga invirtiendo  en I+D, por detrás de Grecia, Portugal o Hungría.

Nada que objetar, porque si ganar estrellas Michelín y fardar de maestros gastrosóficos como el deconstruccionista Adriá y pagar menús de 200€, es mucho más importante para el país que disponer de puestos de trabajo, por ejemplo, para más de 7000 sanitarios españoles que, ahora, trabajan en Alemania, entonces, bajaremos la testuz y aceptaremos al modo fatalista que, en efecto, España y su hostelería es diferente.

Por lo que considerarla como chivo expiatorio en la expansión de los contagios que sufre este país es una infamia, sin ningún fundamento objetivo. Y, si así lo cree el lector, pues, eso, fin del artículo.

La hostelería, ¿chivo expiatorio?