sábado. 04.05.2024
IMPACTO SOCIAL DE LA CIENCIA

Otra forma de combatir el negacionismo

Lo que ha ocurrido con profesionales de la AEMET, sufriendo el acoso a niveles que superan lo aceptable, no es sino el epítome de una tendencia que en breve puede saltar a otros campos de la ciencia.

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Imagen del tuit publicado en abril por la AEMET con algunos de los insultos y amenazas recibidos en redes sociales.

La pujanza del negacionismo y la libre circulación de bulos o falsedades, empuja a acudir a la ciencia como árbitro garante de lo que es cierto y veraz. Se tiende a descansar en la ciencia una responsabilidad que en realidad es colectiva y va más allá del perímetro en el que se mueve, porque hay una característica que no favorece en nada al despliegue de la ciencia como inhibidor de la desinformación: su proverbial apocamiento, su rehuir la confrontación directa o indirecta, su perenne dubitar y su falta de gallardía a la hora de confrontar sus posiciones frente a otras apuestas que acaban imponiendo su vacío cacareo sobre el estudiado y contrastado discurso de aquello que la ciencia reconoce como verdad inequívoca. Y esto no es baladí pues tiene consecuencias.

Lo que está ocurriendo a los profesionales de la AEMET, técnicos y científicos de la agencia española de meteorología que sufren acoso a niveles que superan lo aceptable, no es sino el epítome de una tendencia que en breve puede saltar de la predicción meteorológica a otros campos de la ciencia, sea la sanidad sea la ingeniería. La persecución por razones atávicas a los meteorólogos puede extenderse a otros campos si los resultados de una prueba médica no concuerdan con el deseo del acérrimo, o el puente que cruza tu pueblo no soporta el paso de camiones de ocho ejes. Si no llueve es por culpa de alguien que se empeña en decirnos cada día que el cambio climático está aquí, que la falta de agua es en parte resultado de ello y que mejor pensar en cómo compensar la falta con una mejor gestión de lo que queda. Él es el culpable, del mismo modo que el oncólogo lo es por detectar un tumor maligno o el estructurista que advierte del deterioro del hormigón utilizado para tal o cual construcción.

¡Es tan fácil y cómodo culpar a alguien por lo que percibimos como un mal!

¡Es tan fácil y cómodo culpar a alguien por lo que percibimos como un mal!  Es comprensible este desmán, pero no es admisible porque ya sabemos que encontrar un culpable, un muñeco de vudú al que clavar las aceradas agujas no resuelve la cuestión; te desfogas entre pinchazo y pinchazo, pero de llover o de frenar la metástasis, nada de nada. Resulta totalmente absurdo, pero la ciencia, aun siendo capaz de frenar la gravedad de algunas enfermedades o de aminorar el daño de los fenómenos climáticos, se comporta como los músicos de los tugurios del Misisipi, animan las noches de los viajantes y tahúres, pero deben solicitar encarecidamente que no disparen contra el pianista. Y ello es un absurdo que no puede seguir así, dan ganas de pensar que para recibir ese trato, mejor arrojar la toalla y dedicarse a otra cosa,  que vengan los brujos y chamanes y os curen los pesares de cuerpo y de almas con sus ungüentos y sus danzas.   

Creo que si no lo hacen es por una cuestión de responsabilidad social, de moralidad informada que se da entre ellos, que comparten una especie de ética laica que les susurra que el bien, la verdad y la belleza son asequibles para todos y su búsqueda valida una vida de escasez y a veces de incomprensión. Desde cierto punto de vista esto revela una poquedad que está en sintonía con lo que apuntamos más arriba sobre la falta de beligerancia de la ciencia. Una poquedad que contrasta con la terquedad con la que los científicos defienden sus hallazgos. De modo que lo que tenemos es un campo de interpretación de los hechos de la vida y de la naturaleza que a veces son puestos en duda por quienes no ven beneficio personal en adoptar el punto de vista científico, pero por otro lado tenemos científicos que no parece vayan a doblegarse por más que reciban sanciones en forma de negación, olvido o quema.

Lo que con el paso del tiempo se ha hecho para dignificar y defender la función científica ha sido el crear universidades, premios y reconocimientos de todo tipo, pero la legitimidad y la fuerza para combatir la mentira no parecen suficiente. Convendría pues generar instrumentos de reconocimiento de la labor científica pero más allá de las fronteras que las universidades y laboratorios han creado para contentar y de paso contener a la ciencia.  

Los movimientos anticiencia nacen en contextos sociales muy básicos en los que las sutilezas no tienen espacio y la reflexión incomoda

Los movimientos anticiencia nacen en contextos sociales muy básicos, en los que las sutilezas no tienen espacio, la reflexión incomoda y apenas hay tiempo para nada entre una y otra angustia de cada día. Así es que la ciencia debería encontrar la manera de entrar en este territorio hostil y de hacerlo con las armas que requiere tan sutil estrategia: concisión, simpleza, univocidad, trasparencia. No veo mejor manera que armar a la ciencia de un indicador del valor de su aportación social. Creo que la ciencia a través de la academia y los centros reconocidos por su práctica o apoyo al desarrollo científico deberían abordar la cuestión complejísima de crear un indicador simplísimo del avance de la ciencia que sirviera como medidor de su impacto social.

Todo el mundo sabe que cuando el PIB o el nivel de paro alcanzan un determinado grado, hay que actuar. Esto mismo podría hacerse a partir de la generación de un indicador de ciencia y sociedad. Tan pronto el indicador decaiga o decaiga su tendencia, habría que actuar y de oficio.

Otra forma de combatir el negacionismo