viernes. 19.04.2024
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En los últimos años, el principal proceso de movilización social progresista ha sido el feminista, dentro de un marco más amplio de cambio social y político-electoral. Se produce en un contexto de agravamiento de la situación de desigualdad y dominación de las mujeres y, específicamente, ante un crecimiento de la conciencia de su injusticia y un deterioro de las mentalidades machistas y conservadoras. Por otro lado, persiste el bloqueo institucional a las mejoras en ese campo, sobre todo por los Gobiernos anteriores del Partido Popular que han perdido legitimidad social. Tras quince años de limitada y contraproducente gestión institucional, centrada en la inacción trasformadora, preventiva y de recursos prácticos, el desvío punitivista y la reacción puritana, se ha percibido la impotencia institucional y de esas políticas para hacer frente a la nueva dimensión de las desventajas de las mujeres, en términos de desigualdad y prepotencia machista, sin suficiente protección pública.

La nueva ola feminista

Por tanto, se genera una triple dinámica. Primero, el agotamiento del feminismo institucional, socioliberal o elitista, sobre todo el vinculado al aparato socialista (aunque no solo ni todo él), derivado de los límites de la gestión institucional y normativa, sobre todo con su punitivismo, inacción y puritanismo, aunque con argumentaciones esencialistas o deterministas y excluyentes. Segundo, la emergencia de un nuevo feminismo transformador, con distintas influencias sociopolíticas y culturales, pero con un carácter popular, interseccional y crítico y una orientación igualitaria y emancipadora. Tercero, la involución de un reaccionarismo conservador, en los ámbitos mediático y político, representado por las derechas extremas y la Iglesia Católica.


El impulso feminista


En definitiva, frente a interpretaciones deterministas o idealistas y desde un enfoque social, realista y crítico, hay que destacar la combinación de tres dinámicas: a) una realidad de mayores desventajas socioeconómicas, vitales, relacionales y de estatus para capas populares, especialmente, las mujeres; b) una incapacidad institucional y normativa, desde el impulso inicial del primer Gobierno socialista de Zapatero hace ya tres lustros, cada vez más evidente de no ser suficiente para impedir ese retroceso y garantizar un avance igualitario-emancipador, y c) una mayor conciencia de su injusticia desde los valores de igualdad con varios niveles de identificación y articulación feministas. Todo ello ha reforzado la necesidad de la presión movilizadora feminista para promover un cambio sustantivo y real, y ha producido un desborde del casi monopolio representativo, regulador y gestor de la acción institucional feminista junto con la emergencia de nuevas élites feministas.

La gran dimensión de la movilización igualitaria-emancipadora feminista ha demostrado una relevante capacidad relacional, solidaria y de cambio sociopolítico y cultural, particularmente en España. Es el marco en el que se produce la pugna entre tres dinámicas de fondo con objetivos contrapuestos: a) el intento de su neutralización, en el caso de las derechas y fuerzas conservadoras -como la Iglesia-, así como la hostilidad abierta de la ultraderecha; b) su reorientación sociopolítica moderadora y/o distorsionadora del sentido de esta nueva ola feminista por parte del anterior grupo hegemónico con un declinante liderazgo (vinculado al aparato socialista, aunque no solo), así como su cierre defensivo y sectario para mantener sus privilegios representativos y de influencia política, mediática y de estatus; c) la reafirmación de un feminismo igualitario con la rearticulación de posiciones representativas y de influencia  cultural y sociopolítica dentro de una gran fragmentación organizativa, en el contexto de diferentes dinámicas sociopolíticas y económicas y distintas corrientes culturales o ideológicas.

La formación de la representación de la dinámica transformadora feminista conlleva procesos colectivos de articulación y liderazgo, según el sentido de su orientación, los intereses grupales y las características culturales o ideológicas

Por último, al hablar de feminismos hay que diferenciar tres niveles, procesos identificadores y dimensiones: primero, el activismo feminista más permanente (incluido el para-institucional e institucional), de varios centenares de miles de personas; segundo, la identificación colectiva feminista, con su participación en las grandes movilizaciones (y en la vida cotidiana) y su sentido de pertenencia a un actor colectivo sociopolítico y cultural, con unos tres millones y medio; tercero, el apoyo a medidas contra la discriminación y por igualdad para las mujeres, de cerca del 50% de la población, con cierta conciencia feminista, mayor entre la gente joven y superior a la mitad entre las mujeres y a un tercio entre los varones.


Identificaciones feministas


Carácter y ejes de los feminismos

El feminismo es un actor sociopolítico y cultural, con distintos niveles y procesos de identificación. En una acepción débil se puede considerar como SUJETO social.

Los tres ejes fundamentales expresados en la actual ola feminista son: por la igualdad social, económico-laboral y relacional o de estatus de las mujeres; contra la presión y las agresiones machistas, y por la emancipación y la capacidad de decisión sobre sus trayectorias y preferencias personales. En ese sentido comparto la definición de Judith Butler: “el feminismo es una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, pero también es una investigación sobre el género en sí mismo, más allá de las categorías de hombre o mujer”.

El choque de expectativas, principalmente entre las jóvenes, desde una cultura democrática e igualitaria y con dinámicas reales desventajosas es evidente. Es la base del malestar, la indignación y la activación feminista.

Esta multidimensionalidad identitaria se forma en cada sujeto real con un nuevo, específico y cambiante equilibrio entre las distintas identidades parciales con variadas combinaciones según los contextos relacionales y junto con otras identidades o valores cívicos transversales.


El feminismo avanza


El feminismo pretende cambiar una situación discriminatoria de las mujeres por unas relaciones sociales igualitarias. Persigue modificar sus condiciones de subordinación por una dinámica emancipadora. Es un movimiento social con un gran componente cultural. Su objetivo es una transformación relacional, vinculada con un cambio de mentalidades.

 La acción feminista debiera ser más realista, crítica, social y transformadora que la restrictiva pugna cultural. Su tarea es mucho más amplia, práctica y teóricamente: cambiar las relaciones de desigualdad y subordinación, conformar una identidad y un sujeto transformador con una estrategia igualitaria-emancipadora y una teoría crítica.

 La acción feminista no es solo ni principalmente una lucha de ideas (o de emociones). Los cambios de mentalidades y conciencia ideológico-política, con un talante progresista, son fundamentales. La tarea de la modificación de la subjetividad es muy importante. Pero, sobre todo, la tarea transformadora sustantiva es relacional, superar la desigualdad real y las situaciones de dominación. Y esa experiencia vivida, interpretada y soñada es clave para avanzar en los procesos liberadores y conformar las identificaciones feministas.

 Considerar al movimiento feminista como exclusivamente cultural relega la prioridad por el cambio de las relaciones reales desventajosas u opresivas y dificulta una acción crítica, popular, realista y transformadora. Es, sobre todo, un movimiento social, aunque con un gran componente cultural. El cambio feminista, además de las subjetividades, debe transformar las relaciones sociales de desigualdad y dominación; debe ser relacional.

Las distintas corrientes feministas y sus fundamentos ideológicos

En primer lugar, hay que clarificar el criterio sociopolítico para clasificar las diferentes tendencias feministas. La clave del feminismo es conseguir la igualdad de género o entre los géneros, superar las desventajas relativas y la discriminación de las mujeres. El objetivo es que la diferenciación de géneros y su construcción sociohistórica no supongan desigualdad real y de derechos y, por tanto, no tengan un peso sustantivo en la distribución y el reconocimiento de estatus y poder.

La diferenciación principal en el seno del feminismo hay que plantearla en función de su actividad y capacidad transformadora de las relaciones de desigualdad y subordinación de las mujeres, es decir, por su papel de cambio sustantivo de su posición social desventajosa. Así, respecto del avance real en la igualdad y la emancipación, como he avanzado, existen dos grandes corrientes: el feminismo crítico, popular y transformador, y el feminismo socioliberal, retórico y formalista.


La reafirmación feminista de las jóvenes


No entro a valorar otras clasificaciones similares, por ejemplo el feminismo del 99% frente al del 1%, o el anticapitalista (e interseccional) frente al progresista neoliberal, que hacen referencia a esas dos corrientes principales, pero con algunos elementos unilaterales tal como he detallado en la valoración de Nancy Fraser en el libro Identidades feministas y teoría crítica. Más adelante, comento las definiciones, también unilaterales, desde el ámbito posmoderno de las dos tendencias dominantes, calificadas de ilustradas o esencialistas frente a feminismo diverso.

Para completar su análisis es preciso explicar las influencias ideológicas, especialmente de las personas más representativas o influyentes. Así, aparte del pensamiento socioliberal (y el conservador), en ambas corrientes, la socioliberal y la transformadora, de forma diferenciada según qué aspectos y dimensiones y, específicamente, en sus distintas élites, influyen dos tendencias culturales: el estructuralismo (o determinismo o esencialismo) y el posestructuralismo (o culturalismo). Se entrecruzan dos posiciones sociopolíticas con dos discursos dominantes, desbordando y complejizando la distinción de los feminismos de la tercera ola, por la igualdad o por la diferencia.

De entrada diré que el estructuralismo, determinista o esencialista, y el posestructuralismo, voluntarista o subjetivista, dominantes y en conflicto en los grupos progresistas en estas décadas, no son una buena forma de enfocar los procesos de emancipación e igualdad de las mujeres y, en general, de las capas subalternas. Esto tiene más importancia para el feminismo transformador, menos imbricado con las élites y grupos de poder y más dependiente de su fuerza social, incluida su capacidad subjetiva y discursiva, así como organizativa y de liderazgo. Me centraré, sobre todo, en él.

El error determinista o esencialista es el mecanicismo que supone creer que la realidad de opresión genera automáticamente la conciencia y la acción alternativa, de ahí la prevalencia de la identidad ‘mujer’ objetiva; y el error voluntarista o culturalista es el que comete quien piensa que con una buena doctrina, programa o discurso se construye el movimiento popular.

Por tanto, hay que diferenciar las dos características: el papel social y cultural, más o menos transformador de las relaciones sociales y las mentalidades, y el carácter de las ideas respecto de su sentido igualitario-emancipador. La combinación entre ambos campos produce una gran diversidad de posicionamientos en ambas corrientes sociales pero, sobre todo, en el feminismo que he definido como transformador, popular o crítico. En este confluye, particularmente entre sus representaciones, una amalgama de posiciones posmodernas y estructuralistas con otras ideas más realistas, relacionales o sociohistóricas, mientras en la mayoría de las bases feministas mantienen una óptica realista y unitaria, al mismo tiempo, que algo ecléctica y en tensión con la pugna ideológica y de liderazgo.

Algunas definiciones sobre la clasificación de los feminismos

En distintos análisis esquemáticos sobre las sensibilidades internas en el feminismo se establecen dos corrientes en torno a la identidad ‘mujer’: una, llamada ilustrada (esencialista, elitista, homogénea y excluyente), y otra, llamada diversa (postmoderna e inclusiva). Explico las insuficiencias de esa caracterización.

En primer lugar, ese significante de ‘diversa’, válido como fórmula descriptiva (de distintos tipos de mujeres y personas subordinadas), se acuña con un sentido más ideológico por la versión posestructuralista. Así, se infravaloran los rasgos comunes de la realidad de su posición de subordinación para sobrevalorar el poder constructivo del discurso o el lenguaje. Además, bajo ese prisma, se tiende a englobar o integrar el conjunto de esa corriente que he definido como transformadora, popular, realista y crítica, más variada y multidimensional, cuando la variante posmoderna es solo una sensibilidad dentro de ella. En ese sentido, se produce una ‘resignificación’ de todo un proceso identificador y transformador bajo un esquema interpretativo sesgado.

En segundo lugar, a mi modo de ver, más allá de las etiquetas con su función para nombrar y conformar un proceso, hay una simplificación analítica. La realidad es más compleja pero, sobre todo, el enfoque es insatisfactorio: el eje central para definir el sujeto sociopolítico debe ser la identidad ‘feminista’ no la identidad mujer y su diversidad como identidad de género; en ese sentido cobra una mayor importancia un enfoque relacional y sociohistórico de los procesos participativos de identificación con la causa de la igualdad y la liberación de las mujeres.

Desde las posiciones más rígidas del enfoque determinista (estructuralista, biológico, de sexo o género), a veces utilizado por representantes del feminismo socioliberal, es decisivo fijar esa condición ‘objetiva’, porque esa realidad interpretada normalmente de forma homogénea, estable y esencialista determinaría su papel sociopolítico y cultural, o sea el sujeto al que hay que representar. La pugna por la definición y demarcación del ser ‘mujer’ se convierte para ellas en decisiva para apropiarse de su representación y gestión… con todos los privilegios que supone.

Desde el punto de vista de las ideas postmodernas más extremas (posestructuralistas, culturalistas o subjetivistas) no tiene importancia esa condición objetiva porque lo que ‘determina’, en este caso de forma idealista, la construcción del sujeto y su capacidad expresiva es el discurso… de una élite aspirante a representar y orientar a ese nuevo sujeto en formación… con todo el estatus y el reconocimiento público que requiere. Pero para esa disputa interpretativa y representativa se escoge el punto de partida contrario: presupone la fragmentación de la realidad de las mujeres, o bien, su falta de consistencia y su fluidez identitaria.

Se produce una convergencia, coincidiendo ambos tipos de élites socioliberales y posmodernas más radicales, en la infravaloración de la realidad desventajosa de las mujeres y la acción cívica transformadora de las relaciones sociales desiguales y dominadoras. Y aparece en primer plano la pugna discursiva entre ambas por acceder a posiciones sociales ventajosas, objetivo siempre oscurecido en el plano público.

Por tanto, la amplia tendencia realista, social, transformadora y crítica, aun con posiciones comunes en distintos aspectos con las otras tendencias, socioliberales, deterministas y posestructuralistas o discursivas, las supera a pesar de que suelen esconder su desconexión con las dinámicas mayoritarias del feminismo transformador y de base a través de un lenguaje radical.

La unidad y la pugna interna en el feminismo

El problema de fondo que subyace es el descontento popular feminista por la falta de igualdad sustantiva en las relaciones sociales, laborales e institucionales, interpelada, interpretada, representada y orientada desde esa trayectoria igualitaria y transformadora, hoy oscurecida en el ámbito mediático.

Los tres ejes temáticos constituyen la experiencia sustantiva de las actuales movilizaciones feministas ante la persistencia y gravedad de sus desventajas. Es el fundamento que sostiene su carácter transformador y unitario. Pero hay algunas élites, con distintas justificaciones, que priorizan su interés corporativo por ocupar posiciones de privilegio o situar su marco interpretativo particular como el dominante.

La formación de la representación de la dinámica transformadora feminista conlleva procesos colectivos de articulación y liderazgo, según el sentido de su orientación, los intereses grupales y las características culturales o ideológicas. Su reto es la formación de representaciones democráticas, plurales y unitarias.

Un tipo de pugna sectaria y oportunista por sacar ventaja elitista (o de estatus y poder), refleja una debilidad en la construcción unitaria y plural del conglomerado asociativo feminista que lo debilita en su función transformadora igualitaria y emancipadora frente al auténtico adversario común: el machismo como orden social institucionalizado e imbricado con los grupos de poder.


Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité de Investigación de Sociología del género (FES) |Autor del libro Identidades feministas y teoría crítica

Nueva ola y corrientes feministas