martes. 30.04.2024
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Según Cornelius Castoriadis desde un punto de vista etimológico, demokratia significaba «dominación de las masas» pero puntualizaba que «el dominio real es el poder decidir por (uno) mismo sobre cuestiones esenciales y hacerlo con conocimiento de causa» y que ahí, en el conocimiento de causa, «se encuentra todo el problema de la democracia».  Evidentemente, el conocimiento de causa está íntimamente relacionado con la participación política, pero se trata de algo difícil de analizar porque, más allá del activismo y la militancia, más allá del grado de participación de cada individuo, nos enfrentamos al espinoso debate sobre la información y los medios de comunicación, que son el eje alrededor del que gira ese conocimiento de causa. De algún modo, los medios de comunicación coagulan la representación en forma de conocimiento. Allí donde la participación directa no es posible necesitamos estar informados y el necesario papel de canal de transmisión de la información lo juegan los llamados medios.

El acceso de los ciudadanos a una información plural, veraz y rigurosa es uno de los pilares de la democracia. Sin embargo, informarse hoy no es tarea fácil

Nuestra constitución reconoce el derecho en su artículo 20.1, d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. Por ello, el precepto constitucional exige la veracidad en el caso de la información, lo cual se ha interpretado como necesidad de veracidad subjetiva, es decir, que el informante haya actuado con diligencia, haya contrastado la información de forma adecuada a las características de la noticia y a los medios disponibles (según han señalado diferentes sentencias constitucionales) puesto que de exigirse una verdad objetiva eso haría imposible o dificultaría en extremo el ejercicio de la libertad de información.

El acceso de los ciudadanos a una información plural, veraz y rigurosa es uno de los pilares de la democracia. Sin embargo, informarse hoy no es tarea fácil. Podríamos caer en la falsa ilusión de que la sobreinformación que nos llega a diario nos convierte en personas mejor informadas que en tiempos pasados, pero con frecuencia esto no es así.  Pero no solo estamos sometidos a una sobreinformación, sino que mucha de la información a la que podemos acceder, sobre todo en las redes sociales, aunque también en no pocos medios de papel o audiovisuales, está plagada de bulos, mentiras, falsedades, fake news. En cuanto a la sobreinformación, no creo sea necesario insistir, estamos saturados de tanta información, que no la podemos asimilar. Estamos aturdidos por el mareante frenesí informativo. Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano sostiene que la democracia está degenerando en ‘infocracia’.

En cuanto a la imposición de la mentira, de las falsedades, de las fake news, ha llevado a que se hable de seudoinformación, que para Víctor Sampedro en su libro Teorías de la comunicación y el poder. Opinión pública y pseudocracia, es infopropaganda o infopublicidad: una noticia, una entrevista, una crónica, un reportaje con contenido falso o sesgado e intención persuasiva. Atrapa la atención y adopta el formato informativo para aumentar su eficacia, al presuponérsele rigor y veracidad. Al generalizarse, corrompe los estándares noticiosos. Mina la credibilidad del periodismo y desacredita el conocimiento experto o científico. Refuerza prejuicios y estereotipos. En última instancia, impide a la ciudadanía acceder a la realidad y cortocircuita el diálogo social. Se habla con razón en que ya no estamos en una democracia, sino en  una pseudocracia, entendida como el gobierno donde domina el poder de lo falso por la fuerza, donde abunda lo fingido y lo simulado.  La desinformación busca anular la capacidad de los ciudadanos para distinguir la verdad de la mentira y limitar su pensamiento crítico para manipular y condicionar sus decisiones. Como advirtió el periodista y escritor estadounidense Walter Lippmann, “no puede haber libertad en una comunidad que carece de la información necesaria para detectar la mentira”.

Tenemos numerosos ejemplos de esta seudoinformación y con unas secuelas muy peligrosas para la democracia. El 23 de junio de 2016, los británicos aprobaron en un referéndum la salida del país de la Unión Europea, apoyada por el 51,9% de los votantes. La salida definitiva se produjo el 1 de febrero de 2020. La estrategia de desinformación de los partidarios del Brexit se basó en la promesa, que el luego primer ministro Boris Johnson paseó por todo el país durante la campaña, de que los 350 millones de libras a la semana que el Reino Unido mandaba supuestamente a la Unión Europea se destinarían, una vez concretada la salida, al Sistema Nacional de Salud Pública. Pocas horas después del triunfo del “sí”, el político Nigel Farage, una de las principales figuras de la campaña para que el Reino Unido dejara la UE, reconoció que había sido un “error” utilizar dicho argumento; entre otras cosas, porque no era real y porque los famosos 350 millones nunca se invertirían en paliar la crisis de la Seguridad Social.

El 2 de octubre de 2016, en otro plebiscito, los votantes colombianos rechazaron por un estrecho margen (50,2% a favor del “no”), el acuerdo de paz alcanzado por el Gobierno del presidente Santos con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En noviembre, en el marco de una visita al Reino Unido, Santos dijo que ese resultado fue producto de “una estrategia de desinformación y mentiras”, como había reconocido el propio responsable de la campaña por el “no”, Juan Carlos Vélez, en una entrevista al diario económico La República pocas semanas después de la votación. Las declaraciones de Vélez parecen sacadas de un manual de desinformación, ya que sostuvo que el plan tenía como fines confundir al electorado, generar confusión, exacerbar el miedo y la indignación de los votantes. “Descubrimos el poder viral de las redes sociales”, dijo. Para ello, se difundió que la firma del acuerdo de paz sentaba las bases para un modelo de Estado comunista y que se iba a financiar la reintegración de los guerrilleros a cambio de restarles a los jubilados el 7% de la pensión, entre otras mentiras. Son dos ejemplos muy claros de que la votación estuvo condicionada por unos datos falsos, es decir, porque la ciudadanía británica y  colombiana no pudieron decidir por (uno) mismo sobre cuestiones tan esenciales y hacerlo con conocimiento de causa»

Es tanta la información y tan predominante falsa, sobre todo en el mundo digital que es imprescindible una alfabetización mediática. Para ello, me basaré en el espléndido artículo Alfabetización mediática: una asignatura pendiente, del profesor Nemesio Rodríguez, titulado por la Escuela Oficial de Periodismo, que ha desempeñado toda su labor periodística en la Agencia Efe. Ha sido corresponsal en Roma, Beirut y Washington, y delegado en Perú, Italia-Vaticano y Portugal.  Desde abril de 2018 y hasta mayo de 2022, fue el presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE).  Tal artículo aparece en la revista Cuadernos de Periodistas, nº 46, cuyo titulo es Inteligencia artificial en periodismo: oportunidades, riesgos e incógnitas…

El profesor Rodríguez además de describir numerosas mentiras del pasado y del presente, como las mencionadas del Brexit y del referéndum de Colombia, considera que para salvar nuestra democracia es imperiosa la necesidad en España de la alfabetización mediática en nuestra escuela. En cuanto a mentiras del pasado cita algunas, como las  costó el cargo (Richard Nixon, por mentir en relación con el escándalo del Watergate). Napoleón Bonaparte fue un maestro en el arte de la mentira. Para ello recurría a unos boletines que disfrazaban sus fracasos de éxitos. A su delegado en Italia le aconsejó: “Una cosa es decir y otra cumplir, emplea un vocabulario para engañar. Habla de paz y haz la guerra”. La guerra de Estados Unidos contra España por Cuba fue provocada por el magnate de la prensa William Randolph Hearst a través de su diario principal, el New York Journal, que tiraba un millón de ejemplares, mediante la publicación de mentiras, bulos, noticias sensacionalistas, tendenciosas y patrioteras. Cuando uno de sus dibujantes enviados a Cuba para verificar las supuestas atrocidades de los españoles le escribió que en la isla no ocurría nada de lo que se decía, Hearst no dudó en responderle: “Usted ocúpese de enviarme dibujos. Yo me ocuparé de que haya guerra”. Hearst cumplió su palabra y, por primera vez y única en la historia, un solo periódico logró provocar una guerra.

Las tecnológicas controlan los datos, moldean las opiniones y los comportamientos y priorizan qué tipo de noticias consumen los ciudadanos

La constatación de que la desinformación y la proliferación de noticias falsas están socavando los pilares de las democracias, en un contexto de pérdida por parte de la prensa del papel de intermediación entre los hechos y la ciudadanía y con los usuarios habilitados para difundir información y opiniones libremente a través de las redes, han impulsado el debate sobre cómo combatir este fenómeno.

Dado que las tecnológicas controlan los datos, moldean las opiniones y los comportamientos y priorizan qué tipo de noticias consumen los ciudadanos, les corresponde asumir su responsabilidad y aumentar las inversiones destinadas a frenar el progreso de las mentiras en las redes y atajar las operaciones de desinformación.

El periodismo tiene que jugar un papel fundamental en la lucha contra la desinformación, pero lamentablemente muchos medios han elegido el rumbo equivocado trabajando para el algoritmo de redes y buscadores, conscientes de que este da mayor relevancia al sensacionalismo y a las noticias falsas. Solo el periodismo de calidad permitirá combatir las mentiras y recuperar su función de control crítico e independiente de los poderes, intensifica la verificación y comprobación con fuentes fiables, deja de engañar a los usuarios con los titulares-cebo y fortalece nuestra ética y deontología, la mentira y la desinformación seguirán dominando el escenario. En esa tarea, los periodistas tienen que denunciar a los propagadores de desinformación, sean quienes sean y tengan el poder que tengan. Nuestro filtro de verificación y de denuncia es primordial.

Los Gobiernos también tienen su papel en esta batalla, si bien las medidas que eventualmente planeen aplicar deberán respetar la libertad de expresión, que ampara a su vez el libre ejercicio del periodismo. Dejar en manos de los Gobiernos la decisión de qué es verdad y qué es mentira en la información puede abrir la puerta a la censura.

Los políticos desempeñan otro papel crucial. Deberían ser los primeros en dar ejemplo y abandonar las estrategias de desinformación, a las que recurren especialmente en épocas electorales para incrementar la polarización. La experiencia indica que la mentira es una aceptable compañera de viaje en la política. Y más en este tiempo de la inmediatez y la sobreabundancia de información. Una mentira tapa a otra y así hasta el infinito.

Sometidos a un bombardeo diario de bulos, rumores y mentiras, los ciudadanos solo tienen una posibilidad para formarse su propia opinión: recibir la preparación adecuada para dilucidar si una información es verídica

Sometidos a un bombardeo diario de bulos, rumores y mentiras, los ciudadanos solo tienen una posibilidad para formarse su propia opinión: recibir la preparación adecuada para dilucidar si una información es verídica. Sabemos que muchos buscan en las redes reafirmar sus propias opiniones y convicciones, encerrándose en burbujas de opinión. Y no les importa si se reafirman mediante una mentira, que no dudarán en compartirla entre sus seguidores, multiplicando su difusión.

Distintos informes gubernamentales, privados y de organismos internacionales coinciden últimamente en la necesidad de impulsar la alfabetización mediática para preparar a los escolares y a la ciudadanía en general a la hora de afrontar el problema de la desinformación.

La Unesco, en el documento El periodismo es un bien común, subraya que, si no se fomenta la alfabetización mediática e informacional y la transparencia de internet, la humanidad puede desviarse de su objetivo de solventar los problemas reales del desarrollo sostenible y garantizar los derechos humanos en general.

Una sociedad con una buena formación mediática analiza los contenidos de forma más crítica, es capaz de plantear las dudas sobre lo que está viendo, leyendo o escuchando y, en definitiva, levanta una sólida barrera contra la desinformación y, de paso, refuerza la democracia.

El Consejo y el Parlamento Europeo, en distintos documentos y resoluciones, han instado a los países miembros a colocar la alfabetización mediática como parte integrante de la educación a todos los niveles. Los llamamientos y recomendaciones están muy bien, pero si los Gobiernos no impulsan decididamente la alfabetización mediática nada se avanzará y el futuro seguirá siendo de los que consideran que la ignorancia es el mejor método para lograr sus objetivos espurios. “Hay que entender cómo funcionan las redes y ahora no lo estamos enseñando. La gente debería saber cuáles son las fuentes en las que puede confiar”, sostiene la periodista y profesora estadounidense Esther Wojcicki, una decidida partidaria de que el periodismo esté presente en los planes de estudio de todos los colegios del mundo.

La alfabetización mediática es urgente en nuestro país y algunos estudios, encuestas e informes así lo atestiguan.

• Actualmente hay 40,7 millones de usuarios de redes sociales en España, 3,3 millones más que el año anterior, lo que equivale al 87,1% de la población española, y dedican una media de 1 hora y 53 minutos al día a estas plataformas.

• Un informe de la Universidad de Navarra revela que el 72,1% de los españoles reconoce que alguna vez se ha creído un mensaje o vídeo que resultó ser falso.

• Según el Eurobarómetro de marzo de 2023 de la UE, España es el segundo país de Europa, solo superado por Malta, en donde más preocupa la desinformación (83%). Media europea: 76%.

• El 86% cree que la desinformación es un problema para la democracia. Y el 78% encuentra a menudo noticias falsas, pero solo el 55% sabe detectarlas. Media europea: 61%.

• En datos de la encuesta Ipsos para Google, el 69% de los españoles solicita recibir alfabetización mediática.Media europea: 58%.

Estos datos avalan la importancia que los españoles dan a la alfabetización mediática como formación imprescindible para combatir la desinformación, pero es en el sistema escolar donde las carencias en esta materia son enormes.

Una encuesta para el informe sobre alfabetización mediática de la Fundación Luca de Tena, publicado en febrero pasado, indica que el 74% de los profesores percibe que los alumnos están desinformados. El 67% considera que no se han invertido recursos en impartir alfabetización mediática en las aulas, mientras el 75% del alumnado está muy o bastante afectado por la desinformación, refleja el estudio, que es la primera iniciativa del Observatorio de Periodismo de la Fundación. El informe pone como ejemplo avanzado a Finlandia, cuyo Gobierno puso en marcha los mecanismos oficiales de verificación inmediatamente después del comienzo de la invasión rusa de Ucrania. Finlandia tiene una frontera de 1.340 kilómetros con Rusia, por lo que pronto fue blanco de los promotores de la desinformación, aunque estaba preparado mejor que ningún otro país europeo para contrarrestarla. Finlandia implantó en 2014 una asignatura de alfabetización mediática a partir de los seis años. El plan, que abarca varias materias, se actualizó en 2016 para enseñar a los niños las habilidades que necesitaban para detectar el tipo de información fabricada que se difundió ampliamente ese año en las redes sociales durante la campaña electoral de Estados Unidos.

Países como Suecia, Dinamarca, Estonia, Alemania y Francia también han desarrollado iniciativas en esta materia educativa.

En España, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) lleva varios años tratando de convencer a los Gobiernos de que la implantación de una asignatura de educación mediática en las escuelas sería una ayuda vital para reducir el impacto de la desinformación en la sociedad. A la vista de que las gestiones con el Ministerio de Educación no avanzaban, la FAPE inició conversaciones con Gobiernos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos, fruto de las cuales han surgido acuerdos de financiación para desarrollar talleres para escolares y mayores en distintas comunidades. Son pequeños pasos, pero España sigue sin contar con un plan global de alfabetización mediática, pese a ser uno de los países europeos donde la polarización, alimentada por la desinformación, está creciendo más, en perjuicio de la convivencia y el diálogo que caracterizan a las democracias sanas.

Es tarea de los políticos ensanchar sus miras y adelantarse al futuro, sobre todo porque la inteligencia artificial ya está aquí y anticipa, según los expertos, una nueva era de desinformación mucho más elaborada y perfeccionada que la actual.

Pero la alfabetización mediática no solo es necesaria en la escuela, como señala Itziar Bernaola periodista, que ha dirigido las series documentales "Todo cambia" (TVE) y "¿Dónde estabas entonces?" (La Sexta), fue subdirectora de "El Objetivo" y directora del programa de debate de TVE "59 segundos". Doctora en Investigación en Medios de Comunicación por la Universidad Carlos III de Madrid y actualmente compagino mis proyectos en televisión con la docencia, impartiendo clases de "Teoría y Análisis del Documental" en la UC3M. Nos dice Itziar:  El peligro de la desinformación afecta a todo el mundo, pero los expertos apuntan a dos grupos de población especialmente vulnerables: los adolescentes y los mayores de 65 años. Ambos son usuarios de Internet, redes sociales (TikTok e Instagram fundamentalmente los primeros, y Facebook los segundos) y grupos privados de mensajería (WhatsApp y Telegram). Además, tanto jóvenes como mayores utilizan esos canales no solo para el ocio sino también como fuente de información. Por lo que respecta a los adolescentes, estos están expuestos a la información falsa o errónea que circula por la red sin tener la experiencia vital suficiente como para poder discernir siempre la credibilidad de un contenido, distinguir entre información y publicidad, o incluso entre información y opinión. Identificar fuentes, cuestionar los contenidos: las claves de la alfabetización mediática Muchas de las fake news apelan directamente a sus emociones, animándoles a compartirlas de forma compulsiva. Distintos estudios han comprobado cómo en esta franja de edad son más proclives a creer todo lo que les llega de sus amigos, sin identificar cuál es la fuente original, así como a compartirlo si conecta con sus intereses, sin cuestionar su veracidad. En cuanto a los mayores de 65, aunque su experiencia vital es mayor, se han incorporado a las redes sociales sin ser nativos digitales como los más jóvenes, y ese menor nivel de alfabetización digital les hace más vulnerables ante determinadas campañas de phishing, que apelan al miedo o relacionadas con temas de salud. La alfabetización mediática es, por tanto, una asignatura pendiente para la mayoría de la población, y especialmente para estos colectivos. Se hace necesario, en primer lugar, alertar sobre la cantidad de información errónea, o directamente falsa, que recibimos a diario en nuestras pantallas. A continuación, es urgente enseñar unas pautas básicas para poder distinguir un contenido verdadero de uno falso. Y, finalmente, concienciar sobre la importancia de no compartir nada que no haya sido previamente verificado con el fin de no contribuir a la viralización de bulos de todo tipo. Como decimos en nuestros talleres de Newtral Educación, “sin verificar, no compartas”.

Necesidad de alfabetización mediática en la escuela