jueves. 02.05.2024

El ser humano, gracias a su curiosidad e inventiva, ha logrado concretar varios logros que hacen de su vida algo más llevadero, desde descubrimientos modestos como el hallazgo del fuego y su dominio, hasta el descubrimiento de leyes y principios fundamentales en ciencias. Sin estos logros significativos, como el desarrollo de herramientas y tecnologías, los avances en la medicina y la lucha contra enfermedades, el dominio de la agricultura y la domesticación de animales, entre otros, la vida del ser humano, de existir aún, sería muy hostil y difícil de soportar. No hay dudas de que esto, en cierto modo, hace más fácil la existencia. Pero el ser humano, en su afán por dominar y conocer o familiarizarse con la naturaleza, anhela concretar múltiples objetivos, tanto en el ámbito objetivo como en el subjetivo. Su espíritu inconforme e ingenioso le ha permitido burlar las diversas adversidades impuestas por la naturaleza. Desde tiempos inmemoriales, ha buscado trascender su imperfección, ya sean de naturaleza moral, intelectual o física. Su deseo primordial ha sido volverse cada vez más perfecto, más ideal, más de acuerdo con las expectativas y exigencias de su época. A lo largo de la historia, esta búsqueda incesante de excelencia interna y externa ha sido una constante, impulsando a la humanidad a alcanzar nuevos estadios de perfección, niveles de desarrollo en ciertos campos y realización personal.

Basta con vivir la experiencia cotidiana para evidenciar lo limitado, frágil y débil que es nuestro cuerpo, algunos más que otros. Pues bien, lo realmente relevante es el hecho de que, a diferencia del resto de los animales que pueblan el planeta, el ser humano posee una naturaleza disconforme pero dotada de ingenio, imaginación, capacidad para lo abstracto y creatividad. Se destaca por su habilidad para imitar a la naturaleza. A pesar de las adversidades y de no saber el porqué de su arrojo en este vasto universo, se resiste, como un novillo en el bramadero, a vivir condicionado por las limitaciones que, por decirlo así, le impone la naturaleza. Quiere dominarla, modificarla y hacerla que gire en torno a sus deseos banales y expectativas. 

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha buscado trascender su imperfección, ya sean de naturaleza moral, intelectual o física

Sin embargo, este individuo inconforme es dependiente, necesitado, vulnerable y limitado. El entorno natural es determinante; un ambiente inadecuado representaría un peligro obvio para su supervivencia. Necesita de recursos naturales básicos como el aire, el agua y los alimentos para subsistir. Dada su fragilidad física, además de la falta de los mecanismos comunes de defensa presentes en otros animales, el ser humano se encuentra en desventaja y es vulnerable. Estos extraños animales están sujetos a enfermedades, lesiones y debilidades físicas. La naturaleza no fue generosa con ellos en términos de resistencia y fuerza. A nivel biológico, están condicionados por su genética, edad y constitución corporal. Si bien es cierto que los avances científicos permiten la modificación genética, aún no está al alcance de todos y los resultados satisfactorios no están garantizados, por lo que siguen limitados por estas restricciones. Las leyes de la física nos recuerdan que no podemos volar como las aves y que no podemos lanzarnos, movidos por una descarga de adrenalina, del décimo piso de un edificio y salir completamente ilesos. Este tiene que recurrir a su ingenio. Sin la abstracción científica y el desarrollo tecnológico moderno, no podríamos surcar los cielos a la velocidad que lo hacemos en la actualidad ni desplazarnos a grandes velocidades por la superficie terrestre y marítima. 

En el horizonte, ese lugar al que a veces evitamos mirar, aunque sea fugaz o sutilmente como se hace con un adversario, se encuentra el final de la vida consciente, un destino al que no deseamos llegar; aunque el suicida crea que quiere morir no es así, quiere vivir de otro modo, un vivir en la mente de los que no lo han reconocido en vida. La naturaleza, que somos nosotros también, nos hace un guiño y nos recuerda que todos los seres humanos son mortales y que ese anhelo de prolongar nuestras vidas y mejorar nuestra salud, aunque efectivo hasta cierto punto, no es capaz de negar completamente la mayor negación que impone la naturaleza a toda naturaleza consciente: la inevitabilidad de la muerte.

Debido a estas limitaciones, me parece pertinente afirmar, se ha generalizado en el individuo un rechazo ya sea inconsciente o consciente contra el devenir, contra la imperfección del mundo sensible compuesto por objetos físicos, seres vivos y fenómenos naturales. Nietzsche en El Ocaso de los ídolos hace énfasis en esta cuestión. Todo esto es cambiante y perecedero. No hay cosas estables. Los individuos quieren cosas eternas, bellas, perfectas y libres de corrupción; el mundo sensible no es así. ¿Ha generado esta condición un resentimiento en el individuo?

Los defectos morales, intelectuales, físicos y psicológicos son cuantiosos en el ser humano. Para superar sus errores morales se han inventado diversos modos de valorar las acciones éticas y morales. Este intenta perfeccionarse moralmente mediante la adopción de cualidades éticas y morales que se consideran deseables y valiosas en un individuo tales como la honestidad, la justicia, la compasión, la generosidad, la valentía, entre otras.

El desarrollo y despliegue máximo de las capacidades cognitivas y racionales del ser humano, así como el cultivo del pensamiento crítico, la adquisición de distintos conocimientos, el desarrollo de habilidades de análisis y síntesis, la capacidad de razonamiento lógico, la creatividad, entre otros aspectos relacionados con la inteligencia y el intelecto obedece a ese anhelo perenne de perfección intelectual.

La dimensión física del ser humano es capital, por lo que alcanzar un estado óptimo de salud y bienestar físico, así como el desarrollo de habilidades y capacidades físicas se torna ineludible. Esto le exige al individuo mantener un estilo de vida activo, cuidar de su alimentación, cultivar la resistencia, la fuerza y la agilidad, y procurar el equilibrio y la armonía en el cuerpo. 

No resulta del todo gratuito afirmar que ese miedo cobarde hacia la naturaleza y hacia los demás ha dado origen al sentimiento religioso

El ser humano, el eterno inconforme, se caracteriza por priorizar sus propios intereses y necesidades por encima de los demás. A su vez, experimenta temor y preocupación excesiva, lo cual puede limitar su crecimiento personal y distorsionar su percepción de la realidad. No resulta del todo gratuito afirmar que ese miedo cobarde hacia la naturaleza y hacia los demás ha dado origen al sentimiento religioso y a la religión organizada a la postre, esa fatalidad de milenios. Es posible que aquellos con baja autoestima y una constante búsqueda de validación externa encuentren refugio ultra cálido en instituciones religiosas, como las Iglesias cristianas u otras formas de creencias infundadas. La justificación y racionalización de comportamientos socialmente considerados como negativos, la falta de autenticidad y la dificultad para expresar de manera cristalina sus pensamientos, sentimientos y deseos, son notas rutilantes en el ser humano.

El problema no radica en que el ser humano busque trascender su imperfección natural, sino en que al hacerlo pueda desvalorizar la vida misma y someterse a la dictadura de una idea. Este es, por tanto, el dilema que enfrenta al intentar superar sus limitaciones inherentes. Es sabido que la aspiración por la superación y la búsqueda de la perfección pueden ser impulsos naturales y genuinos, pero el peligro yace en menospreciar el valor de la vida y caer en la subyugación a ideales abstractos o extremos. Es crucial, pues, mantener un equilibrio entre la aspiración de mejorar personalmente y el reconocimiento del valor intrínseco de la vida en todas sus manifestaciones.

En El crepúsculo de los ídolos, Nietzsche critica el idealismo surgido a partir de las filosofías reaccionarias de los grandes colosos del pensamiento, señalando que la idea generalizada de que la vida no tiene valor es una consecuencia de ese idealismo ramplón. Esta idea ha adquirido notoriedad en diversos estratos sociales precisamente porque ha sido sostenida por los pensadores que han influido y, de cierto modo, determinado el espíritu de Occidente. Muchos grandes filósofos han considerado al mundo sensual como una fuente de peligro para el espíritu. Sócrates, Platón, Cristo y Schopenhauer, por ejemplo, han visto la vida de manera negativa, como algo sombrío, una cárcel en la que se sufre. Para ellos, lo mejor para el ser humano era transitarla lo más rápido posible, ya que ¿quién querría sufrir en esta arena donde somos despedazados por las leyes de la naturaleza? Además, según Schopenhauer, la ética ha surgido de la compasión y la empatía, o más precisamente, de la autocompasión.

A través de la historia, podemos constatar que la negación de los dinamismos internos y externos ha sido una estrategia común en el intento de superar las limitaciones e imperfecciones humanas. Se ha querido alcanzar la excelencia interna negando los instintos, lo inconsciente, lo animal. Tanto Nietzsche como Freud nos han advertido sobre este enfoque. Sin embargo, ¿es realmente algo positivo? Se ha intentado controlar y restringir los deseos, apetitos y emociones socialmente condenadas, considerándolos obstáculos para alcanzar la perfección o virtud moral. En aras de formar una sociedad sólida, se ha recurrido a adormecer la parte instintiva y subterránea del individuo, pero esta parte no desaparece, busca manifestarse y emerger de diversas formas.

Sócrates, Platón, Cristo y Schopenhauer, por ejemplo, han visto la vida de manera negativa, como algo sombrío, una cárcel en la que se sufre

Platón, en cierta medida, nos transmitió la idea de despreciar la realidad material en favor de una realidad más ideal y perfecta. Si el mundo sensible y material era solo una sombra o una copia imperfecta de las ideas o formas perfectas que existen en un plano superior, había que odiarlo, pues era culpable de nuestra miseria intelectual. De algún modo no resulta escandaloso acusar a Platón de ser el primer gran fetichista pues otorga mayor valor e importancia a la búsqueda de la verdad, la sabiduría y la perfección ideales, relegando a un segundo plano la realidad material y sensible. La clave: solo a través del conocimiento y la contemplación de las ideas se puede alcanzar la verdadera realidad y la perfección.

La semilla de odio contra la realidad, contra la vida, que sembró Platón ha dado su fruto y, lejos de extinguirse, está plenamente viva en nuestra época. Ese desprecio innecesario contra la vida está presente en casi todos los ámbitos. Por ejemplo, en el religioso, económico, político y tecnológico entre otros. 

En teoría, los sistemas de ideas religiosas cristianas se jactan de promover y encarnar los ideales más nobles y humanos que existen. Sin embargo, en la práctica se observa discriminación, intolerancia e incluso violencia hacia aquellos que no comparten las mismas convicciones religiosas. Los dogmas religiosos, de la religión que sean, se anteponen a la vida misma, llegando incluso a causar muertes, como sucede en la actualidad con ciertos grupos musulmanes. Los que los sostienen, en lugar de poner sus dogmas al servicio de la vida, se les conoce por promover una visión negativa de la vida terrenal, enfocándose en la supuesta salvación del alma y en recompensas en un más allá. Priorizan el alma por encima del cuerpo; primero la sombra, la metáfora, la idea del cuerpo después el cuerpo. Esta ideología religiosa, de raíz platónica y cristiana, no se avergüenza de desvalorizar la importancia y el cuidado de la vida presente en aras de una vida en el más allá, de la cual no tenemos ninguna experiencia palpable. El religioso dogmático se adhiere tenaz y ciegamente a sus ideas sin cuestionarlas o examinarlas críticamente, en consecuencia, limita su crecimiento personal y restringe su capacidad de adaptación en un mundo cada vez más secular.

Los dogmas religiosos, de la religión que sean, se anteponen a la vida misma, llegando incluso a causar muertes, como sucede en la actualidad con ciertos grupos musulmanes

¿Habrá algo que se estime más que el dinero hoy en día? Dedicamos mucho tiempo para ganarlo y lo derrochamos en fracciones de tiempo. La gente es capaz de traicionar, mentir, engañar e incluso matar por conseguirlo. Cualquier cosa que no sea la vida vale más que la vida. Sacrificarse por los ídolos económicos se considera algo digno, pero en realidad debería generar indignación entre las masas. Es harto sabido que, en el ámbito económico, las grandes empresas priorizan el lucro y el crecimiento desmedido sobre el bienestar de las personas y el cuidado del medio ambiente. Esto implica que se debe ignorar, si es necesario, los impactos negativos de sus actividades en la salud de las comunidades o en la sostenibilidad del planeta. Lo fundamental, la lógica subyacente que rige todo movimiento económico capitalista consiste en maximizar sus ganancias sin considerar las consecuencias a largo plazo. Ese movimiento se limita al aquí y al ahora, el mañana poco importa.

Afirmar la individualidad, ser individualista, hay que decirlo sin rodeos, requiere valentía. No cualquiera está dispuesto a enfrentar el látigo de las críticas, opiniones divergentes y posibles exclusiones por parte de aquellos que, debido a sus enfoques disímiles, no comprenden o aceptan las elecciones individuales. Esos espíritus libres capaces de resistir esa avalancha y seguir con dignidad su propio camino, incluso cuando va en contra de lo convencional o popular son heroicos y dignos de alabar. Por eso pocos son capaces de cruzar por tales calzadas sin sufrir vértigos o mareos en semejantes alturas. 

El individuo libre, inocente y creador es capaz de descubrir y expresar su auténtica identidad, que es su diferencia en la uniformidad, el pelo en la sopa. Esta afirmación de sí mismo lo conduce adentrarse en territorios desconocidos y enfrentar la incertidumbre que todo espíritu libre soporta. Es capaz de transgredir las valoraciones habituales, de desafiar los ídolos filosóficos, religiosos, morales y científicos que han encorvado el espíritu de Occidente. Se embarca para explorar y descubrir las profundidades, el inframundo, de su subjetividad, está dispuesto a conquistarse a sí mismo incluso si eso significa salir de su zona de confort y enfrentar desafíos internos y externos que conlleva tal faena. Solo los que se conquistan a sí mismos están listos para crear su libertad. La libertad no es algo quieto, es acción, es creación, es valentía, es coraje.

Este individuo está dispuesto a enfrentar y abrazar el devenir y el dinamismo de la realidad, a aceptar los cambios inherentes a todo lo contingente; a vivir de acuerdo a su autenticidad, su diferencia, y obedeciendo a las demandas más profundas de su espíritu, aprende a vivir con las consecuencias de dejar atrás patrones y creencias limitantes. Si alguien no trasciende ese miedo a desafiar las normas establecidas en busca de una vida más auténtica y significativa no se le puede llamar, propiamente hablando, individualista. Entendemos por individualista al sujeto libre, inocente y creador, que se acepta a sí mismo y que no da cabida a la mala conciencia.

Esta ideología religiosa, de raíz platónica y cristiana, no se avergüenza de desvalorizar la importancia y el cuidado de la vida presente en aras de una vida en el más allá

Y con esto tocamos el tema de las redes sociales. Existe un fenómeno bastante curioso hoy día especialmente entre los más jóvenes y es que están temerosos de mostrar su propia imagen sin filtro alguno. Cualquier filtro es adecuado antes que mostrar su cuerpo como es. En las fotografías que comparten en Facebook, Instagram, Twitter, entre otras redes sociales, se esmeran por mostrar una imagen completamente artificial de sus vidas. Crean una imagen idealizada de sí mismos con el fin de obtener validación social. Es notable la mediocridad que se observa, ya que son incapaces de afirmarse a sí mismos. Al no poder afirmar su voluntad de poder de manera activa, como lo hacían los antiguos, se satisfacen con pequeñas píldoras de poder. Es evidente que al recibir likes, comentarios positivos y seguidores experimentan un cierto sentimiento de poder, además es una forma de reafirmar su valor y buscar la perfección en términos de aceptación social. Las redes sociales les brindan a las personas la posibilidad de construir una imagen idealizada de sí mismas, presentando una versión filtrada y exenta de ciertos defectos estéticos que son comunes en los individuos. Estas funcionan como mecanismos efectivos para tratar de alcanzar una imagen idealizada de ellos mismos. Estas plataformas también se utilizan para agenciarse un prestigio social. El hecho de confundir la vida real con la vida virtual, especialmente debido al uso excesivo de las tecnologías de la información y las redes sociales, es una característica distintiva de esta época.

Es verdad que ciertos recuerdos, con el paso de los años, se tornan pálidos y tenues, pero otros, con mayor suerte, se graban a fuego en la memoria y se manifiestan en todo momento de manera vívida y refulgente. Recuerdo que desde la ventana de mi dormitorio dominaba el majestuoso volcán, de un azul profundo con un sombrero amorfo de neblina, las bellas rosas del jardín y el gorrión que casi todos los días sobrevolaba las ramas de un árbol de Carao. También recuerdo aquella colina rocosa gigantesca, situada a medio kilómetro de mi casa, con una cruz de madera colocada en su punto más alto y sobre sus dos brazos los buitres negros que descansaban a la espera de alguna carroña, y tantas cosas que veía a lo lejos con asombro. Sólo hoy llego estar conciente de lo feliz que fui en esa época donde todo lo que me rodeaba tenía color y de distintos tonos. A pesar de que siempre admiré la grandeza y la belleza de ambos, nunca los visité ni los exploré. ¿Habría sido más feliz si me hubiera aventurado en sus faldas? ¿Si me hubiera convertido en un gran escalador, en su conquistador y colonizador? ¿Y si trepar las faldas del volcán y escalar penosamente la enorme roca hubiera engendrado en mi espíritu un sentimiento de desprecio y cero veneraciones?

Las redes sociales brindan a la posibilidad de construir una imagen idealizada de sí mismas, presentando una versión filtrada y exenta de ciertos defectos estéticos

Con el paso de los años, gracias a diversas lecturas que he realizado, entre ellas las de Nietzsche, he llegado a la conclusión de que todo respeto y toda veneración implican cierto grado de distancia; la excesiva cercanía degenera en falta de respeto y veneración. Parece que mantener cierta distancia y no involucrarse demasiado íntimamente con las cosas puede preservar una sensación de admiración y respeto. La cuestión es si la sociedad actual, transparente y llena de súper estrellas, que gracias a las redes sociales nos mantienen informados de su día a día, creadores de contenido (que se sobreexponen de manera que sobrepasa lo impúdico por conseguir unos chelines) y necedades de análoga naturaleza, preserva las distancias necesarias para mantener el respeto que se debe mostrar hacia lo grande, hacia lo diferente.

Los modos de conversar tradicionales están cada vez más en desuso, ya que son pocas las personas que prefieren interactuar cara a cara. En su lugar, optan por las video llamadas, argumentando que son más convenientes. El tiempo dedicado a disfrutar de la naturaleza o participar en actividades al aire libre se ha reducido considerablemente. Esta tendencia hacia la falta de interacción social puede generar sentimientos de aislamiento, soledad y desconexión emocional.

En la actualidad, muchos individuos, ávidos de poder, están dispuestos a sacrificar su privacidad y exponerse a posibles riesgos con el fin de ser vistos, recibir likes y ser reconocidos por personas que ni siquiera conocen. Buscan experimentar ese pequeño placer de ser el centro de atención, de sentirse importantes y destacados. Sin embargo, a menudo no son conscientes de las consecuencias que esto puede tener, como el robo de identidad o el acoso cibernético. Para ellos, vale la pena comprometer su seguridad con tal de dejar una huella momentánea en el mundo virtual. Ser reconocido en este mundo virtual equivale a decir que existe, si alguien no existe o no es popular en las redes sociales (antisociales), entonces no existe. 

Ser reconocido en este mundo virtual equivale a decir que existe, si alguien no existe o no es popular en las redes sociales (antisociales), entonces no existe

Debido principalmente a la influencia perniciosa de Platón y, más tarde, del cristianismo en el pensamiento occidental, se ha proliferado la idea infundada de que la vida ordinaria y cotidiana no es extraordinaria. En consecuencia, se busca lo extraordinario en cualquier otra cosa que no sea la propia vida. Se busca lo extraordinario en lo ideal, en lo que se aleja o vulgariza la realidad. En cualquier mundo inventado. 

En nuestra sociedad actual, se ha arraigado una percepción completamente equivocada de que la vida cotidiana no es vibrante, que carece de importancia intrínseca y que es vulgar y corriente. Como resultado, las personas se sienten impulsadas a buscar experiencias fuera de lo común para llenar ese vacío y encontrar un sentido en sus vidas. En su desesperación por escapar de la realidad, encuentran refugio en cosas que les brindan un alivio temporal, como las drogas, que los desconectan de la realidad y les brindan una falsa sensación de felicidad. Sin embargo, ya va siendo hora de promover el desarrollo de individuos capaces de enfrentar la realidad tal como es, sin evasiones artificiales, individuos estoicos y deseosos de exhibir su valentía. En lugar de buscar emociones extremas, obsesionarse con la fama o aferrarse a ideales extremos, se debería fomentar una cultura donde se valore la autenticidad y la conexión con lo verdadero. En este mundo de espectáculos exagerados y búsqueda constante de reconocimiento, un espíritu libre no puede más que sentir náusea, asco y angustia, ya que no encuentra un terreno fértil para su desarrollo pleno.

Se suele menospreciar al Medievo por haber sido, según se dice, una época de oscurantismo intelectual, desigualdades sociales y económicas extremas, violencia y conflictos constantes como guerras y conflictos religiosos, limitaciones en las libertades individuales y derechos humanos, opresión de los siervos y trabajadores agrícolas, discriminación y persecución de minorías como judíos y musulmanes, rigidez y falta de movilidad social debido al sistema feudal, así como una marcada superstición religiosa. Sin embargo, ¿somos realmente mejores que ese período? 

Se cree que la modernidad tardía es una de las épocas que más avances ha experimentado en casi todos los campos que constituyen la realidad social. En lo tecnológico, por ejemplo, se han producido avances significativos en las comunicaciones, la informática, la robótica, la biotecnología, la nanotecnología, etc. En el ámbito económico, la globalización ha intensificado los flujos económicos, culturales y políticos a nivel global. En el campo de la cultura, el auge del pluralismo hace posible la creciente diversidad cultural, religiosa y política, permite además que sea posible un mayor reconocimiento de la diferencia, y la aparición de movimientos sociales que reivindican la igualdad y la inclusión enriquecen y expanden nuestros horizontes hermenéuticos. En el ámbito ecológico, frente a la crisis ambiental que enfrenta la modernidad tardía se ha creado mayor

del problema por lo que, para canalizarlo y mitigarlo, se ha potenciado la investigación y el desarrollo de tecnologías limpias y sostenibles.

Se ha arraigado una percepción completamente equivocada de que la vida cotidiana no es vibrante, que carece de importancia intrínseca y que es vulgar y corriente

Aunque la modernidad tardía se jacte de haber experimentado avances deslumbrantes en diversos ámbitos, ello no implica necesariamente una mejora en la calidad de vida de todas las personas y en el cuidado del medio ambiente. El sufrimiento físico en los países del tercer mundo no ha disminuido significativamente y el sufrimiento psicológico está muy presente en los países desarrollados. ¿De qué sirve todos los avances en lo objetivo si en el ámbito del espíritu casi todo languidece?

Tal como yo lo veo, no apreciar la belleza y el valor de la vida ordinaria, así como de las pequeñas cosas que la componen, es algo lamentable. Hemos caído tan bajo como sociedad que somos incapaces de reconocer que la vida misma puede ser extraordinaria en su propia simplicidad. Son muy pocas las personas que verdaderamente saben disfrutar de una magnífica puesta de sol. Observar, ya sea en compañía de un ser amado o en soledad, cómo el sol tiñe con colores vibrantes los cerros y colinas, mientras se desplaza pausadamente por el cielo, y cómo poco a poco se oculta tras la montaña, es una experiencia sublime. Se me viene a la mente San Vicente. Contemplar cómo la naturaleza despierta o se prepara para descansar puede ser verdaderamente extraordinario. Sin embargo, el individuo materialista y obtuso ve esto como algo insignificante. Lo grandioso para él es obtener dinero, ponerlo en circulación e incrementarlo. El dinero lo es todo. Otro gran número de individuos se pasan varias horas del día pegados a los celulares, tabletas y otros dispositivos electrónicos. No tienen tiempo para nimiedades como contemplar un atardecer. Pero seguimos creyendo que somos mejores que los del medievo, que si sabían disfrutar a pesar de todas las dificultades que pasaban. 

Los que creen que lo ordinario es intrascendente, no desperdician su tiempo en contemplar la naturaleza

El sujeto tardo moderno está tan atareado con el trabajo y otros asuntos que ya no tiene ni tiempo para disfrutar de una comida sabrosa. Es claro que saborear y apreciar cada bocado de un platillo delicioso puede ser una experiencia sensorial extraordinaria que nos conecta con el placer y la satisfacción de los pequeños placeres de la vida. 

Los que creen que lo ordinario es intrascendente, no desperdician su tiempo en contemplar la naturaleza. Lo reconozcan o no, lo cierto es que observar un paisaje sereno, una montaña azul a lo lejos, escuchar el canto de los pájaros en las mañanas, sentir una brisa fresca en el rostro cuando hace calor o admirar la belleza de una flor silvestre o una rosa cultivada en casa pueden ser momentos de asombro y conexión con la naturaleza que nos rodea. 

El ser humano necesita jugar y reír. Participar activamente en actividades lúdicas, reír a carcajadas con amigos y disfrutar de momentos de diversión puede infundir alegría y vitalidad en la vida. Asimismo, necesita silencio y tranquilidad para nutrir su espíritu. Por lo tanto, resulta indispensable encontrar momentos de paz y silencio, ya sea mediante la meditación, paseando por la naturaleza o simplemente estando en calma. Estos momentos, estos espacios para nutrir la dimensión interna, son necesarios para establecer una conexión más profunda con nuestro interior, con esa voz interna que reposa, como cocodrilo en espera de cebras en migración, en lo más profundo de nuestra subjetividad. Es posible que un enfoque de esta naturaleza a esta sociedad actual le resulte como algo subversivo y revolucionario. 

El imperio de las ciencias de la naturaleza al promover una visión mecanicista y determinista del mundo, de algún modo, niega la libertad y la voluntad creativa del individuo. Debido a su enfoque en la objetividad y la búsqueda de leyes universales, menosprecia cualquier modo de conocer que no se adecue a su molde. La negación de aspectos subjetivos y complejos de la existencia se cree que es requerido para hacer ciencia. Al reducir la realidad a conceptos y categorías abstractas, la ciencia participa del nihilismo. Existe una visión reduccionista y dogmática de la realidad promovida por el cientificismo. 

En el ámbito de estas discusiones, resulta sumamente difícil llegar a conclusiones definitivas. Sin embargo, surge la interrogante: ¿Y si el fenómeno religioso en cualquiera de sus manifestaciones, las éticas represivas, la ciencia y las diversas tecnologías no son más que modos secretos de venganza contra la naturaleza cambiante? 

Una reflexión intempestiva