jueves. 28.03.2024
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Peres significa “águila” en hebreo. No es su verdadero nombre, sino la traducción a ese idioma del polaco Persky, su nombre original

Con la muerte de Shimon Peres se extingue la generación de padres fundadores y artesanos iniciales del estado de Israel. Su desaparición es casi un símbolo de algo que viene siendo una tendencia imparable desde hace años: el fin de la última utopía del siglo XX.

Peres significa “águila” en hebreo. No es su verdadero nombre, sino la traducción a ese idioma del polaco Persky, su nombre original. El cambio se lo sugirió un amigo, mientras se encontraban cumpliendo una misión de vigilancia en el Sinaí, en 1948, durante la guerra originada por la proclamación del Estado de Israel.

El histórico dirigente fallecido ha hecho honor al significado de su nombre. Audaz, astuto y resistente, su vida ha sobrepasado el lapso temporal de sus creencias. Como otros muchos líderes de su generación, Peres ha sido un pensador visionario, un político calculador y un hombre de acción. Pero, por encima de todo, un estratega.

UNOS INICIOS TÉCNICOS

Criado al amparo de Ben Gurion, el padre fundador de Israel, cumplió misiones muy delicadas de reconocimiento, vigilancia y logística de la defensa nacional en esos momentos iniciales en que la continuidad de Israel como estado parecía más comprometida. Como consecuencia de su buen hacer, terminó convirtiéndose en el creador de la industria militar defensa del país. Negoció acuerdos y contratos de armamentos con las principales potencias mundiales. No fue militar, pero sabía de la defensa de su país, de sus fortalezas y debilidades, tanto o más que cualquier de sus históricos y legendarios generales.

Muchas veces se ha dicho que las fuerzas armadas son la institución más importante de Israel. Y es muy cierto. No sólo debido a que sobre ellas ha descansado la supervivencia del joven Estado. También porque, al tener un servicio militar obligatorio y universal, la institución castrense es la más popular, la más respetada y apoyada. Como me dijo un intelectual israelí en los ochenta, el Ejército es el que sabe realmente lo que pasa en el país.

Ejército y política son vasos comunicantes en Israel. Más aún: un buen curriculum militar es una plataforma irresistible para forjar un porvenir político sólido. Peres no ganó batallas ni atesora honores de héroe de guerra, pero contribuyó decisivamente a hacer de Israel el estado militarmente más poderoso de la región, en un entorno totalmente hostil.

Por eso resultó un proceso natural su salto a la política pura, por así decirlo. Se afilió al laborismo, una elección práctica, al ser el partido de su padrino político. Pero nunca fue un doctrinario ni un dirigente muy apegado a convicciones socialistas. Algo que comparten muchos dirigentes de su generación. La etiqueta política era entonces una divisa de referencia que una lealtad ideológica.

En su trayectoria política, Peres ha conocido todas las estaciones. En las 18 veces en que ha sido ministro le tocó ocuparse de Defensa, la cartera más conectada con sus orígenes, de Exteriores, la más acorde con su sensibilidad, pero también asumió otras con contenido más tecnocrático o funcional, fruto de las circunstancias o del juego de alianzas políticas.

Como jefe de gobierno, Peres se empeñó más en tender puentes que en afilar posiciones. En ese empeño, sin embargo, cosechó más frustraciones que satisfacciones. No en vano, en su madurez política coincidió con el auge del nacionalismo y de irrendentismo religioso judío.

LA PAZ CON LOS PALESTINOS, EL GRAN MOMENTO

A esta última gran figura del panteón de hombres ilustres de Israel se le puede recordar por muchos méritos. Pero, en estas horas de homenajes y obituarios, quizás el más destacado es la firma del acuerdo de paz con los palestinos, del que fué artífice imprescindible. Sin embargo, como ministro de exteriores, cedió el protagonismo principal a su jefe de gobierno y correligionario, Isaac Rabin. De ahí que no apareciera en el lugar central de aquella foto de un soleado día de mediados de septiembre de 1993 en el jardín trasero de la Casa Blanca, junto al enemigo histórico, el líder de la OLP, Yasser Arafat. Los tres personajes se ganaron el Premio Nobel de la Paz por aquel logro, conocidos como los acuerdos de Oslo, hoy apenas respetados por nadie, denostados por casi todos y casi reducidos a cenizas.

En esa foto, Peres lució más sonriente que Rabin. La relación entre ambos, herederos naturales del liderazgo laborista personificado inicialmente por Ben Gurion y Golda Meir, fue siempre tormentosa y dolorosa. Rabin dejó escrito en sus memorias que Peres era un “conspirador infatigable”. En la mecánica de identificación de las corrientes laboristas tan propia de esos años, Rabin pasaba por ser “halcón” y Peres “paloma”. En cierto modo, era verdad, pero resultaba engañoso, como todas las simplificaciones políticas.

UNA ESPLÉNDIDA DECADENCIA

“Sin Peres, Israel dejará de ser definitivamente joven”, titulaba un politólogo israelí, Shamuel Rosner, un artículo dedicado hace unos días a su figura, anticipando su inminente desaparición

Tras el asesinato de Rabin por un extremista judío enemigo de la paz, Peres parecía destinado a disfrutar en exclusiva del liderazgo laborista. Pero la edad, la emergencia de nuevos y más jóvenes aspirantes, el pragmatismo del veterano referente y sus escasas habilidades para resultar popular lo fueron debilitando. Peres no compartió la hostilidad que demostraron otros de sus más jóvenes correligionarios hacia la derecha israelí, quizás por motivos generacionales. La convergencia hacia el centro pero desde polos opuestos llevó a Peres a entenderse y colaborar con un antiguo rival, el bombástico ex-general Sharon, en una muestra más de su pragmatismo político.

Luego le llegó, ya como figura más simbólica del Estado, la oportunidad de coronar su vida política con la responsabilidad de la Jefatura del Estado. Cumplió con la tarea de manera elegante y brillante. Dio altura, lustre y significación al cargo, como persona capaz de recorrer todos los senderos políticos sin incomodidad. La dignidad del puesto confirió solemnidad a sus aficiones literarias y filosóficas, le permitió explotar el prestigio internacional del que gozaba y ofrecer una imagen más amable de Israel, castigada duramente por sus excesos, su arrogancia y el alejamiento de sus aspiraciones originarias.

“Sin Peres, Israel dejará de ser definitivamente joven”, titulaba un politólogo israelí, Shamuel Rosner, un artículo dedicado hace unos días a su figura, anticipando su inminente desaparición (1). En realidad, Israel ha perdido su juventud hace mucho tiempo. Con el debido respeto, Peres se mantenía como notario del fin de la inocencia, de la disolución de la originaria idea de nación democrática, igualitaria y experimental en la pura razón de Estado.


(1) NEW YORK TIMES, 19 de septiembre.

En la muerte de Simon Peres: Un ave rapaz resistente a la extinción