viernes. 29.03.2024
luz

En España el problema de la luz es el mismo que el de las patatas: El precio que llega al consumidor es muchísimo más alto que el que percibe el pequeño productor, que apenas si saca para cubrir gastos. Mientras los grandes productores y distribuidores de patatas y el oligopolio eléctrico imponen precios y hasta consiguen que se ponga un impuesto al sol o una tarifa descabellada como la actual, a quien produce energía eléctrica de modo casero y la vierte en la red se le paga una miseria similar a la que percibe el pequeño agricultor por su cosecha.

En los felices veinte del pasado siglo, la mayor parte de la energía eléctrica se obtenía mediante pequeños saltos de agua que normalmente explotaba el cacique del lugar. Hace años un anciano de un pueblo de la Sierra de Segura -maravilloso paraíso escarnecido- me contaba que por aquel entonces había dos llamamientos a filas, el que se hacía a los varones sin recursos para acudir a África y el que hacían los caciques a las hembras de quince años para que se pasasen por casa. Ambos llamamientos -aunque parezca sacado de un relato de terror- estaban estrechamente relacionados porque si la niña acudía a casa del señorito cabía la posibilidad de que el niño fuese relegado de ir a combatir al moro. En caso contrario morir en Marruecos era algo más que una posibilidad. Además, contravenir las demandas del señorito con derecho de pernada, podía acarrear otras penas como ser desahuciado de casa y tierras, la negativa del Ayuntamiento a cualquiera de sus peticiones o ser apaleado en cualquier esquina cuantas veces fuese necesario, de modo que al final la única salida era la emigración. Con el triunfo de los golpistas a quienes seguía Juan de la Cierva llegaron los felices cuarenta y todo aquel nauseabundo orden de cosas regresó junto a lo más selecto de nuestra tradición. Sin embargo, se había incorporado un elemento nuevo de tortura cotidiana: El señorito tenía en su casa la palanca de la luz y cada vez que tenía ganas de reírse o de joder sin más, la bajaba y allí no volvía a verse nada hasta la salida del sol. Bien es verdad que la mayoría de casas se iluminaban con velas y candiles, pero la chulería, la perversidad y el aburrimiento de la casta franquista dominante llegaba hasta esos extremos de ridiculez. Decía mi amigo viejo que muchas veces se oían las carcajadas del cacique y su familia desde la calle.

El trueno gordo llegó con el Gobierno Aznar en 1998, cuando un consorcio de empresas se hizo con el 33% de ENDESA, dejando entonces de ser empresa pública

Años después, aquellas tierras fueron inundadas por pantanos construidos por el Estado -muchas veces por presos republicanos- y explotados por las grandes empresas eléctricas que comenzaban a formarse al calor de la demanda. Los pueblos no recibieron el más mínimo beneficio, les quitaron el agua para explotarla en exclusividad, y después de construidas las presas sus habitantes se fueron a Barcelona o a Hannover, con una mano delante y otra detrás. Hoy, la situación apenas ha variado: Los dueños de la energía hidráulica, nuclear, fotovoltaica, eólica -el impuesto al sol de Rajoy sólo tenía como objetivo preservar los intereses de las grandes energéticas- y térmica son los mismos sólo que mucho más poderosos gracias a las puertas giratorias de que hablamos en el pasado artículo y otras corrupciones incalificables.

Fue durante la dictadura cuando se fraguó el poder de las empresas energéticas. Se suprimieron los pequeños saltos que manejaban los caciques a cambio de magníficas recompensas y trabajos -es un decir-  muy bien remunerados en las sedes centrales o provinciales de las nuevas sociedades, que como ocurría con la Iglesia eran lo mismo que el Estado. Las eléctricas no pedían permiso, hacían el trazado por donde les daba la gana, fuese un bosque bellísimo, un acantilado o un desfiladero lleno de aves; exigían al Estado que construyese presas o centrales nucleares que explotaban ellas en régimen monopolístico y comunicaban al Palacio del Pardo el precio al que se iba a vender la luz. Sin más. Para tener contentos a todos los sectores del régimen, concedían el cobro de sus facturas a falangistas o personas bien relacionadas -gente de bien-, facturas que muchas veces había que pagar en el domicilio del agraciado y de las que se llevaban una mordida. La felicidad.

Llegó la transición y el oligopolio eléctrico sólo tuvo un altercado, cuando Felipe González decidió establecer una moratoria nuclear. Pero, en fin, no fue gran cosa, durante décadas hemos estado pagando a las eléctricas un porcentaje del recibo para compensarlas por aquella decisión, lo que permitió a esas compañías convertirse en multinacionales nada queridas en países de América principalmente. En 1983, en lo que parecía una estrategia para fortalecer la presencia pública en el sector, se constituyó la Corporación ENDESA, que en su seno llegó a albergar a Eléctricas Reunidas de Zaragoza, Sevillana de Electricidad, Hidroeléctrica de Cataluña, Viesgo y otras muchas pequeñas y medianas empresas del sector. Lo que parecía no fue sino un proceso de concentración de capitales para su posterior salida al mercado, cosa que ocurrió por primera vez en 1988 cuando el Gobierno González vendió el 24% de la empresa estatal, después en 1994 cuando enajenaron otro 7%. 

Sin embargo, el trueno gordo llegó con el Gobierno Aznar en 1998, cuando un consorcio de empresas se hizo con el 33% de ENDESA, dejando entonces de ser empresa pública. El proceso culminaría en 2009 cuando la empresa estatal italiana ENEL se hizo con la mayoría de las acciones después de un proceso turbulento en el que participaron Gas Natural, Acciona y E.On. Si tenemos en cuenta que durante ese periodo también se había privatizado Red Electrica, la conclusión es que el Estado desapareció del sector dejando la totalidad de la producción y la distribución a multinacionales españolas e italianas que hacen lo que quieren y no se someten a control alguno por parte de nadie aunque la ley obligue. De ese modo hemos llegado a ser uno de los tres países de Europa con la electricidad más cara independiente de su procedencia renovable o fósil y también uno de los países del mundo que mejor paga a sus ejecutivos: Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola ganó 12 millones de euros en 2020 pese a la pandemia; Francisco Reynés, presidente de Naturgy, 4,5 millones de euros en el mismo periodo; Borja Casado, presidente de ENDESA, 14,7 millones, eso aparte de otros ingresos que este comentarista no sabe ni entiende. 

Sólo atendiendo al proceso histórico de creación y desarrollo de las empresas eléctricas y sus conexiones con los centros de poder político podemos entender lo que pasó y pasa con las eléctricas, empresas que actúan sin el pueblo y contra el pueblo, dañando gravemente las economías domésticas y las de los pequeños negocios. La nueva tarifa elaborada por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia -organismo independiente tan inútil como el Banco de España- sólo debió afectar a la tarifa nocturna extendiéndola a todos los hogares y negocios. Como no ha sido así, debe ser derogada ya que sólo contribuye a crear pobreza energética, a lastrar la competitividad de las empresas españolas, a aumentar los beneficios de las eléctricas y la confusión sobre un sector siempre oscuro, malicioso e ineficaz que no ha dudado en tener entre sus ejecutivos de papel a lo más granado de nuestra representación política.

Ver la luz y pagarla