viernes. 17.05.2024
LOS CRÍMENES DEL FRANQUISMO

Las otras víctimas: "En España hay miles de muertos en vida"

AGNESE MARRA
Los desaparecidos y sus cadáveres tirados en la cuneta no son las únicas víctimas del franquismo. Sus familiares tienen un dolor que sólo se cura cuando cuentan su historia. Por el encierro simbólico que se está haciendo por el juez Garzón en la facultad de Relacionaes Laborales, pasan los testigos de una época que sólo les trae a la memoria recuerdos de "horror y muerte". Hoy hablan con naturalidad y hasta con algo de humor, pero siempre exigiendo justicia.
NUEVATRIBUNA.ES-15.04.2010

"Soy Carmen Páez, vivo en Torrejón y soy una ciudadana cualquiera. Vengo aquí en representación de mi abuelo: Don Sabino Pareja Carmona. A él le asesinaron". Así comienza uno de los testimonios más conmovedores que se escucharon esta mañana en la Universidad de Relaciones Laborales de Madrid donde se lleva a cabo desde el miércoles un encierro simbólico en solidaridad con el juez Garzón. Lo que era un acto de apoyo se ha convertido en un acto de memoria, casi catártico, al que van acudiendo familiares de víctimas, gente joven, curiosos, que en ese pequeño espacio encuentran un pedazo de historia que durante años se tapó dejando un reguero de sangre.

Carmen Páez habla alto, en la sala convivimos periodistas con familiares o con señores de alrededor de 80 años que tienen los ojos bien abiertos y las ansias de tomar esa palabra que durante décadas les arrebataron. Carlos Agüero, miembro de Asociación para la Recuperación de la Memoria Hhistórica (ARMH) va creando turnos, y con mucha educación controla a los abuelos deseosos de opinar, de contar, de ser escuchados.

Carmen con su voz rotunda fue la primera. Después llegarían los demás, uno a uno, la historia de cada testimonio llamaba a otra historia. Pero Carmen comenzó: "Lo poco que sé de mi abuelo es por mi madre, pero ella tenía mucho miedo de hablar de él, hasta ahora sigue teniendo miedo. Pero yo quiero saber, quiero encontrarle". Don Sabino Pareja Carmona fue arrestado en plena guerra por los falangistas: "Le hicieron el paseíllo dos veces. Una vez logró escaparse de un camión, y una segunda vez le tirotearon, pero él se hizo el muerto y finalmente pudo escapar". Las que no escaparon de las torturas y las humillaciones fueron la mujer de Sabino y sus cinco hijos: "Mi madre me contó cómo llegaban por la noche los falangistas a la casa de mi abuela, la cogían a ella y a su hijos y los sacaban a la calle, desnundos, para humillarlos, para que todos los vecinos recordaran que eran familia de rojos", dice esta nieta con una lágrima incipiente que su rabia no le permite que salga.

Sin embargo, Sabino Pareja Carmona no pertenecía a ningún partido político, era un ciudadano que vivió la República, el régimen democrático que había elegido en las urnas, y también por el que peleó en la calle: "Mi abuelo era un ignorante, ni rojo, ni nacional. Yo vengo aquí a reclamar Justicia, vengo aquí a pedir dignidad para mi abuelo que lo único que hizo fue luchar por su país, por la República, contra unos golpistas. Por eso se merece ser recordado con dignidad y no con vergüenza, tirado en una cuneta sin saber dónde está".

Y es que Sabino, el 1 de abril de 1939, al acabar la guerra, decidió entregarse a los nacionales. El día 5 era asesinado: "Lo llevaron a un camino y le pegaron un tiro en la nuca". Carmen Páez quiere saber dónde, quiere desenterrarle y enterrarle otra vez con sus merecidos reconocimientos. Lleva su vida entera dedicada a su abuelo. -"Es afortunada"- dice otro testimonio, porque Carmen, al menos tiene una partida de defunción que cerifica la muerte de su abuelo. Carmen, también sabe que está en Torrejón, en Madrid.

Pero las adminstraciones no han hecho justicia con ella. Muros de silencio, cabezas que se giran para otro lado, miedo y vergüenza. La búsqueda del ser que ha marcado su vida la está llevando a cabo la ARMH, quienes se reafirman señalando estos muros: "En el 91% de los casos tenemos problemas con los archivos de las parroquias, se niegan a darnos información, dicen que allí no hay nada", confirma Carlos Agüero.

La Parroquia de San Juan en Torrejón es uno de los obstáculos con los que se ha encontrado Carmen, quien recobró la confianza en saber el paradero de su abuelo hace dos años: "Ayyy cuando me enteré que Garzón iba a investigar los crímenes.... Me acuerdo que le dije a Carlos – se riefere al miemdro de ARMH- esta vez nos va a ir bien, tengo mucha confianza en este hombre. Pero ahora que veo que a él también le han cortado las alas... . No sé, yo le quiero preguntar las los jueces de España: ¿Todavía tenemos que tener miedo?. Yo no quiero seguir diciendo en voz baja que soy republicana, ni quiero señalar a los falangistas con susurros, quiero hablar alto. Y sobre todo, lo que más quiero en el mundo es que mi abuelo y las miles de personas como él sean reconocidas por haber luchado por su país. Quiero que tengan un monumento donde pueda llevar a mis sobrinos y se lea el nombre de Don Sabino Pareja Carmona, y yo les diga, ése era mi abuelo".

"SOY UN NIÑO DE LA GUERRA"

Mientras Carmen hablaba iba entrando gente a la sala, curiosos que después se convertirían en protagonistas. Un señor bajito de unos ochenta años, enjuto, piel arrugada, una boina en la cabeza y andares pizpiretas, es presentado por Carlos Agüero: "Acabo de conocerle y me ha pedido si puede contar su historia, así que le doy la palabra". El caballero se sienta, y con una sonrisa de quien ha vivido mucho, pero sobre todo ha aprendido a aceptar la vida, nos dice: "Yo soy un niño de la guerra". Su nombre es Antonio Virtud Casado, nació en Madrid en 1930. A través de la historia de sus padres y de la suya propia, Antonio, como en un flasback, nos transmite imágenes de la época que terminan siendo una auténtica lección de Historia. Cuando acababa de cumplir seis años le tocó el golpe de estado. Su padre luchó como republicano y decidió enviar a sus hijos y a su mujer a Valencia. Al acabar la guerra volvieron a Madrid. Su padre ya no estaba: "Imaginábamos que había muerto pero no sabíamos nada de él, usted señora Carmen tiene mucha suerte por tener esa partida de defunción".

En ese momento le contesta otro de los asistentes:
  • "Pero Antonio es que su padre es un desaparecido"-
  • "Claro, eso lo sé ahora, pero antes no se usaba el término desaparecido, yo no sabía lo que significaba, esa palabra la utilizamos ahora"-


A Antonio y a su familia la vida, y por decirlo claramente, el franquismo les ha maltratado mucho. "Franco le quitó a mi madre la pensión de viudedad porque mi padre era republicano. Después los jefes de barrio que ponía Franco, nos echaron de nuestra casa y vivimos seis años en unas chabolas que había en Comillas, por no hablar de las constantes humillaciones que nos hacían por ser hijo de del bando de los vencidos". Con la Ley de la Memoria Histórica Antonio comenzó a investigar, a buscar documentación sobre el paradero de su padre: "Antes no podía hacerlo, me decían que tuviera cuidado no fuera que averiguara que mi padre era un rojo". Hoy sí puede, pero los obstáculos son muchos. Por ahora sólo sabe que su padre murió en Usera. Pero el ministerio de Justicia no le hace caso, sólo recibe ayudas de las asociaciones. "Yo les digo una cosa, aquí todavía sigue mandando Franco, miren lo que ha sucedido con Garzón".

Si Antonio era un niño de la guerra, otro de los asistentes dice: "Yo soy un niño del auxilio social". No dice su edad, pero debe estar ceca de los ochenta años. Antonio se marcha para ir a buscar a su nieto a la escuela, y le da el turno al nuevo testimonio. "Yo con 10 años hacía trabajos forzados. En el auxilio social he pasado las mayores penalidades y humillaciones". Treinta años después, este señor descubre que su vecino también estuvo en auxilio social, pero matiza: "Mi vecino llegó como cuatro años después que yo, y a él sí que le adoctrinaron, es todo un falangista reaccionario, el producto que querían sacar de los centros de auxilio social". De pronto se queda callado durante unos segundos para decir: "Quiero agradecer todo a Garzón, gracias a él hoy tenemos este espacio en el que estamos contando nuestras historias, que no son batallas de abuelete, son necesarias. Si Garzón no nos hubiera hecho caso hoy no podríamos estar aquí, juntos, compartiendo nuestro doloroso pasado". Los asistentes empiezan a aplaudirle, el señor se levanta y se despide: "Disculpad se me hace tarde".

Ya han pasado casi dos horas dedicadas en exclusiva al testimonio de las víctimas. Todo ha sido improvisado, la reunión inicial pretendía dar a conocer el trabajo de la Oficina de Atención a las Víctimas de la ARMH, sin embargo la necesidad de hablar del pasado ha sido mayor, y así se ha respetado.

La última en tomar la palabra es otra mujer, tendrá poco más de 60 años. Son pocas sus palabras, pero son enérgicas y profundamente tristes: "Mi padre murió de tuberculosis en 1955, la había contraído duarante la guerra. Mi tio estuvo 22 años en la cárcel, 16 en el penal de Burgos. Toda mi familia ha sido represaliada y lo que no se ha dicho hasta ahora es que en España no sólo murieron los desaparecidos, los asesinados, sino que hay miles de muertos en vida, yo soy uno de ellos. Este país se convirtió en una cárcel, fue una tortura para las familias. Recuerdo la tortura desde los siete años, cuando estaba en las colonias y las hijas de los falangistas me humillaban por ser hija de rojos". Ella no puede evitar las lágrimas, pero continúa: "Por eso es una obligación denunciar el horror que hemos pasado, por la dignidad de nuestras familias y por la nuestra". Recibe aplausos, y más de uno se acerca a ella para abrazarla.

Pareciera que hubiéramos asistido a una terapia de grupo, insisto, totalmente improvisada. El psicólogo que trabaja en la oficiana de Atención a las Víctimas de ARMH, es Guillermo Fouce y nos explica: "Estas personas necesitan hablar, y cuando empiezan es como si se destapara una botella, se quitara el tapón y no se pudiera parar. Hay que dejar que se expresen, es la única forma que tienen para curar sus heridas".

Ya son las dos y media de la tarde. Las víctimas van dejando la sala. En los pasillos de la universidad voluntarios cuelgan carteles y decoran este espacio que hasta el 22 de abril servirá no sólo como un 'encierro simbólico', sino que será un espacio de memoria, ese lugar que el Estado y la Justicia española se empeñan en negar. A las puertas de la facultad de Relaciones Laborales, está la última mujer que habló en la sala, me mira y me ofrece una amplia sonrisa, la única que le había visto hasta el momento. En Madrid sigue lloviendo, pero la catarsis, al menos a ella le ha surtido efecto.

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