lunes. 20.05.2024
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Foto de Concha Roldán.

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La Fundación Ortega Marañón edita la Revista de Occidente, cuyo número de abril del presente año (515) se ha dedicado a conmemorar el Tricentenario Kantiano. Este 7 de mayo se presentó este número en un marco tan solemne como la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, cuyo salón de actos congregó a distintas autoridades, muchos académicos que celebraban su sesión semanal y asistentes de todo tipo. En la mesa no pudieron intervenir Mario Caimi, galardonado con el Premio Kant, Nuria Sánchez Madrid, estudiosa del pensamiento kantiano que goza de un gran reconocimiento internacional, y Valerio Rocco, a la sazón Director del Círculo de Bellas Artes. La mesa fue presidida por Benigno Pendás, presidente de la RACMP, y se vio moderada por Fernando Vallespín, flamante director de la Revista de Occidente.

Tomamos la palabra quienes, aparte de los tres ya mencionados más arriba, colaborábamos en este número que se abre con el artículo publicado por Ortega en el segundo centenario. Álvaro Delgado-Gal mostró su escaso aprecio por el autor de la primera Crítica, pese a reconocer su indiscutible influencia. Adela Cortina, editora de Metafísica de las Costumbres, rompió una lanza por el cosmopolitismo kantiano y sus propuestas para regular las relaciones internacionales. Javier Gomá entiende que Kant no se interesa por un problema tan radical como el de la muerte.

Yo me felicité por estar en tan excelsa compañía y recordé cómo Antonio Truyol y Serra incluyó en su colección de clásicos del pensamiento mi primera edición kantiana: Teoría y práctica. Cuando leí por primera vez que Ortega confesaba haber pasado diez años en la prisión kantiana, me pareció un plazo excesivo, pero lo cierto es que ya llevo cuatro décadas dedicándome a oficiar como tornakantiano, por utilizar la feliz expresión de Antonio Machado. En ese lapso he traducido al castellano buena parte de los escritos kantianos y alguno hasta dos veces, como es el caso de la tercera Crítica. Las mejores experiencias en estas lides han sido aquellas que he compartido con Manuel Francisco Pérez López, Concha Roldán o Salvador Mas.

Es una lástima que Alianza Editorial no agrupe con ocasión del tricentenario los títulos que atesora su catálogo. Solo cinco se deben a mi autoría. Los demás cuentan con traductores tan insignes como José Gaos, Felipe Martinez Marzoa y Joaquín Abellán. Aprovecho para recomendar mi libro titulado “Kant: Entre la Moral y la Política”, porque sirve de introducción al conjunto citado. Cuando salí del acto fui a Metalibreria porque se presentaba una nueva traducción de un texto kantiano. La efemérides del tricentenario puede servirnos para volver a leerlo y aprovechar sus planteamientos para ir mucho más allá de Kant. Ser fiel a su espíritu es no tomárselo al pie de la letra y aventurar lecturaa como la que yo mismo propongo homologando su pensamiento con el de Diderot. Ojalá mi artículo diese pie a una obra de teatro, tal como se me ha dejado ver. 

Kant sugiere que desde nuestra finitud podemos alcanzar lo que Cassirer denominará una infinitud inmanente. Su preocupación fundamental es comprender al ser humano y enfatizar su enorme potencial, puesto que puede transformar una y otra vez el universo simbólico donde habita, gracias a una libertad que le permite zafarse de los condicionamientos físicos y las normas heterónomas. Lo que nos caracteriza como personas con dignidad es el no renunciar a rendir cuentas de nuestros actos, como bien señala Javier Muguerza. Este canto a la responsabilidad es muy necesario en unos tiempos donde prolifera una nueva servidumbre voluntaria y una preocupante afición por dejarse tutelar en aras de aquella misma comodidad que Kant denunció en ¿Qué es la Ilustración?

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Se trata de pensar por nuestra cuenta y riesgo, sin dejarnos arrastrar por los prejuicios y poniéndonos en el pellejo de nuestros congéneres. El respeto predomina sobre la empatía. Es preferible contentarse con causar el menor daño posible y limitar mutuamente nuestras libertades en aras de la convivencia. Kant comparte sin duda el diagnóstico de Maquiavelo, cuando advierte que no solemos comportarnos como debemos. El Príncipe de Maquevelo es una biblia política incontestable y por eso Kant hablará de legislar incluso para un pueblo compuesto por demonios. Pero en realidad suscribe la biblia ética que nos ha legado Antoine de Saint Exupéry con El Principito. Es mucho más fácil juzgar a los demás que hacer otro tanto con uno mismo y lo sustancial no se ve con los ojos.

Ciertamente la buena voluntad kantiana repara en una intencionalidad que no se visibiliza y que no depende para nada de su mayor o menor eficacia, porque se prima el talante sobre los talentos y los dones de la fortuna. Por otra parte, juzgarse a uno mismo es en lo que consiste la ética kantiana, que reclama consultar con la propia conciencia moral y dirimir a cada vez nuestro criterio ético on arreglo al principio de autonomía, sin suscribir obediencias ciegas o argumentos de autoridad que puedan ser claramente lesivos. No se trata de volver a Kant, sino de reconocer que su legado sigue interpelándonos y puede servirnos para pensar los problemas del presente criticando implacablemente sus propios planteamiento, como le hubiese gustado al padre del criticismo.

Acto celebrado el 7 de Mayo en la Real Academia de Ciencias Morales y Politicas. (Fotos de Concha Roldán)

Kant en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas