jueves. 28.03.2024
jovenes

Un problema a resolver que no puede esperar más. Los jóvenes no tienen futuro, por tanto no se les puede pedir que crean en un sistema que les margina, les corta el vuelo y, en definitiva, les impide vivir como quisieran. La mitad de los jóvenes españoles no tienen trabajo ni esperan tenerlo en los próximos meses, no pueden independizarse, ni tener casa propia, ni siquiera ir al cine sin pedir ayuda a los padres. Entre tanto se les exige paciencia, reflexión, estudio, formación continua, idiomas, perseverancia, resiliencia -¡qué palabra más fea, por Dios!- tenacidad y docilidad. Parece que nadie ha sido adolescente, joven o parado, que nacimos todos como los caracoles con la casa a cuestas, el sueldo, la soberbia y el olvido. Y sí, todos los que hemos dejado de serlo fuimos jóvenes durante unos cuantos años de nuestra vida, de una parte de la vida que idealizamos poniéndonos a nosotros mismos como ejemplo, olvidando todo lo que hicimos mal, los pesares que nos acuciaron, las trastadas, desafueros y crueldades que cometimos. No niego que hubiese santos, pero mi experiencia personal me dice que muy pocos, que yo no conocí a ninguno y que casi todos fuimos capaces de reírnos y de putear al diferente, a aquel que más necesitaba nuestro abrazo.

No es cuestión achacable a la pandemia maldita que se prolongará más de lo necesario debido a la codicia de las multinacionales farmacéuticas y a la indecisión irresponsable de los gobiernos. Aunque se ha agravado, la cosa viene de atrás, de un tiempo en que las reglas del juego se diseñaron para que se salvase aquel que más amarres tuviese. La juventud es brío, ambición, vitalidad, ansia, premura, ya saldrán como puedan aquellos que tengan camino por el que salir, a los demás, que se resignen tal como decían las leyes del nacional-catolicismo. Resignación para no caer en la depresión, en la frustración, en las flores del mal o en la cárcel. Muchos padres quieren que sus hijos estudien en la Universidad para que no sean como ellos, para que puedan ser independientes y ganar el dinero de forma menos penosa. Otros que se busquen un oficio, que se formen para adiestrarse en alguna habilidad laboral, otros que trabajen en lo que sea. Pero tanto para unos como para otros, las puertas están casi cerradas si no hay padrino o si no eres uno de los que sobresalen muy por encima de los demás y tienes la suerte de llamar a la puerta adecuada. Ya ni siquiera es posible ir a trabajar a un restaurante de costa y playa para sacar unas monedas durante un par de meses de explotación salvaje y poder tirar el resto del año; tampoco echar unos días reponiendo latas en el lineal de un supermercado o limpiar los escaparates de un comercio. Hay demasiadas personas en el sector, demasiada miseria a repartir. Queda la posibilidad de repartir comida como autónomo o llevar productos parafarmacéuticos a hogares que han decidido que lo mejor es no salir al poyo la puerta, que amazón es la felicidad más grande jamás pensada aunque las calles de las ciudades se parezcan cada día más a las de los cementerios.

Si eres joven no tienes salida, ni siquiera la delincuencia clásica, robar, tironear, timar, dar gato por liebre, corromperte. Eso sólo está permitido para los que no necesitan hacerlo porque tienen mucho más de lo que necesitan para llevar una vida holgada. Ellos sí pueden estafar, mangar, apropiarse de lo que es de todos -incluso del futuro de los demás-, diezmar las arcas públicas, repartirse el botín, destruir el verde, prostituirse y prostituir, abusar, vejar, sin que eso que llaman justicia se atreva a tocar a su puerta, o si lo hace, sólo de soslayo.

Dicen que se juntan al botellón, incluso oí el otro día en una emisora de radio que en Alicante, Madrid y Barcelona habían interceptado a varios centenares de jóvenes, de fiesta en plena epidemia, que le habían hecho a varios de ellos aleatoriamente un test de acoholemia, y que habían dado positivo. ¡Hostias, si estaban bebiendo lo normal es que den positivo! Estoy completamente seguro de que yo a mis veinte años no me habría comportado como lo hacen la inmensa mayoría de los jóvenes, que habría salido y quedado con mis amigos, aunque hubiese sido en el infierno, y eso que viví un tiempo con más esperanza que el de ahora, cuando todas las libertades estaban por edificar y esperábamos que la democracia lo que el franquismo había denegado con sangre a las generaciones anteriores. No, no servimos como ejemplo, bastante buenos son, bastante aguante tienen con un sistema que se ha olvidado de ellos y manipula sus protestas mezclando imágenes violentas con la realidad, vertiendo opiniones de censura contra quienes podrían acabar con el sistema si quisieran y no lo hacen, al menos hasta la fecha. 

Insisten en quienes ni estudian ni trabajan porque han sucumbido a la ausencia de esperanza, a la falta de ilusión, porque no quieren ni pueden acceder a puestos de trabajo de catorce horas diarias por cuatro perras, toneladas de gritos, insultos y amenazas y la imposibilidad de disfrutar mínimamente de la vida que corre a raudales por sus venas. Sin embargo, aunque no es lo mismo, otros muchos estudian como nunca se ha estudiado antes, idiomas, márquetin, bioquímica, física, matemáticas, econometría, mecánica... Hasta le extenuación, en una carrera interminable que no cesa con la mercantilización de los estudios universitarios a base de maestrías de pronto pago, sino que ha de seguir con aprendizajes en otros países, con intercambios, con diversificación del conocimiento al tiempo que exigen especialización. Nunca ha habido tantos jóvenes llamando a las puertas de las casas para ofrecerte telefonía, seguros, bricolage, electricidad, todo por un sueldo de mierda según los contratos conseguidos. Y no le dan fuego al país que les maltrata y desprecia, lo mismo en Catalunya que en Murcia, en Madrid que en Salamanca. 

Y, ¿qué podemos ofrecerles? Lo primero reconocer que fuimos jóvenes también y que probablemente mucho más crueles con nuestras parejas, mucho más insolidarios, más clasistas y menos educados. Lo segundo afrontar el problema no por las hojas, sino por las raíces. El tiempo del trabajo manual va camino de desaparecer y el de los trabajos más especializados tendrá cada vez más implicación robótica. Es absolutamente necesario repartir el trabajo y los ingresos que de él se derivan. No se puede seguir con la jornada laboral que en España -primer país del mundo en tenerla  gracias a la Huelga de la Canadiense- se estableció hace más de un siglo, hay que reducirla drásticamente de común acuerdo con los miembros de la Unión Europea. En segundo lugar, hay que crear nuevos segmentos de trabajo como los que demanda la España despoblada, desde reconstruir pueblos hasta el cuidado de una población cada vez más envejecida, el suministro de bienes de consumo que ya sólo se encuentran en la capital o en internet, la reconstrucción del medio natural o el reciclaje. En tercer lugar, abrir vías para que los especialistas que salen de nuestras Universidades, tanto técnicos como humanistas, tengan trabajo en nuestro país y ayuden con su tarea al progreso de todos y al de ellos mismos. No tenemos sanitarios suficientes, hemos abandonado el conocimiento humanístico al considerarlo inútil sin valorar que es la clave para formar personas en el más amplio y benéfico sentido de la palabra. Es preciso rectificar o llegaremos a sublimar a los brutos.

¿Hace falta dinero? Por supuesto, pero sobre todo es necesario que seamos conscientes de que esta situación es insostenible, que no hay futuro si los jóvenes carecen de él, si seguimos criminalizándolos como si estuviesen rompiendo platos a todas horas y nosotros no hubiésemos roto uno en nuestra vida.

Juventud acosada y despreciada