viernes. 29.03.2024

Nuevatribuna estrena una nueva sección, 'Tribuna Negra', en la que el escritor Miguel Ángel Manzanas nos adentrará en el mundo del crimen con artículos, relatos y demás historias de la mejor y más variada crónica negra.

Miguel Ángel Manzanas | Verano de 1975. Universidad de Lyon-Nord. Apresurados, un nutrido grupo de alumnos abandona las aulas. Apenas veinteañeros, algunos muestran un semblante preocupado; otros, orgullosos de sí mismos, encienden sus cigarrillos con presteza. Acaban de terminar las pruebas de ingreso al tercer curso de la Licenciatura de Medicina. Jean-Claude Romand, por motivos aún no del todo esclarecidos, no se presenta al examen.

9 de enero de 1993. Sábado por la noche en la tranquila localidad francesa de Prévessin-Moëns, a escasos kilómetros de la frontera suiza. Un hombre golpea la cabeza de su esposa con un rodillo de repostería hasta causarle la muerte. Horas después, el hombre, tras ver con ellos una versión animada de Los tres cerditos, asesina con un arma de fuego a sus hijos Caroline y Antoine, de siete y cinco años de edad. A la mañana siguiente, el hombre acude al domicilio de sus padres, en Clairvaux-Les-Lacs, en el vecino departamento del Jura. Allí, en primer lugar, descarga dos balas en la espalda de su padre; momentos después, y de frente, dispara sobre su madre. Los dos mueren en el acto. El día siguiente el hombre se cita con su ex-amante Corinne para cenar. En un momento dado, y con la excusa de una avería, salen del vehículo e intenta estrangularla. Ella se defiende; el hombre se disculpa y vuelve a casa. El hombre se llama Jean-Claude Romand.

Cualquiera que se precie de ser un iniciado en el mundo de crimen forzosamente ha de conocer la historia de Jean-Claude Romand, uno de los casos más incomprensibles y fascinantes que la historia de la criminología moderna ha conocido. Casi veinte años después del quíntuple crimen, la tinta no deja de correr: numerosos son los artículos psiquiátricos, sociológicos o de cualquier otra índole que tratan de acercarse a la realidad de este hermético personaje; entre todas las obras, tanto audiovisuales como en papel, y por su doble carácter literario y analítico, hay que destacar la novela-documental El adversario de Emmanuel Carrère, quien reconstruye el caso con considerable rigor a la par que trata de sumergirse en lo más profundo de la mente de este asesino múltiple, con el que mantuvo una interesantísima correspondencia epistolar. También cabe mencionar el filme homónimo de Nicole Garcia, en el que el omnipresente Daniel Auteuil se pone en la piel de Jean-Claude Romand para mostrarnos su peripecia vital.

Pero ¿quién fue –quién es– este enigmático francés? Jean-Claude Romand nace el 11 de febrero de 1954 en la pequeña localidad de Lons-le-Saunier, en el este de Francia. Hijo de una familia de prósperos madereros establecidos en la zona durante bastantes generaciones, tuvo una infancia rural y relativamente solitaria. Notable estudiante, aparte de su carácter retraído, el joven Jean-Claude, durante su niñez y su primera adolescencia, no dio señales de padecer ningún trastorno mental, y, al parecer, tampoco experimentó ningún grave acontecimiento que pudiera haberle marcado negativamente. Inicialmente orientado a la Administración de Montes, finalmente se decanta por el estudio de la Medicina. Aprueba el primer curso sin ningún problema. Jean-Claude hace amigos en la facultad, incluso se enamora de Florence, una prima lejana que también se había matriculado en Medicina y que terminaría estudiando Farmacia. Pasan muchas tardes juntos, entre dudas y libros de texto. Los fines de semana se reúnen en casa de algún miembro del grupo de amigos o salen a bailar: a los ojos de los demás, Romand es un joven estudioso, introvertido pero agradable, tranquilo, con un brillante porvenir. Pero todo cambia cuando Jean-Claude no acude a los exámenes finales del segundo año. Los motivos de esta ausencia no están del todo claros; en todo caso, lo más lógico hubiera sido repetir el examen en la convocatoria siguiente. Pero no. En lugar de eso, Jean-Claude finge el aprobado. Y he aquí que comienza la cadena de imposturas que, dieciocho años y millones de mentiras después, conducirán al fatal desenlace.

El 6 de julio de 1996, Jean-Claude Romand fue condenado a cadena perpetua por el quíntuple asesinato

Jean-Claude sigue asistiendo puntualmente a la universidad, acude a las clases, a las bibliotecas. Continúa estudiando como un alumno más: si no quiere ser delatado, tiene que adquirir los mismos conocimientos que sus compañeros. Eternamente matriculado en segundo curso de Medicina, teje la mentira con finísimo olfato, con rigor estadístico: si su interlocutor afirma realizar las prácticas en el hospital A, él afirma realizarlas en el hospital B. Y viceversa. Nadie de su entorno se percata de la situación, nadie sospecha. ¿Por qué sospechar? Florence tampoco. Ni sus padres, orgullosos de la prometedora carrera de su hijo.

Pasan los años. En 1984, contrae matrimonio con Florence. En 1986, Jean-Claude “termina” sus estudios de medicina; tras aprobar el examen de médicos residentes de París, será nombrado responsable del INSERM de Lyon, para finalmente aceptar una plaza de maestro investigador en la sede de la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra: todo mentira. Así, cada día, el falso médico Jean-Claude Romand se despierta, desayuna con sus hijos –Caroline nacerá en 1985, Antoine en 1987– y se marcha a su jornada laboral, que no será otra cosa que un periplo errante por aparcamientos, parques, sex-shops y por la propia sede de la OMS. Su mujer, empleada de farmacia, se congratula del éxito profesional de su marido. En ocasiones, Romand finge asistir a congresos internacionales; esos días se aloja en cómodos hoteles, generalmente próximos al aeropuerto, donde pasa los días dormitando y viendo la televisión. A sus supuestas vueltas, colmará de regalos a sus hijos: regalos comprados realmente en algún aséptico comercio del aeropuerto de Ginebra.

Llegados a este punto, cualquier lector mínimamente avezado podría plantearse una doble pregunta. En primer lugar, ¿cómo fue posible que, durante dieciocho años, Jean-Claude Romand fuera capaz de sostener tal mentira, la mentira de su vida, ante tanta gente? Esa pregunta parece responderse por la elevada capacidad intelectual de Romand, por su infinita capacidad para desdoblarse y no contradecirse, así como por un trastorno narcisista de la personalidad –así lo declararon los psiquiatras en el juicio– que le permitiría no venirse abajo, no ceder ante la inexorable verdad; de ceder, en cambio, ante ese ser otro, ante la apariencia, ante ese gusano del mal que le corrompía por dentro. La segunda cuestión resulta obvia: ¿de dónde provenían los ingresos de Romand? ¿Cómo podía mantener la vida burguesa de la familia? ¿Cómo llevar el tren de vida de un médico prestigioso? La respuesta no sorprende: mediante la mentira. Usando como excusa su condición de empleado en suelo suizo, Jean-Claude Romand pidió a sus familiares –a sus padres y a los de Florence, principalmente– que les entregasen sus ahorros para invertirlos en condiciones muy favorables, dadas las bondades de la banca helvética. No contento con ello, Romand, cuando se enteró de que el tío de su esposa padecía cáncer, afirmó formar parte del equipo de investigación de un novedoso tratamiento contra la enfermedad; las falsas pastillas que le vendió, supuestamente secretas y en fase de experimentación, tenían el elevadísimo valor de 15.000 francos –más de 2.000 euros– cada una.

Pero a finales de 1991 la cosa se complica. A raíz de un malentendido con su mujer en relación con el colegio de sus hijos, donde ella colabora en la asociación de padres de alumnos, Florence comienza a sospechar de su marido, a dudar de su credibilidad. Las deudas se acumulan: debe mucho dinero a su familia, a la de su mujer, a su ex-amante Corinne. Ya no queda nadie a quien engañar. Está perdido. El día 9 enero de 1993 ya no aguanta más: remitimos al lector al segundo párrafo de este artículo.

Su mujer, sus hijos, sus padres. Las personas a las que más quería. Todos asesinados. A continuación, y de nuevo en casa, junto a los cadáveres de Florence, Antoine y Caroline, ingiere un puñado de comprimidos caducados y prende fuego a la casa. Las llamas se ven a la distancia; los bomberos acuden. El propio Romand abre la ventana, indicándoles su presencia. Entra en coma. Días después, se recupera. La policía descubre los cadáveres, la impostura. No hay duda: Romand es el asesino.

El 26 de junio de 1996, en la Audiencia Criminal de L´Ain, comienza el juicio. Según afirmó Romand, mató a sus seres más queridos para que no supieran que habían sido víctimas de una gigantesca mentira, porque, según él mismo afirmó, “no aceptarían la verdad”. Escuchemos sus palabras tras asumir los crímenes:

“Ahora quisiera hablarte a ti, mi Flo, a ti, mi Caro, a ti, mi Titú, a mi papá, a mi mamá. Os llevo dentro de mi corazón y es esta presencia invisible la que me da fuerzas para hablaros. Lo sabéis todo, y si alguien puede perdonarme sois vosotros. Os pido perdón. Perdón por haber destruido vuestras vidas, perdón por no haber dicho nunca la verdad. Y, sin embargo, mi Flo, estoy seguro de que tu inteligencia, tu bondad, tu misericordia hubieran podido perdonarme. Perdón por no haber podido soportar la idea de haceros sufrir. Yo sabía que no podría vivir sin vosotros, pero hoy sigo estando vivo y os prometo que trataré de vivir hasta que Dios lo quiera, salvo si los que sufren por mi causa me piden que muera para atenuar su pena. Sé que me ayudaréis a encontrar el camino de la verdad, de la vida. Hubo mucho, mucho amor entre nosotros. Os seguiré amando de verdad. Perdón a quienes podrán perdonar. Perdón también a los que no podrán perdonar nunca. Gracias, señora presidenta”.

El 6 de julio de 1996, Jean-Claude Romand fue condenado a cadena perpetua por el quíntuple asesinato, con un cumplimiento mínimo de 22 años de cárcel. Actualmente cumple condena en la prisión de Châteauroux, donde es considerado un preso modélico por sus compañeros: cuando alguno de ellos padece un problema de salud, él no duda en aplicar sus conocimientos de medicina. Bibliotecario durante un tiempo, actualmente se dedica a la restauración de documentos para el Instituto de lo Audiovisual. En 2015 se someterá a una vista para deliberar sobre su posible liberación. Jean-Claude Romand: hay quienes han querido ver en él a un simple vividor, a alguien con el único objetivo de lucrarse a costa de los demás. Pero la realidad es mucho más compleja. Se trata de alguien que sucumbió desde muy temprano a la llamada del mal, alguien que fue incapaz de defenderse de unas fuerzas terribles, inefables, desconocidas. Alguien que se dejó arrastrar por el vil juego del éxito y de las apariencias hasta las últimas consecuencias. Alguien que, en el fondo, nos hace recordar esa parte de impostura que hay en todos nosotros.

Jean-Claude Romand, o el arte del embuste