viernes. 19.04.2024
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Massimo D'Alema | Ex Presidente del Consejo de Ministros de Italia

Hace unos años en Italia se convirtió en un habitual ritornello en las conversaciones políticas la siguiente expresión: ¡D'Alema, di qualcosa di sinistra! (¡D'Alema, dí algo de izquierdas!). Es una frase del actor y director Nanni Moretti en la película Aprile. Moretti ve por televisión un debate entre los principales líderes políticos en vísperas de las elecciones legislativas de abril de 1996, en las que Silvio Berlusconi acabó siendo derrotado por la coalición de centro izquierda. Pilotaba el debate Massimo D'Alema (líder de los herederos del antiguo Partido Comunista Italiano) con mucha prudencia y centrismo, para no asustar a los electores moderados que recelaban de Berlusconi. Exasperado por el moderantismo de la izquierda, Nanni Moretti, perfecto exponente de la generación politizada de los años sesenta y setenta, exclama: D'Alema, di qualcosa di sinistra!

El síndrome D’Alema es hoy de un clasicismo inveterado en la política española. Y eso que en la piel de toro la crisis del régimen del 78 se compadece con la del neoliberalismo global en cuyo magma de incertidumbre  la derecha intenta redefinirse a su modo, es decir,  exigiendo la palinodia ajena en la que  todos los pecados de los conservadores son ensoñaciones perversas de una izquierda demodé, lo que debería resultar ridículo si no fuera porque la izquierda se encuentra enredada en la hegemonía cultural de una derecha anclada en la esclerosis de un tiempo destinado a pasar. El último libro del Premio Nobel de Economía, Thomas Piketty se titula ¡Viva el socialismo! Y nos narra el proceso personal que le ha conducido desde una posición liberal en los años noventa del siglo pasado hasta la convicción de que el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos y que debemos pensar en la superación del neoliberalismo económico, en una nueva forma de socialismo, participativo y descentralizado, federal y democrático, ecológico y feminista.

Esta posible reconstrucción ideológica de una izquierda renovada que remedie los estragos de un decadente liberalismo económico, no sólo no está en la agenda de la vida pública española, sino que la crisis estructural del régimen de la transición produce que el poder fáctico del sistema imponga un alcaloide en la política que ralentiza o expectora cualquier reforma que profundice en la democracia al objeto de sobresanar la crisis de Estado, catalizar una equilibrada redistribución de la riqueza que menoscabe la inmoral desigualdad social y, singularmente, una nueva narrativa del poder que anule la influencia y el control político del no sometido al escrutinio ciudadano. La pandemia y la anormalidad sobrevenida no ha obviado, en acontecimientos críticos, cómo la derecha atiende a una política de tierra quemada  donde los problemas de cualquier índole se intentan reducir a la perversión del adversario hasta reducirlos a su mínima expresión política para ubicarlo en los ámbitos irreductibles del delito o el orden público. La no aceptación de alternativas, el sesgo autoritario de los modelos ideológicos conservadores, producen una vida pública mediocre y peñascosa que se compadece en el fondo con la arquitectura institucional de un posfranquismo con exceso de espectral presencia e influencia.

El acercamiento del Partido Socialista a un Ciudadanos en deconstrucción y fragmentado, la poco airosa estrategia murciana, es un intento del socialismo por “derechizar” sus apoyos en la seguridad de que la gestión de la pospandemia requiere de cierta aquiescencia, implícita o explícita, del poder económico y estamental o, lo que es lo mismo, solidificar unos contextos y unos pretextos conceptuales que en 2008 supusieron  la depauperación de amplios sectores de la mayoría cívica, la desvertebración del mundo del trabajo y un retroceso siniestro de los derechos sociales. La actual mayoría parlamentaria que sostiene al gobierno de evidente carácter rupturista con respecto al régimen del 78 es sumamente incómoda para el componente rígido de las minorías influyentes, quizá porque representa los problemas que el régimen político genera por sus mismas contradicciones constituyentes.

El ciudadano, mientras tanto, vine en la permanente zozobra que supone padecer una crisis sanitaria que pone en riesgo su salud y su vida; la esclerosis social y económica que le empuja a vivir con salarios de hambre y menoscabo de su posición y función en la sociedad, y crisis política con un sistema que limita su soberanía y convierte en ilegible su propia voz, su propia realidad moral y cívica.

La izquierda y el síndrome D'Alema