viernes. 29.03.2024

En su comparecencia del miércoles pasado Mariano Rajoy dio un duro golpe a la identidad individual y colectiva de la inmensa mayoría de los españoles. El impacto de las medidas valoradas en su conjunto, ha provocado un estado de shock social que cabía esperar, pero con consecuencias que nadie puede prever.

El sentimiento que se generaliza entre todos nosotros y que no siempre encuentra cauce para su expresión, es el de contemplar como de un día para otro se desmonta como si de un escenario se tratara, todo absolutamente todo, lo que ha permitido que construyéramos nuestra identidad social a lo largo de los últimos 200 años, como nación y como individuos.

Cada momento histórico de ese largo y doloroso proceso para la construcción de la identidad social, ha tenido sus referencias y, cuando estas se han difuminado o directamente se han perdido las consecuencias han sido dramáticas.

En las sociedades tradicionales fueron los códigos de proximidad, presencia y estatus aquellos sobre los que se construía la identidad y sobre los que se asentaba la propia seguridad.

La llegada de la modernidad, caracterizada por una aceleración sin precedentes de la división del trabajo y la expansión del individuo hacia lo desconocido como consecuencia del ensanchamiento del tiempo y del espacio, le abrió espacios de libertad hasta ese momento desconocidos, pero al mismo tiempo le sumió en una sensación de ajenidad y de desconcierto, en un mundo que abandonaba los viejos códigos, pero que no ofrecía nuevas normas que los sustituyeran para hacer frente a una realidad vital radicalmente distinta.

Esta situación de anomía no solo tuvo un coste social brutal en términos individuales, el número de suicidios en los comienzos de industrialismo registró un aumento espectacular, como se encargarían de demostrar dos eminentes sociólogos Simmel y Mertón, en términos colectivos sería otro clásico de la sociología Talcot Parsons quien observaría que la inexistencia de normas claras de tránsito de la sociedad fuertemente militarizada como la Prusiana a la sociedad democrática de la nueva Alemania, fué una de las causas y no menor, que propiciaron que los alemanes en un contexto de crisis como el de los años treinta del siglo pasado abrazaran mayoritariamente el Nazismo.

Solo después de la Segunda Guerra Mundial con la irrupción del nuevo contrato social en Europa y la construcción del Estado de Bienestar parecía que se habían encontrado nuevas referencias para la construcción de una identidad social a través de la estabilidad laboral, la percepción de un futuro cierto y el acceso universal a la salud y a la educación.

Pero tan solo cuarenta años después de iniciado la construcción de este edificio, fuente de identidad para varias generaciones, comienza su demolición sin ni siquiera haber cubierto aguas.

De nuevo la sociología de finales de los 70 del siglo XX, Bauman, Sennet y Bech dieron la voz de alarma de las consecuencias indeseadas que acarrearía una nueva modernidad que descompone las instituciones que salvaguardan la continuidad de los hábitos, a la que le es consustancial el tiempo de lo efímero y la desregulación de todo orden, económico, político y social, que se empezaba a fraguar en todas las instancias de poder.

La imposibilidad de ofrecer y ofrecerse un relato laboral reconocible, rastreable y con continuidad, que daba consistencia a una parte fundamental de la experiencia vital está teniendo, de nuevo, consecuencias irreparables para la conformación de la identidad de los individuos y para la estabilidad de las sociedades democráticas.

Sin estabilidad se produce una nueva anomía, la anomía de finales del siglo XX y comienzos del XXI, que obliga a los individuos a enfrentarse en solitario a retos desconocidos sin ofrecerles a cambio, las herramientas necesarias para conseguirlos.

Por si fuera poco es precisamente en los países del sur de Europa, España, Grecia y Portugal, aquellos que han visto lastrado su bienestar por haber sufrido férreas dictaduras, mientras la Europa libre alcanzaba cotas de bienestar desconocidas, los golpeados por la crisis de manera más brutal.

Los españoles contemplamos atónitos, como el miércoles pasado el presidente del gobierno Mariano Rajoy y el grupo parlamentario del PP, eufóricos, destrozaban nuestro presente y nuestro futuro y lo ponían en manos de desconocidos.

Todavía no han intervenido el sistema financiero, iban ha hacerlo desde principios de 2008, pero si han intervenido atropelladamente los centros de trabajo, los salarios, los colegios, los hospitales, las universidades, las medicinas, los enfermos dependientes, el paro, ¿Qué queda de todo aquello en lo que podíamos reconocernos?

Es urgente que Europa articule un nuevo pacto social y más urgente aún que España contribuya para ese logro con una transformación profunda de sus estructuras productivas y económicas que ofrezcan a Europa la garantía de que estamos firmemente comprometidos en ese empeño y que como país reclamamos reconocernos en él.

No es tiempo de mediocres, incapaces de ofrecer algo más que empobrecimiento y ruina moral. Precisamente porque queremos pagar nuestras deudas, pero queremos seguir contando, hemos de agigantar un clamor que los expulse de la vida política, para dar paso a un gran proyecto de país que devuelva la dignidad y la estima a todos los españoles.

Identidad y crisis