viernes. 29.03.2024
feliciano maroto

Yo comparto, naturalmente, los numerosos y merecidos elogios a la obra de  García Márquez  publicados recientemente con motivo de su fallecimiento. Sin embargo, no estoy seguro  de que Vivir para contarla, sus memorias tardías e incompletas se encuentre entre sus mejores trabajos. Ese es un género difícil sobre todo cuando el biografiado es alguien importante.

La autobiografía que voy a comentar no es la de un personaje famoso, ni la de un aspirante a premio literario, sino la de un militante obrero, que nunca vivió ni luchó para contarlo, pero que ahora, ya anciano, ha decidido escribir su vida, y lo ha hecho como siempre hizo todo, a puro pulmón, imprimiendo el libro a su costa (no figura editorial alguna) y vendiéndolo personalmente.

El pasado jueves día 10 de mayo en la Puerta del Sol, me encontré con Feliciano Maroto, compañero del Metal a quien no veía desde hacía mucho tiempo. Me enseñó y vendió por 12 euros su libro: “solo me llevo 3 euros por ejemplar”, me dijo.

Maroto en De niño a adulto, por la libertad, empieza  pidiendo perdón “por mis escasos conocimientos a la hora de escribir, ya que nunca tuve la posibilidad de ir al colegio”. Esta manera sincera de reconocer sus limitaciones culturales lejos de desanimar a leer el libro, ayuda a comprender algunas de las imprecisiones, que se encuentran en sus páginas, pero que son irrelevantes. Creo que las personas que le han ayudado a escribirlo, y que menciona en los agradecimientos, han hecho que resulte un libro ameno, en el que sin embargo se reconoce la personalidad del autor y algunas de sus peculiares expresiones como cuando habla de su “autoexclusión“ del PCE por Gerardo Iglesias, que me recuerda a lo de “camarada, te tengo que hacer una autocrítica”.

En la segunda parte de su libro, Maroto se explaya en su actividad como militante del PCE y de CCOO en los años sesenta y siguientes. Tal vez porque conozco esa etapa de la construcción de Comisiones en el Metal y en la zona sur de Madrid y el papel destacado que jugó Maroto me han atrapado mucho más sus páginas de niño y de juventud.

Me parece que sin tener las dotes literarias de Arturo Barea, pueden encontrarse, en las primeras páginas del relato de Maroto, bastantes similitudes con la primera parte de La forja de un rebelde, aunque se trate de dos tipos muy diferentes de rebeldes. Entre otras cosas, no se diferencian demasiado ambas madres, la “casi viuda” de Feliciano (se daba por hecho que el marido iba a ser fusilado de un día para el otro, aunque al final se salvó) sin tener cómo sacar adelante a sus hijos en un pueblo hostil, y la abnegada lavandera del Manzanares de Barea. Ambos, sin sensiblerías, reconocen en sus sacrificadas madres, el apoyo más firme de una niñez triste, dura en el caso de Barea y aún más en el de Feliciano.

Es tan estremecedora la descripción del ambiente fascista y caciquil en Quero de Toledo, al terminar la guerra civil que Maroto, aún hoy, no lo reconoce como su pueblo, sino “el pueblo donde nací”. A los niños de los derrotados no se les dejaba ir al colegio y en el Auxilo Social para darles comida le hacían primero ponerse de rodillas (ante el crucifijo y las fotos de Franco y José Antonio) mientras los demás comían. Tampoco se permitía a esas familias ir a recoger espigas caídas ni leña para calentarse en invierno: “no tenéis tierras, así que no tenéis derecho a ir al campo”. Eso se lo decía una beata al salir de misa añadiendo, “¿pero a tu padre no lo han matado todavía?”.

Cuando iban a ver a la cárcel a su padre, el que les dejaba pasar antes decía: “A las siguientes personas que voy a nombrar si les han traído comida pueden dejarla, pero ropa no, ya que no la van a necesitar más”. Aquí, la tragedia comunicada con tanta brutalidad nos recuerda otros testimonios igual de crudos como los de Marcos Ana en Decidme como es un árbol.

El joven Maroto se niega a aceptar los salarios de miseria de los caciques y en la mili da un temerario paso al frente cuando el capellán pregunta quiénes no creen en Dios. Ya en Madrid inicia la lucha obrera en muchas empresas sin ahorro de despidos y de palizas de la guardia civil y de la Social. Es posible que, junto a Tranquilino Sánchez, sea Maroto uno de los militantes más bestialmente tratado en los cuarteles y en la DGS. Seguramente porque a los torturadores les molestaba que les dijera la verdad a la cara.

Maroto, ya en democracia, también nos gritó alguna vez a los dirigentes de la Provincial del Metal, pero nunca pecó con nosotros de agresivo, solo que le gustaba decir al pan, pan, y al vino, vino.

Maroto se justifica diciendo que ha escrito este libro para que se entienda la influencia que tuvieron “algunos hombres y mujeres de mi generación en la conquista de la libertad y la democracia de este país”. Por mi parte, he escrito este artículo porque me ha impresionado el libro, que he leído de un tirón, y también porque creo que merece el premio gordo al que aspira cualquier autor, que no es otro que el de que su libro se lea.

No puedo indicar ninguna librería donde se pueda comprar pero el que lo quiera no tiene más que pasarse por la concentración semanal por la memoria histórica, cualquier jueves a las 8 de la tarde en Sol, y preguntar por Maroto.

Feliciano Maroto: la forja de un rebelde