viernes. 19.04.2024
casado

La fatiga pandémica, desencadenada por ese maldito virus que se resiste a abandonarnos, no es la única fatiga que nos afecta; el abatimiento generado por la insensatez, la estupidez y la indecencia de quienes pretender perpetuar una España en la que todo vale, se hace patente en el cansancio acumulado que cargamos sobre una metafórica mochila ciudadana.

En nuestro día a día pandémico, además de luchar contra el virus, tenemos que enfrentarnos a la epidemia de polarización que nos invade, escuchando, día sí y día también, multitud de declaraciones irresponsables, necias, inmorales, absurdas y partidistas. Esta desasosegante situación está aderezada por las actuaciones de una derecha cada día más marrullera y pandillera y una extrema derecha que vomita racismo y xenofobia a partes iguales ignorando que el futuro de Europa está estrechamente vinculado al multiculturalismo.

Atónitos, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo, nos vimos obligados a asistir al nacimiento de una nueva especie, los “trincavacunas”, un subgrupo salido de las entrañas de esa “tribu de listillos” cuya indeseada presencia nos amenaza desde tiempo inmemorial. Esta subespecie está integrada por sujetos de diferentes ideologías unidos en lo que consideran esencial: primero yo, después yo y luego los míos; los demás que se apañen como puedan. 

Los integrantes de esta subdivisión (representantes del histórico papel de pícaros que se saltan la cola) ignoran deliberadamente una diferencia esencial: en esta carrera no está en juego quien compra primero la barra de pan, está en juego, nada más y nada menos, que la salud pública.

Para esos políticos, militares y sacerdotes “trincavacunas” la finalidad inmediata es vacunarse saltando por encima de los grupos de riesgo y de los sanitarios que se exponen para preservar nuestro bienestar. Estas actuaciones indecentes se producen en el marco de la incertidumbre originada por las informaciones sobre variantes, mutaciones y nuevas cepas de la COVID-19, entre el anhelo y la duda de cuando llegaremos a la tan ansiada inmunidad de rebaño y mientras soportamos una insostenible saturación hospitalaria y somos bombardeados por las inquietantes noticias sobre las farmacéuticas y sus contratos opacos.

Con un escenario económico presidido por los ERTE, con el empleo en caída libre y con España a la cola del gasto de la zona euro en ayudas contra la crisis, tenemos que aguantar la impunidad y falta de control en torno a los grandes defraudadores. En esta carrera de obstáculos nos vemos obligados a contemplar, como espectadores involuntarios, el desgobierno de una presidenta autonómica atrapada en una realidad paralela (sustentada por sus socios de gobierno y el partido al que pertenece).

En medio de este cúmulo de despropósitos escuchamos a Feijoó afirmando que él no se sentiría un político responsable si tuviera que aplicar en Galicia las “medidas” adoptadas por Ayuso en Madrid para poco después decir todo lo contrario (el presidente de su partido le llamó al orden asegurando que Galicia y Madrid gestionan la pandemia “exactamente igual”). No tuvo la misma rapidez y contundencia Casado para condenar y poner freno a la gerente de un hospital público que pidió que se le quitasen los móviles a los pacientes para incomunicarles y evitar que rechazasen el traslado a ese hospital sin quirófanos llamado Zendal.

Y por si todo lo anterior no fuera suficiente para abatirnos, contamos con la inconclusa trama jurídica de la financiación ilegal del PP  y la inevitable visualización de la escena, para nada bucólica, en la que Bárcenas le entrega un fajo de papeles a Rajoy y éste los tritura con la sombra de Aznar revoloteando en el aire enrarecido del despacho, mientras el actual presidente popular, anterior vicesecretario de comunicación y portavoz del Partido Popular nombrado por Rajoy, acaricia un lechón.

Fatiga