jueves. 02.05.2024
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Este ha sido el titular que esta semana hemos podido leer en algunos medios de comunicación de nuestro país. La noticia daba cuenta del resultado de la encuesta, correspondiente al año 2021, que como cada año, Global Happiness Ipsos publica sobre los niveles de felicidad entre la población adulta de 30 países del planeta.

Resalta que sólo el 55% (8% de “muy”, más el 47% de “bastante”) de la población española se declara feliz. Doce puntos por debajo de la media global de los países encuestados ya que el 67 % dice sentirse “muy” o “bastante feliz”. En Europa solo estamos por encima de Hungría con su 51%  de “felices”, mientras que los más felices a nivel mundial son los de Países Bajos (86 %), que en Europa van seguidos de los ciudadanos de Reino Unido (83 %) y de Francia (81 %).

Nuestro alto nivel de infelicidad no es una noticia nueva, desde hace años se repite en varias encuestas e investigaciones. Un ejemplo es el Informe difundido por la ONU “sobre la Felicidad en el Mundo de 2019”,  publicado en marzo de 2021 con resultados muy parecidos. Ciertamente la felicidad no es un valor fácil de medir en términos estadísticos, es un sentimiento complejo, difícil de definir y de diferenciar de otras emociones positivas, y a la vez que efímera. Aunque también  para muchos una quimera inalcanzable o un concepto por abstracto no medible. 

Los resultados publicados no han provocado una especial alarma, ni preocupación, en los círculos que crean opinión, ni tampoco en las instituciones públicas. Quizás sería conveniente que, como sociedad,  nos hiciéramos algunas preguntas para encontrar la respuesta a qué nos pasa y qué es lo que explica que el 45 % de la población española se declare infeliz.

¿Qué nos pasa y qué explica lo que los expertos llevan años advirtiéndonos de que, en nuestro país, estaríamos viviendo, mucho antes del COVID-19, una ‘epidemia de tristeza en España’?. Aunque, como se ha dicho, la felicidad es un concepto indeterminado, intangible, no científico, subjetivo y versátil, ha experimentado una notable revalorización en nuestros días como principio o referente de interés en el diseño de las políticas públicas, y lleva tiempo siendo una verdadera preocupación y un objetivo importante de algunas organizaciones sociales y políticas progresistas. Su búsqueda no es un derecho exigible directamente al Estado, pero sí es una cuestión que tiene mucho que ver con las políticas públicas. La felicidad es también un asunto de interés público. Recordemos la referencia de aquella Constitución de Cádiz de 19 de marzo de 1812, que en su artículo 13 establecía que “el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. La felicidad se identificaba así con el bienestar, o dicho de otra manera, con el bien común. 

Desde hace siglos circula una formula para la felicidad: “salud, amor y dinero”, aunque la conocida  Paradoja de Easterlin pone en cuestión la teoría de que “cuanto mayor sea el nivel de ingresos de un individuo, mayor será su nivel de felicidad”, matizada por Woody Allen con su famosa frase: “Si la riqueza no da la felicidad, imagínate la pobreza”. Más allá de estas y otras teorías, nos debería preocupar cómo resolvemos los altos niveles de infelicidad con el que viven tantos españoles y españolas, que seguro tiene mucho que ver también la baja autoestima colectiva que nos regalamos, de las bajas también de Europa, como apuntamos ahora hace un año en este Blog, preguntándonos si ¿De verdad somos una mierda? .

Quizás deberíamos hacer un esfuerzo para averiguar las causas y consecuencias de los altos niveles de desigualdad social, precariedad laboral, desempleo juvenil … que padecemos, y por supuesto de corrupción. Seguro que tienen mucho que ver con los motivos que nos convierten en un país tan infeliz.

Quizás también tiene mucho que ver el alto grado de crispación y polarización política y social que padecemos en España. El desacuerdo permanente y sistemático que cada día con más empeño está promoviendo nuestra extrema derecha política y mediática. Algo tiene ver esta estrategia de la crispación que ha convertido en irrespirable la atmósfera política, con nuestro pesimismo social que detectan todas las encuestas que estudian la autoestima y la felicidad de los países.

España es infeliz