jueves. 28.03.2024
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Foto: Europa Press.

Es muy posible que la película “Doce años de esclavitud” se lleve varias estatuillas de los Oscar. Se lo merece, pero no nos engañemos, los esclavos siguen existiendo.

La historia de Solomon Northup, es realmente dura y conmovedora. La lucha de los negros en Estados Unidos por alcanzar el respeto de sus derechos humanos ha sido larga, humillante y costó muchas vidas, pero no podemos salir del cine pensando que eso forma parte del pasado.

Siguen habiendo esclavos en muchas partes del mundo. Se denuncia en medios de comunicación y a través de Organizaciones Humanitarias, pero las razones económicas siguen imperando y el trabajo infantil es un hecho, la explotación sexual de las niñas y las jornadas interminables en asquerosos almacenes de miles de mujeres en Bangladesh, también.

Los esclavos del Siglo XXI son los africanos que pagan grandes cantidades de dinero a traficantes de personas para huir de sus países, son las mujeres de los antiguos países del este que viajan a España, Francia o Italia ante un posible trabajo y acaban en prostíbulos de carretera. Son incluso ciudadanos de todas las edades, que han huido de sus países en conflicto y que al llegar a campos de refugiados sufren abusos sexuales por parte de los vigilantes.

Sin ir más lejos este año se presentó a  los Premios Goya el documental Minerita que narra la violencia que sufren mujeres y niñas en  la mina de Cerro Rico (Bolivia), a 4.700 metros de altura, por unos hombres que, conscientes de su condena de muerte por culpa de unas condiciones de trabajo extremas (su esperanza de vida no llega a los 45 años), las agreden y las violan con total impunidad.

Organismos internacionales como Unicef y Amnistía Internacional calculan que existen unos 20 países donde sistemáticamente se reclutan a niños como soldados. Estos se encuentran principalmente en Asía y África, el único caso de América es Colombia por el conflicto con las   FARC.  En total, cifran en 300.000 el número de menores de edad que intervienen directamente en las guerras.

El recrudecimiento bélico en la República Centroafricana y Sudán del Sur ha revelado que tanto los grupos rebeldes como las milicias progubernamentales usan a niños como combatientes y a niñas como esclavas sexuales.

La forma de reclutarlos es similar en casi todos los conflictos: son secuestrados de sus escuelas o aldeas. A los varones les imponen las tareas más peligrosas como señuelos, espías, carga y traslado de bombas. Mientras a las niñas las utilizan en tareas domésticas de los campamentos y como esclavas sexuales de los jefes. Las edades van desde los 13 años hasta los 18, aunque se dan caso de niños con menor edad.

Muchos de ellos una vez secuestrados son obligados a asesinar a miembros de su familia, ya que  después de eso son capaces de cualquier cosa y más si la droga corre a raudales.

Hace un año una mujer etíope de 33 años huía de su país hacia el Líbano buscando trabajo para mantener a su familia. Acabó como numerosas mujeres de su país trabajando en condiciones de esclava en el servicio doméstico de familias adineradas de la zona. Hay agencias especializadas en ello y los ricos países árabes son su objetivo.

En el Líbano se ha alcanzado la cifra de dos suicidios a la semana por no poder soportar las humillantes condiciones. Se calcula que en dicho país hay 200 mil trabajadoras domésticas  en condiciones deplorables. Las nacionalidades dominantes son las etíopes, filipinas, senegalesas o de Sri Lanka.

En el Salvador las llaman "las muchachas" y se las trata como hace cuatro siglos a las africanas traídas a América para trabajar de esclavas. Tienen horario, tareas y salario de explotación, sufren humillación, acoso, violaciones.

El año pasado veíamos como el edificio Rana de Bangladesh se hundía con todos sus trabajadores dentro. El 90 por ciento eran mujeres y trabajaban en condiciones infrahumanas para las marcas de ropa mundialmente conocidas y vendidas en las mejores tiendas de Occidente, alguna de ellas españolas. Se calcula que más de 600 trabajadoras han muerto en los últimos 6 años. Según la OIT, las mujeres ganan un promedio del 23,2 % menos por hora que los hombres y estos salarios obligan a las trabajadoras a realizar horas extra, alargando la jornada laboral hasta 10 12 ó más horas por día.

Pero los países desarrollados también tienen en sus ciudades casos de esclavitud. En Japón se dedican a reclutar indigentes para limpiar las instalaciones de Fukushima  por un salario menor al mínimo y teniendo que trabajar entre una radiación casi mortal. En Gran Bretaña se niegan a dar atención médica a los inmigrantes sin papeles, algo que ya tuvo sus consecuencias en Mallorca el verano pasado, al fallecer un jóven senegalés de tuberculosis.

Los esclavos del Oscar